Después de su auspicioso debut, El Siempreterno nos presenta Hacía el mar de carbón, su segundo trabajo. Aún quedan vestigios de la agresividad punk, pero la agitación deja paso a melodías envolventes que nos sumergen en los laberintos más oscuros de la cabeza de Sergio Rotman.

Por Gabriel Feldman

Una arboleda desnudada por el  invierno, entregada sin más a la inmensidad de un cielo gris de donde nada bueno puede provenir. El Siempreterno es así: ni mariposas ni arcoíris, oscuridad absoluta. Hacía el mar de carbón, su segundo disco, es el primero  pensado para una banda ya concebida. La etiqueta de “proyecto paralelo de…” le queda chica. Recordemos que allá por el 2010 Sergio Rotman quería grabar un disco en el que compartiría voces con Mimi Maura y donde, para cada canción, invitaría a un guitarrista distinto.  Con Fernando Ricciardi y Álvaro ‘Ruso’ Sánchez como las fijas para la batería y el bajo respectivamente, una tarde visitó los estudios de Pez en Flores para que Ariel Minimal pusiera las guitarras en algún que otro tema. Los planes se alteraron un poco.

En Flores las cosas salían tan bien que una a una, Minimal terminó por grabar todas las canciones. En cuatro horas ya tenían las guitarras listas. Al final del proceso, además de terminar ese disco entre las que se encontraban algunas viejas canciones para un cuarto trabajo de Cienfuegos que nunca se dio, nació El Siempreterno. No son una banda de “tiempo completo”. Los 15 mil kilómetros que distancian a sus integrantes hace difícil suponer que son como cualquier banda. Pero a pesar de que Sergio Rotman y Mimi Maura vivan en Puerto Rico la mayor parte del año, este experimento ya tiene identidad propia, sus propios seguidores y un nuevo disco bajo el brazo.

Después del homónimo de 2010, qué otra cosa podíamos esperar de éste fanático de Burzum y los suyos que no fuera ira incontenible. No hay mucho para festejar en el mundo en el que vivimos, ya lo habían dejado en claro en esos veintidós minutos explosivos para romperse la cabeza contra la pared. La humanidad merece desaparecer, esta raza nunca sintió amor.  De esas mismas entrañas, atravesados por la muerte de familiares y amigos, vomitan estos catorce tracks. Canciones de odio, traición y muerte, casi como una recopilación de Horacio Quiroga.

Apagué la luz. Es un disco para escuchar a oscuras a altas horas de la noche. No son recomendables el uso de fármacos y demás sustancias. Mejor no quedar paranoico atemorizado por la propia sombras o las de objetos varios. “Nota Suicida”, una breve pieza de menos de un minuto, sostenida por el dúo de voces y un tenue arpegio de guitarra, funciona a modo de prólogo. Como un susurro, una canción de cuna retorcida, una nota suicida sobre la cama nos da la bienvenida.

No es depresión, es la realidad en su forma más descarnada. “Celebrar que existís, es excesivamente cruel no saber adonde va este viaje canta Rotman en “En el mar de carbón”. Ese es uno de los pocos momentos en que su voz no es acompañada por la de Mimi Maura. Sus voces casi nunca se separarán a lo largo de las catorce canciones.  Esa única voz,  tan narcótica por el primero como sensual por la segunda, es el corazón de este monstruo.

Pero la inmediatez con la que nos conquistaron en su debut es remplazada por un despliegue instrumental más elaborado. El trio Ricciardi-Sánchez-Minimal se muestra más suelto. No es todo palo y a la bolsa. El foco ya no está puesto en la instantaneidad.  La explosividad hardcore-punk es la excepción a la regla (“Joven Muerto en Juana Dias”, “Las Cuarto Estaciones”).  Hay que dejarse envolver por las melodías.

Y si el Siempreterno es la encarnación post-punk, “Traición” y “Nada más triste” son sus tesis de grado. Composiciones que provienen de ese cielo gris de Manchester.  Por si faltaba referencia a los ’80, nos encontramos con el cover de “Noviembre”, canción del grupo español Decima Victima, que ya se ha acomodado en el repertorio en vivo de la banda junto a otras tantas versiones que suelen hacer (ya sea Joy Divison, Kraftwerk, The Who, Black Flag o Neil Young).

Como no podía ser de otra manera, el ciclo se cierra en el mar de carbón (“En el mar de carbón, versión nocturna”). Empezó con una nota suicida después de todo. Sin distinción alguna, en ese mar de carbón nos sumergiremos todos en algún momento. Dos caras de una misma canción. Un guiño que habían hecho en su primer disco con “Más de lo mismo”/ “¿Más de lo mismo?”. Pero ahora la guitarra de Minimal que nos sacudió de lado a lado, se despoja de su electricidad y cede el liderazgo al piano wurlitzer interpretado por Mario “Spiker” Siperman, un invitado de la cofradía Cadillacs que pasó a dejar su granito de arena. Los destellos del wurlitzer terminan de representar esa oscuridad que nunca abandonamos en estos treinta y nueve minutos. En el viaje hacia el mar de carbón, ni mariposas ni arcoíris. Estaño, metal y nunca mirar atrás.//z

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