La reedición de un libro escrito por Sam Shepard en los ’70 es la excusa para hablar de la gira Rolling Thunder Revue, una caravana itinerante de músicos que Dylan lideró por el interior de los Estados Unidos.
Por Matías Roveta
El 14 de febrero de 1974 Bob Dylan tocó ante más de diez mil personas en The Forum, un microestadio ubicado en la ciudad de Inglewood (California). Fue el cierre triunfal de su gira de regreso junto a The Band, con la que convocó multitudes luego de estar casi ocho años alejado de los conciertos (y de la vida pública en general, más allá de unos pocos shows puntuales en 1968 y 1969) a raíz de su famoso accidente de moto de julio del ’66.
“El astro del pop Bob Dylan salió despedido de su moto mientras daba una vuelta cerca de su casa de Woodstock (Nueva York)”, cuenta el escritor Paul Williams en Bob Dylan, años de juventud (2004) sobre ese hecho que tuvo lugar apenas el músico volvió de girar por Inglaterra junto a The Band. “Siempre artista, él reconoció en eso una oportunidad para poner fin al mundo tal como lo conocía hasta el momento, y no titubeó ni un instante”, profundiza Williams. Más allá de las consecuencias o de la gravedad del accidente (los detalles, fiel al estilo de Dylan, son poco claros y herméticos), el músico decidió recluirse en su casa de campo en Woodstock, hacer vida de familia y virar hacia el country rock —con John Wesley Harding (1967) y Nashville Skyline (1969)— luego de lo que había sido su conversión eléctrica al blues y el rock and roll con Bringing It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y Blonde on Blonde (1966). Y, sobre todo, decidió además dejar de tocar en vivo.
Esa ecuación cambió en 1974 cuando Dylan convocó a sus viejos laderos de The Band, con quienes había grabado el maravilloso Planet Waves (1974) luego de una serie de discos desparejos a comienzos de los ’70: después de más de un lustro de misterio, el músico llenó estadios junto a quienes lo habían acompañado en esa mítica gira de 1966 (la del famoso grito “judas” en un show de Manchester de parte de una persona del público que no toleraba que Bob no hiciera más folk acústico de protesta) y dejaron un documento de los shows con el disco en vivo Before the flood (1974).
Pero a mediados de 1975 Dylan quiso cambiar una vez más. Para ese entonces, Bob vivía en un departamento de la zona de Greenwich VIllage en Nueva York y —mientras trabajaba junto a Jacques Levy en las canciones de su próximo disco, Desire— la leyenda cuenta que pensó en un nuevo concepto de gira mientras escuchaba los continuos truenos de una tormenta copiosa de verano. Pero ese era apenas el disparador inicial para el nombre de su mítica Rolling Thunder Revue, con la que recorrió —en su primer tramo— pequeñas ciudades de Nueva Inglaterra en el otoño de 1975: la verdadera idea detrás de ese nuevo tour era volver a tocar para audiencias más chicas y poder así recuperar parte de la intimidad que a él le gustaba recrear en la atmósfera de sus conciertos. Un nuevo volantazo con el que quería alejarse de los foros masivos que habían ardido durante su última gira con The Band. Iba a tocar en gimnasios, diminutas canchas de tenis, bares, teatros desconocidos y pequeños escenarios improvisados en algún hotel perdido, en ciudades donde nunca lo habían visto tocar. Y todo, con precios accesibles.
Esa intimidad que Dylan anhelaba es posible rastrearla en The Bootleg Series Vol. 5: Bob Dylan Live 1975, The Rolling Thunder Revue (2002): sobre el final del segundo disco, Dylan toca “Just Like a Woman” a pedido de alguien ubicado en las primeras filas; un rato antes, parece haber un deja vu del judas affaire cuando un fan exige una canción de protesta y Dylan responde “yeah, this is a one for you” de forma irónica, antes de dar paso a “Oh, sister”, una canción de amor para su esposa Sara Lownds.
Y eso era recién el comienzo, porque la Rolling Thunder Revue no era una simple gira de rock. Para tocar en esas ciudades rurales, destinos playeros fuera de temporada o pequeños reductos alejados de las grandes metrópolis Dylan convocó a una selección de estrellas y amigos: un público con poca experiencia y extasiado ante la posibilidad de ver arriba de un escenario al propio Dylan junto a Joan Baez, Joni Mitchell, Roger McGuinn, Mick Ronson, T-Bone Burnett o Ramblin’ Jack Elliot. Y, además, Dylan quería filmar una película durante la gira: para ello contactó al escritor, actor y dramaturgo Sam Shepard para que se encargara del guion y los diálogos para las distintas escenas de ficción que se alternaban con entrevistas e imágenes de los shows.
Shepard se sumó al micro de la gira y se embarcó en el proyecto que finalmente redundó en el film de tinte surrealista Renaldo and Clara (1978), escrito junto a Dylan y dirigido por el propio músico. Pero Shepard también aprovechó la ocasión para escribir un libro, Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera, publicado originalmente en 1977 y reeditado por Anagrama primero en 2006 y luego en 2018. Se trata de una fabulosa y divertida colección de crónicas que narra todo el primer tramo de la Rolling Thunder Revue (entre octubre y diciembre del ’75) y que lo tienen a él como partícipe principal al intentar rodar con relativo éxito las escenas delirantes que tenían lugar entre los distintos shows.
Shepard cuenta su primer encuentro con el músico antes de que la gira partiera desde Nueva York: Dylan le preguntó si había visto alguna vez Les enfants du paradis (1945) o Tirez sur le pianiste (1960). Ese era el tipo de película que quería hacer. Pero la cosa empezó a mutar sobre la marcha: “Hemos abandonado la idea de desarrollar una historia cinematográfica bien pulida o incluso un guión de rodaje por secuencias, puesto que es evidente que estos músicos no van a gastar su tiempo libre en memorizar unas frases (…) Así que viramos hacia la idea de improvisar escenas en torno a situaciones sueltas”, explica el autor. Así las cosas, Shepard cuenta cómo todo tipo de situación podía convertirse en una potencial escena para el film y que todo el tiempo estaba a la caza de posibles locaciones para distintos momentos de la película: un paseo al restaurante de una gitana apodada Mama derivó en Joan Baez tocando versiones de sus canciones con una guitarra acústica y acompañada por la anfitriona, que le regalaba sus vestidos a la cantante (Baez luego homenajeó a la mujer al inicio de “Mama, you been on my mind”, del disco The Bootleg Series Vol. 5…), y filosos diálogos cruzados entre Dylan y la propia Baez que improvisaban ficción con mucho de realidad sobre la vieja historia de amor que pesaba sobre ellos (“¿Qué hubiera pasado si nos hubiéramos casado, Bob?”, le dispara la cantante a un Dylan nervioso ante las cámaras).
En otra oportunidad, por ejemplo, Dylan y Allen Ginsberg (invitado a la gira y abocado a abrir algunos shows con recitados de su poesía) visitan en Lowell la tumba de Jack Kerouac e improvisan un blues delante del equipo de filmación, al tiempo que descubren una cinta inédita del escritor fallecido. Sobre esa especie de troupe artística multipropósito (más que una gira de rock, se trataba de una “peregrinación”, escribe Shepard), el autor deja el prólogo en manos de T-Bone Burnett, quien lo resume de forma brillante: “Nos divertíamos más de lo que permite la ley. Mucho más. Era un autobús repleto de músicos y cantantes y pintores lanzado a toda marcha a altas horas de la noche, haciendo una película, escribiendo canciones y tocando uno de los rocanroles más incendiarios, intensos e inspirados de antes o de después”.
Shepard cuenta en una de las mejores crónicas del libro una anécdota que sirve para pintar de cuerpo entero a la Rolling Thunder Revue: en un pequeño show en la sala de recepción del Hotel Seacrest de Falmouth (Massachussets), primero Ginsberg recitó un poema sobre su madre que emocionó a las pocas señoras presentes y luego Dylan apeló solo a un piano de cola para tocar ante un público diminuto una versión encendida de “A Simple Twist of Fate”. “En cinco minutos, aquel lugar hecha humo”, dice el autor, y concluye: “Si es capaz de hacer esto aquí, en el puro invierno, en un hotel de la costa fuera de temporada (…), no es ninguna sorpresa que pueda conmover a toda la nación”. Ese afán de transformarse en escena (“Esta es la verdadera magia de Dylan; dejando de lado su genio lírico, hay que contemplar la transformación de energía que lleva dentro”, escribe Shepard), de tocar para unas pocas personas con la misma intensidad que si estuviera en un estadio, o la sensación de disfrutar cada instante: esas parecen ser las constantes en cada uno de los shows de la gira.
El cansancio por el trajín de los viajes, los problemas de logística para rodar escenas, la improvisación constante ante la falta de un plan cinematográfico sólido, el sentirse aislado dentro de los hoteles o el simple hecho de extrañar a su familia son algunas de las razones que Shepard enumera como problemas a lo largo del camino. Más allá de los discutibles méritos de Renaldo and Clara (un extraño film de casi cuatro horas de duración que mezcla escenas actuadas y una trama por momentos difícil de seguir junto con entrevistas y shows en vivo), está claro a lo largo del libro que el principal mérito de la Rolling Thunder Revue fue su música. Dylan —en plan líder de una caravana gitana e itinerante— viajaba por momentos en su propia casa rodante, subía al escenario con máscaras o maquillaje blanco (en parte influenciado por Mick Ronson, convocado como guitarrista líder para la gira luego de sus años glam junto a David Bowie) y estaba en un momento de gloria musical absoluta: venía de editar su disco clásico Blood On The Tracks (1975) y, al comienzo de la gira, ya tenía terminado Desire (1976), otro punto altísimo de su discografía en los ’70. Buena parte de los setlist de cada show se centraban en las canciones de esos dos discos, junto a una generosa selección de sus himnos del pasado. Pero la clave de todo es la banda que armó Dylan: “Aún cuando la promoción previa en los medios afirma que la Rolling Thunder Revue es una vuelta a los sesenta, no es así como ahora mismo lo vivimos. Ahora mismo, hay música derramándose sobre nosotros. Una banda de ases aquí mismo en el puro presente (…) Su capacidad musical no admite dudas. Cada uno por su cuenta podría cargar con una década completa de rock and roll, country/western, boogie-backstep, lo que quieran…”, explica Shepard.
La interacción que logran todos esos pesos pesados juntos es total y es irresistible perderse en ese magma de sonido que logra la mezcla de los punteos melódicos de Mick Ronson con su guitarra eléctrica, la nostalgia de la pedal steel guitar de David Mansfield y el embrujo hipnótico del violín de Scarlet Rivera, buena parte de la base sonora del grupo. En The Bootleg Series Vol. 5: Bob Dylan Live 1975, The Rolling Thunder Revue (2002) es posible identificar varios puntos altos. Dylan, fiel a su estilo inquieto, comandando en formato banda completa nuevas transformaciones de sus viejas canciones (“A Hard Rain’s A-Gonna Fall” convertida en un vigoroso blues rock o “It Ain’t Me Babe” sonando como un delicado mid tempo eléctrico con guiños reggae); pero también solo ante el público y armado con su guitarra acústica y su armónica (pocas veces su voz sonó tan limpia y conmovida como en las versiones de “It’s All Over Now, Baby Blue” o “Love Minus Zero / No Limit”), o acompañado a dúo por Joan Baez (“Blowin’ in The Wind”) y Roger McGuinn (“Knockin’ on Heaven’s Door”).
El momento de la carrera de Dylan era también particular por otros aspectos, y había algunos frentes de batalla abiertos. Éste es el período en el que la musa inspiradora definitiva de Bob —su esposa Sara— generó algunas canciones inolvidables. El matrimonio había atravesado una crisis y separación momentánea —que Dylan plasmó en dolor, melancolía, rencor y despecho en buena parte de Blood On The Tracks— para luego transitar una breve reconciliación —patente en las canciones de amor de Desire— hasta llegar al divorcio definitivo en 1977. Sara actuó en Renaldo and Clara, acompañó a Dylan durante buena parte de la gira y fue testigo de los vaivenes emocionales de su marido: del cálido homenaje y la nostalgia con la que carga la letra de “Sara” —el cierre perfecto de Desire, en donde Dylan rememora recuerdos pasados junto a su esposa y sus hijos— al ataque venenoso y despiadado de “Idiot Wind” (arma central de Blood On The Tracks), en la que el cantante le dice a su pareja directamente que es una idiota. Ambas canciones fueron una fija durante la gira —con Sara en algunos shows presente en el público y como destinataria de ese combo explosivo de amor/odio—, como también lo fue “Hurricane”, la epopeya de ocho minutos incluida en Desire que Dylan escribió en defensa del boxeador negro Rubin Carter, condenado injustamente por homicidio en un juicio plagado de irregularidades con testigos falsos y tintes racistas.
El libro de Shepard termina con el show benéfico en honor a Carter que la Rolling Thunder Revue organizó en el Madison Square Garden de Nueva York el 9 de diciembre de 1975 ante 14 mil espectadores: era el cierre del primer tramo de la gira (el segundo tramo tendría lugar entre marzo y junio del ’76) y el acto en sí rompía con la lógica de shows íntimos que el tour tenía como objetivo. Pero la ocasión lo ameritaba: Carter era inocente y Dylan quería estar a la altura. Shepard se encontró a solas con Dylan en su camarín al término del show: “¡Han absuelto a Rubin! ¡Estará afuera en Navidad!”, dijo extasiado el músico. Shepard escribe: “Soy el único que está allí y no sé qué decir. Simplemente nos miramos el uno al otro. Desearía tener algo que responderle pero no encuentro nada. No me sale nada. (Dylan) se da la vuelta y vuelve a marcharse corriendo por la puerta”. //∆z