Hace sólo unos meses Carlos Bernatek publicó su octava novela, Jardín Primitivo, una comedia sórdida de escenas sexuales desbocadas e inolvidables. Quién es este escritor que viene caminando los márgenes de la literatura argentina desde hace dos décadas.

Por Juan Carrique
Foto de Rafael Calviño

“La mejor evolución del proceso del escritor es cuando vos escribís y eso te importa un carajo: ya no te importa ni el editor, ni lo que piensa tu familia, ni lo que opina tu esposa”, dice Carlos Bernatek con una voz grave que atestigua un pasado de fumador indómito. Le da un sorbo al café negro que tiene en su mano y remata: “yo llegué a ese punto”.

El hombre tiene 62 años, tez oscura y una tupida barba blanca. Sus ojos, a diferencia de su voz, son los de un adolescente pícaro que parece no haber padecido el paso del tiempo. Sin embargo, no es así. Su vida –y su escritura– está marcada por el desarraigo, la huida y los recuerdos: “la reaparición del pasado siempre me pareció que era el tema de la literatura y una de mis principales obsesiones; la restauración de lo que uno creía muerto o enterrado y cómo la mente trabaja como una maquinaria imposible de descifrar, volviendo fresco lo que parecía congelado.”

Por eso, el “punto” del que habla Bernatek no tiene que ver con los premios o el reconocimiento público. Si bien es cierto que el año pasado su nombre circuló con fuerza dentro del ámbito literario –y también por fuera de éste– luego de ser galardonado con el premio Clarín-Alfaguara por El canario (obra que narra la vida de un conscripto que tiene que hacer la colimba en la ESMA durante la dictadura), Bernatek alcanzó su pico como escritor con dos novelas sorprendentes que oscilan entre la comedia, la incorrección política y la sordidez, valores literarios raramente “premiables”. Hablamos de La noche litoral (Adriana Hidalgo, 2015) y Jardín primitivo (Adriana Hidalgo, 2017), las dos primeras partes de lo que en breve será la «Trilogía de Santa Fe».

tapa Jardin primitivo.ai

En estas dos novelas de casi trescientas páginas cada una, se cuenta en primera persona la historia de Ovidio Jordiel Balán, un santafesino de mediana edad que en su lucha constante por vivir sin trabajar traspasa, una y otra vez, los límites de la legalidad. Un personaje que rompe todos los esquemas del “buen vivir” y que Bernatek confiesa haber creado “cagándose de risa”.

Que la historia transcurra en la ciudad de Santa Fe no es casual. Aunque nació en Avellaneda y se crió en Adrogué, Temperley y Lavallol –donde fue a un colegio de curas pre-conciliares que lo volvió “irremediablemente ateo”–, Bernatek se considera santafesino “por opción”. Se fue de Buenos Aires en 1972 y, salvo por algunas interrupciones, vivió allí por más de veinte años. Incluso, pese a haberse instalado en Capital Federal hace más de una década, sigue conservando su domicilio santafesino y en cada elección viaja hasta allá para votar. Sin embargo, no hay que confundirse. El modo en que Ovidio Balán retrata a Santa Fe “está lejos de cualquier pintoresquismo”. Para él, la ciudad es un infierno del que no puede escapar, tanto por el calor insoportable que no da tregua, como por la amenaza constante que representan todos los personajes que la pueblan: desclasados, chantas, sicarios. Sujetos de un mundo ajeno a cualquier código moral sostenible en el tiempo.

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Luego de participar de varios talleres literarios –los de Antonio Dal Masetto y Hebe Uhart, los más destacados–, en 1994 publicó La pasión en colores, su primera novela, y a partir de entonces no se detuvo. En 1998 fue el turno del libro de cuentos Larga noche con enanos, al que le siguió la magnífica novela Rutas argentinas en 2000. Este libro, cuenta Bernatek, lo escribió de madrugada durante tres meses. En aquel tiempo trabajaba en un banco y entraba a las ocho de la mañana, entonces se levantaba a las cinco y escribía hasta las ocho menos cuarto. En 2001 publicó Un lugar inocente, en 2008 Rencores de provincia y en 2011 Banzai, una novela que ganó varios premios en Francia pero que en Argentina es prácticamente inconseguible.

Es probable que El canario, gracias a la difusión que tuvo, haya sido un punto de quiebre entre su obra y el público. Sin embargo, así como Héctor Libertella o Miguel Briante, dos de sus autores predilectos, el autor de Jardín primitivo ha elegido correrse del centro y caminar por los márgenes de nuestra literatura. Depende ahora de los lectores encontrarlo.//∆z

Cumpleaños de 90 de Gilou Garcia Reinoso.