En su primer disco tras la conflictiva salida de Tomás Vilche, La Patrulla Espacial cambia y hace fuerza para franquear las fronteras de la escena independiente hacia un público masivo.

Por Sebastián Rodríguez Mora

En abril de 2010, el extinto suplemento Sí! del diario Clarín le preguntaba a Werner Schneider, Tomás Vilche y Lucas Bothiry si les gustaba la música clásica, dado que para entonces ellos cursaban estudios universitarios de composición y producción de sonido.

Tomás: Sí. El impresionismo, por ejemplo.

Werner: Vos dirás: “Estudian en la universidad y les gusta el puto impresionismo francés y amanerado, pero hacen rock pesado como AC/DC o Fleetwood Mac. ¿Qué pasa? ¿Por qué no hacemos una música más fina si nos gusta escuchar violines?” (…) Por el momento tenemos amplificadores chicos y baratos. Además, no vamos a tocar Erik Satie a las cuatro de la mañana. No da. Es cuando están todos nuestros amigos y a ellos les gusta el rock.

Ahora, quien esté leyendo este texto debería darle play al disco.

Si usted ha respetado las instrucciones a la par que lee, se encontrará sumido en unos veinte segundos de cuarteto de cuerdas, previos a cualquier otro instrumento. La Patrulla Espacial así abre su nuevo disco Sobredosis; “Que no pare” es un tema casi desubicado, conurbano a lo que sigue. Pero un hilo fino conecta, acaso sin tener en cuenta aquella vieja entrevista. Se trata del primer largo de estudio desde el ya clásico La Patrulla Espacial de 2011, y también el primero sin Tomás Vilche en la formación ni la composición. ¿Acaso podría decirse que todos estos años y cambios –que recorreremos más abajo- han pagado por esos veinte segundos de cuerdas solas, de “Satie a las cuatro de la mañana”? ¿Cuánto y qué se cobra el tiempo en la vida de una banda?

Shattered

Tomás Vilche, suplemento No de Página/12, enero de 2015: “En vivo seguía disfrutando mucho con La Patrulla, pero la verdad es que no me entusiasmaba esa onda Kiss, Rainbow, ese heavy medio pop de los temas nuevos. Y hubo muchas forradas, se generó una situación turbia: ni mis ideas ni mis canciones gustaban, y no nos juntábamos ni para zapar. Así que me empecé a juntar con otra gente. Sé que ellos sacaron un simple que ni escuché, ni pienso escuchar, pero me dijeron que siguen imitando mi voz. Me da un poco de vergüenza y gracia que sigan con el mismo nombre: se tendrían que llamar La Patrulla solo, o cambiar de nombre. Si estás bien plantado y tenés humildad, las cosas funcionan de otra manera”.

El diagnóstico del actual líder de Los Bluyines es demoledor, irreconciliable. Sin embargo describe bastante bien el sonido de Sobredosis: Yo creo en el amor / yo creo en lo que sos / y el mundo se desliza a mis pies. Kiss, chicas bailando arriba de la mesa, riffs a dos guitarras, sobredosis de lugares comunes. ¿A qué mundo pertenece “Sobredosis”, el corte difusión? Video superproducción para el indie platense, luces de neón, chicas empoderadas. Veámoslo:

Werner Schneider canta a la cámara con la seguridad rígida de quien encontró su lugar en el mundo. El cartel de neón del restaurant The City (Perón y 25 de Mayo, híper Microcentro) es la esquina donde las chicas rodean a la banda, el amor acontece, el triunfo de la noche rocker se desliza a mis pies. Allá lejos en la entrevista del Sí!, La Patrulla Espacial declaraba “no ubicarse bien” cuando tenían que venir a Buenos Aires. Llegaron las cuerdas y con ellas también llegó el rocanrol triunfal, con modismos propios de canción de apertura ochentosa en la Rock & Pop. “Sobredosis” debería tener tres o cuatro millones de visitas en YouTube porque es un tema perfecto, estetizado, atemporal, olímpico.

Las letras

Se sabe que a los integrantes de la banda les hincha soberanamente las pelotas que siempre se los emparente con Pappo. Sin embargo, es Pappo uno de los vasos comunicantes todavía en pie entre la actual formación y Vilche. Quizás es un espíritu laico, un marco sobre el que la composición se asienta para Schneider y Bothiry: “Alas de Metal” es, ya desde el nombre y la cuadratura del riffismo explícito, el tema Pappo del disco. Debería rastrearse y alambrarse el pappismo de La Patrulla, de modo que otras influencias esenciales para la banda como Pescado y Manal no se pierdan, pero implica un trabajo algo más extenso. Decíamos entonces que “Alas de Metal” es Riff, sí, y acaso el fantasma del Carpo oficie de plataforma para esa letra escasa pero conciliadora. Y si el tiempo es infinito / quizás algún día nos volvamos a encontrar / en algún lugar. Todo se soluciona con un asado, dice el peronismo.

Sobredosis sí comparte un aspecto con la etapa Vilche de la banda en que las letras no tienen ni un miligramo de talento poético, pero de algún modo funcionan. Siempre sonaron raras las sinestesias contradictorias (“Desorden”: en la habitación / quedó tu sombra  / y tu lengua de fuego / dejó esta tormenta de hielo y alcohol / y como quema este calor) por dar un ejemplo, pero a la vez la banda transportaba en el cruce con su potencia. La Patrulla Espacial imanta a su público porque quizás las letras se difuminan en el sonido como lo hacen las cosas cuando las miramos con los ojos fruncidos y extasiados. Y tal cosa no es fácil de lograr tanto en el estudio como en el escenario. Por caso, la reciente “Trueno blanco” y sus cascadas de prolija distorsión entregan en bandeja a Schneider diciendo Loco, en realidad no sé muy bien qué pasa / solamente quiero respirar. Por acumulación, el fragmento bien podría ilustrar la sensación del votante peronista desde noviembre de 2015. Democracia de sentido, elige tu propia aventura semántica.

Continuidad con cambios

Centremos la atención en dos canciones, “Corazón de fuego” y “Ecos de neón”. Vilche denunciaba una inyección muy pop al corazón heavy de la banda, pero tal vez es en estos dos temas donde habita la innovación más evidente de Sobredosis, el momento menos autoparódico del disco. Los gestos pop ya estaban ahí hacía años, como en el crossover La Patrulla – Poseidótica del simple Hechizo de Amor, dos canciones blues-rock onda Black Keys tan amables como si hubieran pasado por un filtro de Instagram. Ahí donde Pappo unía, la desprolijidad rolinstón que se escucha hoy en Los Bluyines divide y ya no está ni sugerida en Sobredosis. En cambio, resulta grato el vínculo inesquivable de “Corazón de fuego” con el Random Access Memories de Daft Punk. Sobre el asfalto aterriza tu dolor / y la noche te sorprende en la ciudad, dice Schneider y parece que tampoco es tan fácil vivir la urbe. De Comodoro Rivadavia a La Plata y de ahí a un salto de calidad –ubicarse en Capital, ubicar el capital en el mercado musical-, el camino ha sido largo y sinuoso. En “Ecos de neón” también se aprecia el contraste entre la letra adolescentona (No sé, quizá / desaparezca todo lo que siento) y una cadencia pop rock muy lograda y hitera del lado del Bien, a lomos de un sonido preciso desde la batería de Tulio Simeoni y el dueto de guitarras in crescendo. Algo de eso se traspola y contamina inmediatamente en “Pétalos negros”, que podría haber sido elegido como el cierre bien arriba de la ola espacial.

No sé si esto está bien o está mal / No sé qué es lo que puede pasar / Sólo quiero llegar a hasta ese lugar / Voy a buscar esa oportunidad / y me voy a dejar llevar. Y agrega: Es casi todo lo que tengo / nada especial / Nada que te pueda hacer mal. La canción se llama “Vértigo” y cierra el disco otra vez con cuerdas. ¿Y si todo este esfuerzo de producción, de composición y de estética no sirviera para nada? Ahí radica el vértigo. Bajo esta lectura, Sobredosis sería el primer disco afuera del indie para La Patrulla Espacial. El tiempo y la rotación por Spotify y las radios tendrán la última palabra. En vistas del desierto de lo real para el rock mainstream argentino –un tupper de fideos recalentados que se vacía inevitablemente- la banda merece que le presten atención y la dejen vender. Afuera del millonario usufructo de la tragedia Cromañón que opera La Berisso existe una ancha avenida del medio para bandas como La Patrulla Espacial. Ojalá sepan y puedan coparla antes que Rolo Sartorio, el Temer del rock nacional, arrase con todo.