La banda platense Thes Siniestros sale triunfante con Dorado y eterno, la apuesta más calma de su discografía hasta la fecha.

Por Emmanuel Patrone 

¡Ritmovértigo! exclamaba el primer disco de Thes Siniestros, allá por 2008. Una definición simple de lo que se escuchaba en ese álbum: urgencia, sencillez, una invitación enfermiza a mover la anatomía. La banda platense nunca fue una fácil de describir con etiquetas certeras, de todos modos. Su tercer disco, de 2011, Los últimos días, se encargaba de despejar todo ingenuo intento de rotular la música del grupo.

Lo que los caracteriza a estos Siniestros es, justamente, esa capacidad de mutar, de moverse a cada rato, de patear la casita de naipes que tan prolijamente habían construido para rearmarla con un mazo diferente. Thes Siniestros es, además, una banda que decide no achancharse y, en cambio, sostener cierto perfil prolífico. En este plan es como, un año después de Los últimos días, llega Dorado y eterno.

La carta de presentación del nuevo disco es “Ciprés”, que con sus rasguidos delicados de guitarra eléctrica y teclados que parecen filtrarse en cada una de las hendiduras de la arquitectura de la canción sellan el concepto sonoro del álbum. A media marcha, sin apuros, con el grupo pacientemente dejando que cada melodía fluya armónicamente creando un clima de aura folk, aunque sin la predominancia orgánica de los instrumentos acústicos típica del género, más allá de la aparición ocasional de –por ejemplo- un ukelele.

Esa misma atmósfera la encontramos a lo largo del disco, en la que se pinta un paisaje de montañas, lagos y valles en el que las estaciones del año se confunden: el tono sombrío del otoño, el frío inescapable del invierno, el optimismo pasivo de la primavera y el deseado verano que, como clama “Eterno será el valle”, “será perfecto”. Esa unidad sonora y hasta temática del disco hace de Dorado y eterno un álbum cohesivo, sin tantas vueltas de tuercas como su antecesor, pero con momentos que pueden considerarse conmovedores. “Cielo” es el ejemplo sumario de esto: “Lo que ves, lo real, si lo ves, ya no está”. La frase se repite como un mantra, ayudando a que el apacible ambiente onírico del tema sea terriblemente efectivo, auxiliado por los suaves acordes de guitarra y el coro múltiple de voces.

Los acordes desconcertantes en “Matorrales y artemisas”; el breve número “Ciervo”; el ritmo marcial de “Brisa o miel” (cuyo refrán “brisa leve de la risa lisa (olvidó traer lo que no hay)” reaparecerá luego en el disco al final de “Camarada”); y el final amenazante –como una especie de tormenta de Santa Rosa- de “Gris”: más allá de la coherencia singular de Dorado y eterno, se hallan instantes que logran resaltarse del resto.

Canciones pulidas para celebrar un nuevo cambio de estación en la discografía de Thes Siniestros, adoptando un nuevo solsticio que, queremos creer, sufrirá algunos transmutaciones en la próxima aventura del grupo de la capital de la provincia de Buenos Aires.//z