Por Ignacio Molina
En la galería Plaza de Bahía Blanca, hacia 1991, había un local que vendía remeras rockeras. Muchas veces, en el camino de vuelta del colegio, yo me desviaba una cuadra para meterme en esa galería y mirar las remeras expuestas en la vidriera. La primera vez que entré al local fue para comprarme una de Attaque 77. El verano anterior, en Sierra de la Ventana, un amigo porteño de un amigo bahiense me había hecho escuchar los dos primeros casetes de Attaque: Dulce Navidad y El cielo puede esperar. Unos meses después, “Hacelo por mí” explotaría en la radio y el “transgresor” Pergolini le pondría ese nombre a un programa de televisión. Para ese momento yo ya me consideraba fan de Attaque y despotricaba contra los que recién lo descubrían y decían seguirlos desde siempre. Ese año, con un amigo que tocaba la guitarra, quisimos formar un dúo para hacer covers de Attaque. Yo había aprendido algunos acordes que tocaba en una guitarra criolla que no llegaba a escucharse detrás de la distorsión de la eléctrica. Nos llamábamos Control Sanitario y un día grabamos, con otro pibe como cantante invitado, una versión híper rudimentaria de “Caminando por el microcentro”. Me acuerdo de las venas hinchadas en el cuello del cantante que se encorvaba un poco para que sus gritos fueran captados por el micrófono del grabador que estaba en el suelo. La cuestión es que una tarde de ese año entré al local de la galería Plaza y me llevé la remera de Attaque con el estampado de la tapa del primer disco: los cuatro músicos posando con camperas de cuero y flequillos ramoneros. Como si hubiera pasado ayer, recuerdo el momento en que le entregué los australes a la vendedora y recibí la bolsita con la remera. Tenía catorce años.
Si la memoria no me falla, sólo tuve otras dos remeras rockeras a lo largo de mi vida. La segunda fue una de Bob Marley que compré en un viaje que hice con mis tíos y mis primas a Florianópolis en el verano de 1993. En esa época me gustaba el reggae y una noche, en un puesto que vendía artesanías y otras cosas en Canasvierias, vi la remera de Marley. Era blanca y tenía estampada una foto de la cara del jamaiquino fumando y una frase en portugués que ahora no recuerdo pero que seguro tenía que ver con “la libertad” o algo por el estilo. Pero su signo más distintivo era la hoja de marihuana que tenía en una de las mangas cortas. Ese detalle me encantaba; me parecía muy rebelde y transgresor. A “la remera de la chala” la usé mucho ese año; la usaba, incluso, para ir a mi colegio progre de Belgrano al que los alumnos podían ir vestidos como quisieran. No sé qué habrá pasado con ella. Me gustaría tenerla; supongo que me sentiría medio viejo para usarla en la calle pero que seguro podría ponérmela para dormir.
El resto de mi adolescencia y primera juventud lo pasé sin remeras rockeras. Fue una elección estética: me gustan más las lisas o con inscripciones abstractas. Pero hace unos tres años, caminando por la avenida Lacroze, pasé por uno de esos negocios que siempre tienen ropa en liquidación y vi una remera que me gustó mucho: blanca, con las palabras “punk rock star” inscriptas en rojo y negro, dos estrellas y un par de zapatillas botitas en la parte superior. Aunque no me convencía la palabra “star”, cuando me enteré del precio me decidí a comprarla: $7. A partir de entonces, y a pesar de que la calidad no es muy buena y de que ya tiene el cuello medio vencido, es una de mis remeras favoritas. Una vez, el año pasado, una chica me dijo: “te queda re linda la remera del punk”. Tan contento me quedé con sus palabras que a la mañana siguiente me la puse para ir a grabar una entrevista en la que tenía que hablar sobre mi última novela. Y para ilustrar estas líneas, como ya no tengo la remera de Attaque ni la de Marley para mostrar, pongo una captura de pantalla de aquella entrevista.
Ignacio Molina nació en Bahía Bñanca en 1976 y desde 1992 vive en Buenos Aires. Es escritor. Publicó dos libros de cuentos (Los estantes vacíos y En los Márgenes), dos de poesía (Viajemos en subte a China y El idioma que usan todos) y la novela Los modos de ganarse la vida. En 2013 se publicará su nueva novela: Los puentes magnéticos. Trabaja como redactor.
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