Prietto es el nombre del noveno álbum del compositor y guitarrista de Los Espíritus: doce canciones que llevan su talentosa obra solista hasta extremos insospechados.
Por Sebastián Rodríguez Mora
Foto de Florencia Videgain
Corría febrero de 2015 y Maxi Prietto le explicaba a Santiago Segura qué sentía respecto a su carrera solista y en especial sobre su nuevo proyecto: “Es que todavía no sabemos bien de qué se trata, no tenemos cerrada una lista de canciones. Con el disco de boleros que saqué [La Última Noche] quedé disconforme. Lo hice en enero de 2013, estaba en Capital sin nada que hacer, tenía ganas de estar de vacaciones, hacía calor… y para tratar de pasarla bien acá se me ocurrió grabar boleros porque estaba escuchando eso todos los días (…) Pero no me lo tomé como si estuviera haciendo un disco, era una especie de juego; algunos me gusta cómo quedaron y otros no tanto. Entonces estaría bueno grabarlos otra vez y con una banda. Lo mismo me pasa con casi todos los discos solistas que hice, salvo en Casa y Casa II que hay una especie de producción; en los demás es todo muy espontáneo. A mí siempre me gustó eso, pero ahora me gustaría rescatar algunos temas, armarlos con una banda y darles un lugar, un respeto que no les di.”
Apenas horas después de publicada esa entrevista en nuestra amable competencia, quien escribe estas líneas concurrió al Matienzo para cubrir un Festipulenta que tuvo a la nueva formación de Prietto en escena, reemplazando a Fútbol. A riesgo de entrar en el cenagal de la egolatría, quien escribe habló maravillas de la performance del grupo, comparándolo con el Dylan de las Basement Tapes y Nashville Skyline. Algo ocurría en el interior del menudo guitarrista y cantante, los instrumentos para medir ciertas variables musicales ofrecían lecturas esperadas pero que se salían de escala. Noviembre pasado abrió con la aparición de Prietto, vaga manera de designar un disco, del mismo modo que le ocurre a ciertos artistas que dejan todo en la alquimia del estudio y que la tapa diga lo que se le cante al productor y el sello, o mejor que por lo menos diga mi nombre. Esto, cabe aclarar, no va en detrimento de la placa; al contrario, es probable que la homonimia sea una marca de orgullo sincero ante lo que tal vez haya sido el mejor disco argentino del año pasado, junto a los de Mi Amigo Invencible y Fabricio Morás. ¿Por qué Maxi Prietto, institución de la escena independiente argentina, esa que combina precariedad con talento en proporciones no muy equilibradas en todos los casos, habría querido llamar con su apellido a su mejor disco solista? La pregunta se responde sola.
Grabado en El Attic (General Rodríguez) –acompañado por Pipe Correa de Los Espíritus en batería, Damián Manfredi en contrabajo y Miguel Tennina en piano- contiene doce canciones sobre las que mucho hay para comentar. Al menos cuatro de ellas ya estaban presentes en alguno de sus ocho discos solistas hasta la fecha. Escuchándolas podemos ubicar retazos del camino que lleva a la conformación de Prietto, tal y como EEUU buscaba la ruta Ho Chi Minh entre la espesura diabólica de la selva vietnamita.
“Error Blues” aparecía ya para 2010 en Casa II – La Sartén Lavada y el Lado Crudo como una bola algo desordenada de armónica, bongó y bajo en franca improvisación. Prietto conserva la intención chamánica pero la reorganiza hacia una banda de Nashville; la sesión de espiritismo original es ahora una recia estructura de contrabajo pincelada con su guitarra acústica apenas distorsionada en diálogo con el piano de Tennina que reluce negritud elegante. Se refuerza la madurez sonora que aplaca la escucha: “Tropecé con Buda, tropecé con Jesús / no hay ningún camino que me lleve a la luz”.
Un poco más temprano en el disco, “Esmeralda” mueve las caderas de un público invisible a fuerza de las maracas de Correa y el contrabajo de Manfredi, mientras la cadencia abre espacios para el piano. Proviene de un disco de 2013 también llamado Esmeralda, donde Prietto juega a solas con una garota de Ipanema en su guitarra. La playa y el agua de mar, un tema básico para los humanos de Capital que no sabemos para qué sirve el río enorme que nos bordea, es el ground zero de sus figuras poéticas y se repetirá en muchas de sus canciones más introspectiva. Quizás sea la canción más similar entre original y reinterpretación de las presentes en Prietto. Un detalle: Esmeralda es el nombre de su hija.
En Esmeralda también figura “Perro de hospital”, una canción que suena a Brother, Where Art Thou?, esa película de los Coen en la que George Clooney, John Turturro y Tim Blake Nelson escapan de una cárcel sureña y cantan –entre muchas otras peripecias odiseicas- para poder comer. Prietto habla con un gesto de clarividencia humorística en esa letra: “Al igual que un linyera que mira un restorán / mirando fotos nuestras pasé la Navidad / Es una frase vieja pero es la verdad / Valoramos las cosas cuando ya no están.”
Acá todo suena a estadounidense negritud y blancura pobre, ¿podrá tolerar esa comparación el nacionalismo indie? Prietto es un blusero, un blusero del blús, como él suele escribirlo, una sutil corrección de la e que alarga la pronunciación de la u en inglés. Prietto recompone mínimamente, se diría que lija, barniza. Trabaja. “Sueños de Machagai” y “La 844”, dos maravillas instrumentales, dan cuenta de esa evolución.
La música negra, blanca y universal es una de las dos grandes influencias presentes. Tranquilos, soldados latinoamericanos, también hay lugar para el bolero. Así como Prietto hablaba de cierta disconformidad con el resultado final de La Última Noche, ese extenso álbum de covers a Luis Alfredo Jiménez, Álvaro Carillo et al., “Ay, Corazón” en Prietto se asemeja seguramente a la intención original. Hay una hondura de tristeza inédita en el disco, una tristeza más profesional y no por ello falsa. El contrabajo es el barman detrás de la barra en la que Dos Caras, borracho y perdido por el amor de una mujer que ya no está, canturrea “Que sea lo que la suerte quiera, / vivo tirando monedas que no puedo atrapar”. Una primera versión del tema ya estaba en Casa (2009). En la obra de Maxi las canciones van y vienen, se prestan al cambio y la reinterpretación.
Hasta aquí una aproximación al noveno álbum solista de Maxi Prietto. Quien escribe no quisiera meter más toscanos en las orejas de quienes lo escuchen. Nocturno, luminoso y gris como su arte de tapa, obliga a prestarle atención y a dejarlo como esas derivas por el algoritmo con el que YouTube encadena una canción tras otra mientras no prestamos atención, hasta que brilla un sonido o una estrofa suelta. Entonces giramos la cabeza para mirar la pantalla y averiguar quién es este que canta. Quien escribe insiste en creer que serán las canciones de Prietto.//∆z