Una reflexión sobre las jornadas del festival de cine más sangriento y delirante que atrae más seguidores cada año

Por Mauricio Pérez Gascué

 

El Buenos Aires Rojo Sangre siempre es uno de mis festivales favoritos. Por cosas de la vida me fue imposible asistir a las tres ediciones anteriores y el reencuentro en esta XII edición fue doblemente satisfactorio: por un lado el placer personal de disfrutar “el cine que no se ve en otro festival” y por el otro, el encontrarme con un acontecimiento cinematográfico más maduro.

Esta edición (a ojo de quién escribe) fue todo un éxito en primer lugar por la cantidad de público. La última vez me tocó ir a las salas del desaparecido complejo “Tita Merello”, y a decir verdad la mudanza le sentó muy bien al festival. Desde las comodidades de las butacas del Monumental y la prolijidad en las proyecciones hasta el poder mantener el evento dentro de la mítica calle Lavalle, punto de encuentro de los viejos cinéfilos que años atrás desconocían los complejos modernos ubicados ahora en cada centro comercial. El fin de semana las salas reventaron de lleno todo el día (en algunas funciones hubo gente sentada en las escaleras de acceso) e incluso durante las funciones semanales -salvo las primeras del día- era difícil encontrar “claros” en la audiencia.

No soy partidario de que los festivales de cine se conviertan en eventos sociales donde pululan snobs y neófitos que con tal de pertenecer (o en todo caso de no quedar afuera de…) asisten con aires de jueces y jurados de oficio pero prestan mayor atención a lo que sucede en la antesala o en la butaca de al lado que en la pantalla misma. En el transcurso del BARS vi merodear a algunos de estos “personajes” y también los oí molestar durante las proyecciones. Sin embargo, será por la temática del evento, o por el espíritu del mismo, la cantidad de estos seres me resultó considerablemente baja (comparada con los otros festivales regionales) aún teniendo en cuenta las ediciones anteriores.

Por otro lado el festival ganó mucho en calidad, ya sea en las competencias de cortos como en las muestras de largometrajes. Salvo excepciones, me encontré con obras de muy buen nivel. Principalmente porque el formato digital aumenta en calidad año a año. Hace cinco ediciones atrás las competencias estaban compuestas por bloques de cortos dispares, en los que se alternaban buenas historias contadas con cámaras caseras cuya calidad llevada la pantalla grande molestaban al ojo con cortos en fílmico, o con un digital mucho más profesional que a pesar de guiones menos interesantes o peor narrados eran mejor recibidos por el público porque solo se veían mejor. Hoy en día, si bien sigue habiendo mucha disparidad de presupuesto sobre todo entre los cortos locales y los del resto del mundo en los que abundan grúas, carros de traveling, explosiones, incendios, etc. la calidad de la imagen final no deja de ser pareja y de un nivel bastante alto.

Lo que se cuenta recobra protagonismo al haberse eliminado de alguna manera la diferencia de calidad entre soportes y así el festival ganó en contenido también y en lo personal me dio mucho placer ver trabajos de la FADU sin nada que envidiarles a coproducciones extranjeras que evidentemente contaban con más recursos económicos.

De todas las jornadas cabe destacar la del sábado, que será probablemente una de las noches más recordadas en estos doce años del BARS: tras de 9 años de espera llegó el estreno de la tercera (¿y última?) entrega de la joya de la familia FARSA, Plaga Zombie: Revolución Tóxica. Realizada por el mismo equipo que hace 15 años dio vida a este maravilloso emprendimiento, el film pagó con intereses las expectativas depositadas por sus fans y cinéfilos varios con la película más delirante de toda la saga, con excesos, divertida, con muchos guiños para los fans pero por sobre todas las cosas muy bien filmada. Con un lleno total, más de media cuadra de cola para entrar a verla y con la presencia de las caras visibles de la productora independiente que desde el Oeste del conurbano bonaerense supo hacer historia en la cinematografía local. Se pudo ver también la entusiasta asistencia de la dupla Fernando Martín Peña-Fabio Manés (entre otros) que no quisieron quedarse afuera de una velada histórica.

De más está decir que tanto esa proyección como el resto del festival fue una fiesta de sangre, zombies, extraterrestres, mutantes, seres espectrales, asesinos seriales, fantasmas y hechos sobrenaturales, pero sobre todo del cine de género para los espectadores y cineastas.