El libro Caceria, de Gonzalo Demaría constituye un valioso aporte a la historia argentina y de las diversidades sexuales al revelar los mecanismos de la persecución gay que encubre el famoso escándalo de los cadetes en 1942. El dramaturgo, novelista e investigador se basó en la lectura y análisis de expedientes judiciales que se creían perdidos.
Por Adrián Melo
Foto de Claudio Larrea
El 20 de noviembre de 1901, en la Colonia Tabacalera de la Ciudad de México, la policía ingresó brutalmente en una fiesta privada y detuvo a cuarenta y dos hombres por estar vestidos de mujer. Uno de ellos fue puesto en libertad. La versión oficial es que era realmente una mujer pero el rumor más difundido históricamente es que se trataba de Ignacio de la Torre y Mier, hacendado azucarero del estado de Morelos y yerno del dictador Porfirio Díaz. Esos cuarenta y un detenidos le dan nombre al famoso hecho: “El Baile de los 41”.
En septiembre de 1942 es detenido el joven Jorge Horacio Ballvé Piñero en su domicilio del Barrio Norte de Buenos Aires y son secuestradas de su departamento fotos comprometedoras. Por esos mismos días son también detenidos y posteriormente condenados, entre otros, Romualdo Naón, Daniel Duggan, Jose Goodwin, Romeo Spinetto y Ernesto Brilla. El delito: supuestas fiestas y orgías sexuales entre varones de las que, junto a ellos, habrían participado conscriptos, soldados, marineros y cadetes pertenecientes al Colegio Militar que antes o después de la concupiscencia eran fotografiados por el anfitrión.
Cada país latinoamericano tiene su propia redada policial que da cuenta de la persecución sistemática a gays, lesbianas, transexuales y travestis de los Estados Modernos. En México, es el “Baile de los 41”. En Argentina es el llamado escándalo de los cadetes.
Esta digresión y comparación viene al caso porque en la comunidad LGTB mexicana el número 41 designa desde hace años al homosexual en un claro acto lingüístico de resistencia, orgullo y denuncia. En cambio, el escándalo de los cadetes en Argentina fue históricamente silenciado — salvo las pioneras investigaciones de Juan José Sebreli y las más actuales de Jorge Salessi, entre otras — probablemente por el involucramiento tanto de las Fuerzas Armadas o familias de doble apellido, o reducido morbosamente a la fantasía homoerótica. Ésta última era suscitada tanto por la presencia de los uniformados en orgías imaginarias — tópico caro a la voluptuosidad gay— como por la referencia a las consabidas fotos de los cadetes que desde el sepia miraban a la cámara vestidos de uniforme, tan solo con alguna prenda que daba cuenta de su pertenencia a las fuerzas castrenses — gorra, espada, guantes o espada — o sencillamente desnudos.
Por esos y otros motivos, el libro Cacería (Sudamericana, 2020) del dramaturgo, novelista e investigador Gonzalo Demaría viene a saldar una larga deuda no solo con la historia de la cultura LGTB sino con la historiografía argentina. Porque tal como demostrará el autor en sus páginas, el llamado escándalo de los cadetes fue uno de los motivos esgrimidos por el Grupo de Oficiales Unidos para caracterizar a la democracia como corrupta, enferma e insalvable y, en consecuencia, para dar el golpe militar en junio de 1943.
No fue orgía
Una de las primeras cuestiones de las que se encarga Demaría de desmentir es que en el departamento de Ballvé se hayan celebrado las fiestas masivas de sexo grupal que repiten la leyenda y el mito urbano, entre otras razones porque las dimensiones y las instalaciones del lugar no lo permitían. Lo que hubo más bien fueron reuniones más o menos improvisadas con bailes entre varios muchachos, tragos y algunos que otros placeres carnales. Pero esta aclaración no es en función de la mojigatería ni de la moralina —ojalá los muchachos detenidos hubieran gozado y hubieran sido más felices en cópula loca insinúa Demaría— sino para demostrar que esas fiestas fueron la excusa que se dieron las fuerzas represivas para levantar una verdadera persecución homosexual.
Por eso el brutal título Cacería resulta muy apropiado para suplantar al de “escándalo” con el que se encubre la despiadada violencia de la que fueron víctimas jóvenes que solo querían divertirse. Como señala Demaría: “El libro es la historia ignorada de una gran cacería homosexual ocurrida en la Argentina. La razzia se llevó a cabo durante un período sumamente complejo: la transición entre el fin de la ´década infame` y el nacimiento del peronismo”. El otro subterfugio utilizado fue el de “corrupción de menores”, acusación falaz, no solamente porque quienes participaban eran todos mayores, sino porque en muchas ocasiones los “corrompidos” eran mayores que los supuestos corruptores: el propio Ballvé, el mayor chivo expiatorio, cuando fue detenido acababa de cumplir la mayoría de edad y al momento de los delitos que se le imputan, y por los cuales fue condenado, era menor de edad. La bella Sonia, modelo de la época y seudónimo de Blanca Nieve Abratte, que a veces era utilizada como señuelo por los promiscuos muchachos para atraer otros jóvenes, fue condenada también con apenas diecinueve años. En cambio, Roberto Noble, empresario y futuro fundador del diario Clarín rondando los cuarenta y que mantuvo relaciones sexuales por dinero con Sonia, salió indemne de la justicia.
“La pornografía y la perversión estaban del lado de los acusadores no de los acusados”
Para hacer esta elocuente afirmación Demaría accedió a los dieciocho expedientes judiciales que se creían perdidos del caso. Esto implicó un trabajo exhaustivo y de transcripción a puño y letra de las partes más relevantes de alrededor de tres mil fojas que escaparon a las inclemencias del tiempo y del fuego censor. Estas hojas plenas de acusaciones ominosas, declaraciones, delaciones, búsqueda de detalles escabrosos e interrogatorios morbosos sobre pormenores de las relaciones sexuales que no hacen al caso e informes médicos que insisten obsesivamente en denunciar la “pederastia pasiva” y los anos dilatados. Un trabajo de archivo impresionante que evidentemente consumió horas y horas al investigador pero que dan a la posteridad un legado brillante.
La investigación que posibilita múltiples sentidos y vías de lectura es, a la vez, la reconstrucción de unas existencias truncadas por el autoritarismo policial y militar, un homenaje a las víctimas que a la vez echa luz sobre los verdaderos criminales del caso —militares, policías, abogados, jueces y médicos homofóbicos— como una alegre, vívida y documentada crónica de la vida gay y del mundo de los suburbios y de los paraísos flotantes, aquellos universos que vivían en la noche y desaparecían con el día en la Buenos Aires de los años treinta y cuarenta.
Porque Cacería es un libro y varios libros. Uno que se centra en las desventuras trágicas de Ballvé: el rechazo de su madre, los ingresos y los encierros en sanatorios siniestros con sus terapias hormonales, sus registros obsesivos de la intimidad y su proclividad a la clasificación de la perversión, antes del derrumbe final al ser detenido y condenado por largos años por el crimen del amor que no osa decir su nombre como un Wilde vernáculo. El otro libro, más luminoso, tiene páginas risueñas, festivas y divertidas relatadas magistralmente que dan cuenta de la cartografía erótica rosa porteña, del circuito homoerótico, de los bares sobre todo portuarios y de la zona de Retiro con sugestivos títulos (“Mickey Mouse”, “El parral”, “El negresco” y The First & Last”, entre otros ) donde los varones levantaban marineros o iban con amantes ocasionales o sus “maridos”, de los levantes callejeros, el argot gay que ya usaba el atrevido femenino para auto referenciarse y de las estrategias que se utilizaban para seducir a los “chongos”. En esta parte, Ballvé, Brilla y Sonia deambulan por una Buenos Aires sensual, el llamado “yire” en Argentina, a la caza del placer de los encantadores cadetes en una aventura por momentos peligrosa que da cuenta del triunfo de Eros sobre Tánatos. Eso sin prever las consecuencias ni imaginar el costo que tendrá para sus vidas: la otra y dolorosa caza policial de que serán víctimas. Es asimismo un desfile de encantadores personajes de la noche, de locas, travestis y proveedores de varones como Jorge Olchansky, llamada Celeste Imperio, también luego tristemente detenido y condenado a prisión.
Los nombres del “escarnio”
De manera más o menos adyacente circulan nombres que resultan intolerables para el mundo del poder o de la cultura aún hoy. Así, ocasionalmente acompañan algunas correrías amatorias de los protagonistas personajes como el peruano Eduardo de Crumpien o el británico Geoffrey Wallace Gilmour. El primero fue vinculado sentimentalmente con el Príncipe de Gales, luego Eduardo VIII, el rey que escandalizó al mundo al abdicar por amor a una mujer divorciada. El segundo, estaba relacionado con Jorge, el Duque de Kent (hermano menor de Eduardo VIII), amante de dramaturgos famosos y abiertamente gays como Noel Coward y del bellísimo José Evaristo Uriburu Roca, nieto de dos presidentes de Argentina. También es implicado, mandado a detener y considerado prófugo el diplomático y gloria de las letras chilenas, Benjamín Subercaseaux, que, oportunamente advertido, logró escapar a Montevideo.
Las fotos del escarnio
Y, finalmente, la fruta del postre: Demaría accedió a más de doscientas fotografías del expediente. Si bien las célebres fotos de los cadetes fueron quemadas por su propio autor, alertado de que su departamento iba a ser allanado, sobrevivieron imágenes de decenas de obreros, lecheros, canillitas, albañiles, pintores, pescadores, lavadores de autos, gasolineros, boxeadores, granaderos y soldados desnudos o semidesnudos, solos o en grupos, sonriendo provocativa o alegremente, en poses sensuales o relajadas con epígrafes detrás que dan cuenta del lugar del levante callejero y a veces algún otro detalle: “Buenos Aires. Invierno 1942. Kike. Levantado de un tranvía yendo en el auto con Pico y unos conscriptos” o “Invierno 1941. El muchacho de grandes cualidades”. Hoy constituyen un documento histórico imprescindible. Afirma Demaría: “Si se quiere, las fotos crudas de Ballvé Piñero, con sus muchachos de barrio, orgullosos de sus físicos de trabajadores, con sonrisas desafiantes, anticipan ese movimiento de masas que consolidó el peronismo, apenas tres años después”. Las fotos involucran también a personajes famosos como el futbolista de la época de oro de River, José Manuel “El Charro” Moreno.
Las consecuencias del terrible affaire fueron largos años de prisión para los implicados, exilios, la baja de varios cadetes y conscriptos y hasta un trágico suicidio: el de Duggan en Río de Janeiro tras purgar la pena. El mal llamado escándalo de los cadetes, silenciado en tanto afrenta que ponía en tela de juicio la moral y la “virilidad” de las Fuerzas Armadas, o justificado porque “al existir las ley de profilaxis y no tener acceso a las prostitutas los varones no tenían donde descargar”, según los testimonios, pero aludido como motivo de golpe militar, encontró en Demaría por fin, después de casi ochenta años, el cronista que precisaba. Las fotos, en manos de la Justicia, esperan aún ser liberadas para formar parte del patrimonio cultural.//∆z
Esta nota es una reversión de otra publicada anteriormente en Página/12