Hablamos con el escritor sobre su obra en profundidad, el proceso creativo, cómo se escribe para ganar un premio, la verdad, el caos, el tiempo y la cuarentena por el COVID-19. 

Por Walter Lezcano

Esto es una performance textual. Decidimos utilizar el género entrevista para darle un marco. La situación que vivimos lo pide, lo exige. Hay que buscar nuevas maneras de encarar los viejos formatos. En tiempos de pandemia mundial y aislamiento obligatorio en Argentina, con Bob Chow decidimos dialogar sobre su obra de un modo distante pero representando una cercanía y proximidad. Lo hicimos por mail, de a una pregunta a la vez, con la posibilidad de recrear la espontaneidad del encuentro personal. Llevó varios días pero fue una gran experiencia. Reveladora. En ese sentido es una performance: resignificar la distancia y reinsertar el cuerpo en zonas de creatividad para descubrir que, al fin y al cabo, estamos metidos en un mismo tiempo, en un mismo espacio.

El corpus de novelas de Bob Chow, de quien no se sabe nada de su vida personal, lo que es muy saludable y único, a esta altura del almanaque representa un ente anómalo dentro de la literatura contemporánea argentina. Esta es la primera vez que dialoga sobre ella en profundidad.

AZ: Sacaste varios libros en poco tiempo. ¿Qué significa para vos la publicación dentro de tu proceso creativo? ¿Qué representa para vos la instancia de publicar novelas?

Bob Chow: Sería muy generoso decir que hay un «proceso creativo», pienso en un proceso más torpe, con consecuencias irremediables, a largo plazo. Está probado, no he sido lo suficientemente creativo ni rápido como para que mis libros se exporten a Uruguay. Las editoriales grandes me han eludido. Desde el corto punto de vista que me toca, en este momento publicar es más o menos como comprar un ticket para un juego de kermés, no hay expectativas sobredimensionadas, una pequeña sonrisa lateral tipo Mona Lisa tal vez.

AZ: ¿Cómo llegás a publicar tu primera novela y qué te interesaba del mundo de la literatura? ¿Qué tenías ganas de lograr con ese primer texto?

BC: Hace mucho tiempo que mi trabajo consiste en mirar una pantalla y teclear. En los tiempos muertos, cuando los clientes no me pedían cosas insufribles, empecé a escribir un blog, “Cero Comments”, haciendo un mix de lo que me gustaba de Internet, «mis lecturas». Incluso, el nombre Bob Chow está influenciado por la existencia de un tal Bob Dobbs, el líder espiritual entre boludo e incomprensible de la Iglesia del SubGenio. Así conocí a Carlos Busqued, que tenía su propio blog medio extraño y más denso; nos hicimos amigos. Carlos tenía un proyecto bastante delineado: «teníamos que hacer algo con la literatura» para que «nuestro talento nos permita codearnos con gente de niveles más altos, por ejemplo, Frank Zappa». Me entró curiosidad y terminé tecleando El momento de debilidad (Nudista, 2014), mi primera esperanza en la literatura, el pasito del lenguaje sintético del blog al papel. ¿Qué tenía ganas de lograr? Viajes, dinero, amor, sexo oportunista, saludar con el codo a Frank Zappa. Ahora hasta a mi hijo lo tengo que saludar con el codo.

AZ: ¿En qué consistían esas “lecturas” que mencionás? ¿Y cómo fue tu método de laburo de esa primera novela?

BC: Recuerdo que en esa época, la de «la caída de De la Rúa», cuando la Internet recién se acomodaba, ya tenía una ventaja competitiva. La red me había llamado la atención desde su grado cero. Mi hermano tuvo probablemente uno de los primeros módems telefónicos de la Argentina; hacía unos ruidos como del Apolo XI y transmitía meras listas de txt en diversos tonos de gris (mi hermano pionero terminó internado en un psiquiátrico, fin de la historia). Yo leía «agreggation sites», más listas de ciencia del borde y cosas estrambóticas, como Slashdot, Fark, Boing Boing, para luego hacer una propia mezcla en el blog, una síntesis no muy hegeliana, bajo los efectos del chupi. Nunca se me ocurrió llamar «laburo» a escribir, en primer lugar no me da ni para que coma la tortuga. Escribir se me arma más como un ejercicio de esnobismo recreativo, en el que no está claro si me lo tomo en serio o en joda. Circulo por esa frontera que es un poco el modo en que percibo «lo dado» («la realidad»). Laburo me suena más a pedalear llevando comida chatarra por las casas, atender una casilla de peaje. En el El momento de debilidad no hubo laburo, solo debilidad.

AZ: En ese sentido, ¿te interesaba contar una historia o te ibas dejando llevar por la musicalidad de la frase, digamos?

BC: Para mí, lo peor es el narrador, el que quiere llevarte a algún lado con su anécdota, el cuentito que se les lee a los niños para que se duerman. Si el camino está tan claro, me duermo también. Prefiero lo que los montañistas llaman «el camino alemán», el imposible. En una novela se puede operar desde más niveles: las palabras, las frases, los datos que se eligen, cómo se los combina; la trama que simule conectarlos, paso a paso, ferozmente. Pensemos en la torre Eiffel, en las jirafas en llamas de Dalí, en la Marcha turca de Mozart, ¿hay una historia? ¿Hay musicalidad? Yes is the answer!

AZ: ¿Cómo pasás de ahí a El águila ha llegado (Nudista, 2015) que viene un CD? ¿Cómo articulás el disco con la novela?

BC: El Águila ha llegado fue en verdad mi primera novela, el primer cuaderno de jardín infantes. Le soplaron a Martín Maigua de editorial Nudista que yo tenía algo «realmente bueno», El momento de debilidad, y el gran Maigua tuvo la audacia de hacer un contrato por las dos novelas de un saque, teniendo en cuenta que El Águila ha llegado era una novela con un CD. Dos industrias fundidas, la musical y la del libro, en un solo paquete suicida. Hace unos días, cuando se liberó El Águila, me hizo un poco de ruido cierta anticipación sobre la deshonestidad de China, el protagonismo internacional del bizarro pangolín y el médico de pestes que porta su protobarbijo con forma de pico de ave. Quisiéramos interpretar qué es el presente, qué es exactamente lo que estamos viviendo. Por otro lado, se podría decir que soy un «músico» semifracasado que escribe para poder exponer sus canzonettas. En La máquina de rezar utilicé el mismo truco, quiero decir, fracasé en la misma ley. Mi fracaso se restringe al arte, con las mujeres creo que he tenido mucha suerte, tal vez, demasiada.

AZ: Está bueno que menciones a La máquina de rezar. Porque se produjo ahí una apertura y empieza, visto desde afuera, otro que serían La máquina de rezar con Todos contra todos y cada uno contra sí mismo (La Bestia Equilátera, 2016). ¿Lo ves así? ¿Cómo lo percibís vos? ¿Te interesa la idea de proyecto de obra?

BC: No pienso nada como unidad, «proyecto de obra», no tenemos prueba alguna de que el universo sea «uno», ni siquiera tenemos «un mundo», una idea absoluta de lo que es el mundo, sino una multiplicidad de percepciones de lo que pudiera ser el mundo (incluyendo la de las abejas, la de las talofitas, etc.). La máquina de rezar, tiene, además de literatura del yo —mis permanentes viajes a Holanda mientras duermo en un colchón sin cama— cierta digestión, por no decir robo artero, de especulaciones de la filosofía continental, en particular de Žižek. La máquina de rezar fue un proyecto que partió de un tal Denis Fernández, santo de la melancolía, quien me dijo por Facebook, “che, quiero publicar algo tuyo, me constituyo como editorial no hippie”. Todos contra todos y cada uno contra sí mismo podría ser mi mayor logro convencional. Tuve la suerte de ganar un concurso internacional con Chitarroni en el jurado. También es verdad que escribí esa novela «para ganar» y tengo la impresión de que ese leit motiv no les gustó tanto a los que me dieron el premio.

AZ: ¿Cómo se escribe “para ganar”?

BC: Lo debería poder probar, porque mi pequeño «proyecto» al escribir para el concurso de La Bestia Equilátera fue «ganar» y gané. Se me ocurrió no meter nada de drogas ni extraterrestres, menos fragmentación y desconcierto, oraciones un poco más largas, una historia de amor entre un aventurero y una rubia intelectual en un entorno peligroso y selvático. Obviamente, tuve suerte (la suerte de que Chitarroni estuviese en el jurado). También me quedo con la impresión de que los otros ochocientos cincuenta participantes internacionales no eran exactamente Conrad. Obviamente, tuve la receta, solo aquella vez. Encontré lo que quería, pero lo volví a esconder.

AZ: ¿Qué lugar ocupa en todo esto Chocar el mono (Clase Turista, 2017) ¿Fue escrita después de ganar el premio? ¿Cómo se escribe después de triunfar?

BC: Después del premio creí tener ciertas puertas allanadas. No las tenía. Chocar el mono, un «policial antropológico», no hizo otra cosa que chocar en el mal sentido, contra un árbol, en un descampado. La leyeron en Random House y, cuando parecía que se publicaba, alguien (o algo) dijo no. Agrandado, después de triunfar, había creído que podía atacar con lo más extraño, que me podía tomar licencias aunque solo funcionaran en mi cabeza. Al final la publicó ed. Clase Turista, en una especie de colección secundaria, con el tamaño de letra más pequeño posible. No recuerdo haber leído una sola reseña. No hubo ni medio reportaje. No sé si alguien la leyó siquiera.

AZ: La respiración de tus textos parece estar más cercana al formato de la novela. ¿Cómo te resultó y cómo te sentiste al escribir los cuentos de Mañana será diferente (La otra gemela, 2018)? ¿Hay algo del género que te resulto interesante, atractivo, por afuera de tu radar?

BC: Acepté el pedido de la editorial, me sentí como siempre. Pero esa fue otra experiencia de repercusión cero, cero comments. Tengo aún más rechazo por los cuentos que por las novelas. Es una paradoja que el mejor escritor argentino haya sido un cuentista.

AZ: En Invierno de impacto (Entropía, 2019) parecés explorar la idea de familia como infierno. ¿Tenías ganas de contar algo de eso o surgió de modo imprevisto?

BC: ¿Eso di a entender en Invierno de impacto? Tan solo exploté literariamente unos meses de desgracias y problemas, he tenido buenas convivencias familiares y si de algo no me arrepiento es de tener hijos. Es verdad que cuando me separé no querían verme y nunca quedó muy claro por qué. Ahora estamos bien. Lo que no termino de entender es por qué nos replicamos como bacterias hasta consumir todos los recursos del planeta. No entiendo qué es este fenómeno anormal llamado vida que ocurre solo en esta biósfera.

AZ: Viendo los libros que publicaste, ¿te interesa abordar ciertas temáticas o son textos que surgieron de la improvisación del momento? Porque me parece intuir que hay algo con tres cuestiones: la verdad, si es que eso existe, el caos y el tiempo no cronológico sino la superposición de instancias temporales. Pero vos dirás.

BC: De estas tres que mencionas me quedo con las ganas de representar la existencia en su largo espectro, no conformarse con lo que parece «obvio» ni lo que espontáneamente capta una mente humana. El planeta ya experimentó seis extinciones masivas. Donde ahora estacionan los colectivos de la línea 42, antes descansaban gliptodontes y lo que ahora consideramos civilización hipertecnológica podría ser la Edad de Piedra para las supermáquinas del futuro. Esos, acaso ingenuos, ensayos panorámicos afectan la idea de qué es lo verdadero en el ser humano y en la existencia, que hasta donde tenemos noticias, es solo una curiosidad para Homo sapiens. Los sapos, los virus, los caballos, las piedras, no tienen una representación del mundo, no tienen idea de existir o de ser entes en un universo cuyos bordes se esfuman por donde uno lo mire; en lo ultrapequeño y en lo ultragrande. Como Homo sapiens que asumo ser quisiera que fuese preocupación mundial humana cruzar esos límites, ver qué hay detrás de esa gran montaña.

AZ: Hablando de extinción. ¿Cómo estás viviendo la cuarentena, el aislamiento, las noticias de la pandemia?

BC: Podría sonar pedante o misántropo: esta situación livianamente distópica me encanta, me siento como pez en el agua con el principio de incertidumbre de Heisenberg aplicado a si voy a poder ir a la verdulería mañana; la ley me prohíbe a ver a mi novia o ir al gimnasio. ¡Al fin vacaciones! Tengo un poco más de tiempo para leer y tocar la guitarra. No, no me divierte el desfile de sarcófagos pero los yetis bajan de las montañas, las focas se arrastran por la peatonal vacía, el aire es más puro, nadie está con muchas ganas de hacer el trencito de la alegría, la economía está groggy, toda esa nerviosa maquinaria de repetición de lo mismo reculó ante un amorfo rejunte de plásmidos. Tengo confianza de que no aprenderemos casi nada, tal como lo viene demostrando la historia. Pronto estaremos reemplazando bosques por alfombras de carbón, pronto recuperaremos los niveles de dióxido de carbono criminales de dos millones de años atrás solo para hacer bolitas de plástico, pronto, muy pronto, crearemos las condiciones para experimentar infiernos sostenibles, más intensos, más devastadores. Y siempre sin tener la menor idea de para qué.

AZ: ¿Tenés alguna misión como escritor? ¿Qué es para vos la literatura?

BC: Desde la época de RAMA, el grupo de contactistas místico-filoextraterrestre, de cuando tenía diecisiete y aún no había terminado el colegio, que no tengo misión. Cierta vez, cayó un tipo a las reuniones diciendo que «era un científico de Júpiter desactivado» y pretendía que, a través de nuestras «comunicaciones» con los guías extraterrestres, le recordemos su «misión». En el mejor de los casos, si tuviese una misión —salvo efectivamente un misionero, o un piloto de guerra, no sé quién pudiera tener una misión y qué sería— espero entonces que me activen para que la recuerde. El arte de la expresión verbal, la literatura, resultó para mí un gran, acaso noble, entretenimiento con un espectro amplio de experiencias placenteras, frustrantes, extrañas. Me permitió la amistad de muchos freaks, el acceso a mujeres que quizá no hubiera tenido manejando un taxi, viajes a congresos donde expuse dudosas ideas y tal vez también un aceptable modo de tramitar duelos, pérdidas y deseos imposibles.//∆z