La tercera temporada del spin-off de Breaking Bad reafirma sus puntos fuertes: un entramado narrativo basado en lo no dicho y buenos diálogos.

Por Hernán Ojeda

No sé qué podría decirse de Breaking Bad que no se haya dicho ya: que renovó y marcó a fuego el paradigma narrativo de las series modernas, que desarrolló como nadie la psicología de los personajes, que logró trazar el camino del antihéroe casi sin tropiezos, que es el ejemplo perfecto de que una serie popular puede tranquilamente tener un guion y una fotografía increíbles. Sin lugar a dudas, la creación de Vince Gilligan se erigió como un modelo incontestable de excelencia difícil de replicar y, más aún, de superar. Sin embargo, hubo alguien que se animó a proponerse como retador y desafiar al indomable derrotero de Walter White en todos estos campos: y no podía ser otro que el mismo Gilligan, y con un spin off del propio Breaking Bad.

Better Call Saul se presenta desde el mismo título como un producto directamente desprendido de Breaking Bad, haciendo alusión al slogan del chanta aquel de estética á-la golden age menemista que apareció por primera vez en el S02 E08 de la serie madre, también llamado así: Saul Goodman, un criminalista berreta que atiende casos de outsiders, reventados y delincuentes de baja estatura socio-moral y que recibe a Walt y Jesse para ayudarlos con el conflicto entre efectivo, metanfetaminas y la Policía de Albuquerque. Allí vemos desplegado un arsenal estético-retórico ventajista y casseteado digno de un infomercial que, en el spin off, comenzaremos a entender desde finales de la primera temporada e iremos fortaleciendo avanzada la tercera. En este sentido, el peso de tener que arrastrar la cruz victoriosa de Breaking Bad pareciera representar la peor de las cargas para el beneficiario en la sucesión; sin embargo, las andanzas del abogado turbio de Heisenberg logran desandar este camino y hacerse paso gracias a una de las herencias recibidas que sí: la narrativa.

Jimmy McGill: vivir en un permanente raisenfól

Un concepto atractivo de la lengua inglesa es el de Rise & fall: el auge y la caída, es decir, estar en el cénit incuestionable de la vida y, repentinamente-y sin otra posibilidad-, iniciar un estrepitoso descenso hacia las bajezas, la llanura, aquello que ya se creía superado. En este sentido podemos pensar en adaptar libremente -y sin autorización de la RAE, por supuesto- la idea del raisenfól, de ese estado permanente de vaivén entre el triunfo y el patetismo. Es allí donde radica el hado de Jimmy McGill, nombre original del Saul que conocíamos, aquí presentado como un abogado en estado embrionario, recibido a distancia en una universidad de dudoso prestigio, y padeciendo el derecho de piso del jurista sin bufete: defendiendo a indefendibles en nombre del Estado.

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Sin embargo, el derrotero de Jimmy lo lleva por una trayectoria que, tomando el clásico y algo trillado monomito de Joseph Campbell, podría considerarse una suerte de camino del antihéroe: recibe un llamado a la aventura desde unos papeles desechados que funcionan como elemento casi sobrenatural a la lógica clásica del relato jurídico, y le dan un sustento lógico a su autogestación como abogado de valor; encuentra en el bufete de su hermano Chuck, HHM, a los guardianes ante el umbral de superación dispuestos a trabar las operaciones; se topa con un mentor y guía en el otro bufete, al que llega y, más tarde, cae; se reinventa ante un reto y finalmente da con el abismo inevitable de la mitad de la S03, de la que no queda otra opción más que transformarse, erigirse en lo que este devenir lindante entre lo épico y lo patético permitirá. Jimmy, lo busque o no, destruye todo: cada paso que da conduce a un error semi-involuntario, un resbalón, clásico de este resbaloso Jimmy que constituye la génesis del personaje, el basamento chanta e inescrupuloso que, sin lugar a dudas, le da argumentos, pre-deconstruye al Saul Goodman que ya conocemos.

Crisol de protagonistas

Como bien mencionamos en la introducción, lo que sin lugar a dudas hereda de manera magistral Better Call Saul de su antecesora es la estructura narrativa. Este segundo prodigio de Vince Gilligan se encarga de potenciar las formas de contar, de llevar al plano cada ínfimo detalle de la historia. En primer lugar, hay un vaivén temporal logradísimo, que va y vuelve sobre la trayectoria de los personajes y refuerza los climas y tensiones de cada momento de la historia, sin por ello sobrecargarla; cada temporada, de hecho, comienza con breves escenas que presentan la vida de Saul post-BB, dándole lugar al relato analéptico de Jimmy McGill pre-BB y generando una sensación de completud que da a entender que a la gente detrás de esto no se le escapa absolutamente nada.

Los diálogos por momentos son exquisitos, punzantes, y no caen en lugares comunes ni verbalizaciones innecesarias, sino que prefieren decir lo necesario para alimentar la escena y dejarse completar por todo lo que la rodea. Este último punto es, sin lugar a dudas, lo que hace fuerte a la serie: su narrativa encuentra su fortaleza en la construcción de un entramado expresivo que incluye texto, fotografía, planos y, fundamentalmente, gestualidad y silencios. Hay en BCS una estrategia narrativa centrada en lo no dicho, en la ausencia de palabras, que lleva a la recepción a un plano de relevancia mayor: no hay nada masticado, hay mucho implícito y sujeto al libre albedrío del espectador, y por ello se acerca triunfalmente a la corriente de aquellas series que pueden considerarse no tanto dentro de la movida de las series televisivas como de la tradición de la novela americana, como es el caso de Mad Men, Six Feet, Under, Twin Peaks y, por supuesto, Breaking Bad.

En este aspecto, la construcción de los personajes pareciera haber sido una cuestión de estado para Gilligan y compañía, ya que si bien la historia gira en torno a Jimmy también nos encontramos con diferentes tramas (no tan) secundarias: en primer lugar, tenemos la historia de Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), uno de los puntos fuertes y más queribles de Breaking Bad que, sin dudas, se merecía también su desarrollo. La serie profundiza en la trama de Mike casi en paralelo, y de más está decir que no sobra ni un minuto en su historia, empezando por ser una suerte de verdugo de Jimmy en la S01, vinculándose luego de manera muy gradual. La historia personal, por otro lado, es de lo más interesante y permite entender a ese enigmático paria que conocimos años antes.

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Después tenemos a Kim Wexler (Rita Seehorn), uno de los grandes logros nuevos de BCS: lo que tiene de workaholic, alineada e impecablemente protocolar en lo jurídico lo tiene de caótica e incompleta en lo personal. Kim se presenta como un vínculo sentimental disfuncional para Jimmy y como un catalizador para los aspectos positivos del mismo, sin por eso ser un elemento de soporte; su trama está lograda en lo relativo a la psiquis, pero poco se sabe de su historia personal y, sin dudas, deja con ganas de saber un poco más.

Un personaje considerablemente necesario para esta serie es Charles McGill, Chuck (Michael McKean), el hermano mayor de Jimmy. Chuck es un abogado de gran reconocimiento, socio de la firma HHM en la que Jimmy inicia como empleado, que se encuentra retirado por una extraña alergia al electromagnetismo. El vínculo entre él y Jimmy es central en la trama de BCS, ya que es uno de los motores de la neurosis del protagonista y con quien se desarrollan algunos de los focos de tensión y conflicto que desencadenan en el abismo del personaje.

Otra figura que rescata esta serie y que genera una empatía inmediata es Nacho Varga (Michael Mando), uno de los matones de Hector Salamanca, ese que conocimos postrado y hoy vemos como un activo capo de una banda de traficantes -que en BB manejaba su sobrino Tuco, quien también aparece, pero es rápidamente corrido de la trama-. Nacho figura en BB de manera muy discreta, encapuchado, y es aquí refundado desde el archivo profundo para construir un personaje tan sólido como enigmático.

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El triunfo del buen contar

En síntesis, el fuerte de Better Call Saul, indudablemente, está en la búsqueda minuciosa de la perfección narrativa, en no descuidar la trama, pero tampoco la forma; en buscar un producto entretenido, pero no ridículo; en ser profundo, sin por eso caer en el vicio insufrible de la solemnidad. Uno de sus triunfos es el contarse a sí misma a paso lento, el de triunfar progresivamente y por puntos frente a la parafernalia voraginosa a la que estamos acostumbrados. La historia de Jimmy y todas las tramas que confluyen a su alrededor y paralelamente, los vínculos ambiguos que hay entre ellos, el morbo que genera el ya saber en qué cachivache perverso se va a convertir ese abogado sensible y culposo que vamos conociendo, lograron que la audiencia baje un cambio, se siente y preste atención a un producto de calidad, bien producido y que te exhorta a compenetrarte y ser parte de él. De esta forma, supera el peso de la herencia de su serie madre y se erige a sí mismo como paradigma televisivo. Nos espera otra temporada en 2018, ojalá siga por este camino.//∆z

https://www.youtube.com/watch?v=-MRQXsR5yY0