Bárbara Pistoia, autora de Por qué escuchamos a Tupac Shakur, conversó con ArteZeta sobre el rap, el goce y las tensiones entre reclamos y esencialismos que pueden reflexionarse en sintonía con la figura de Tupac.
Por Walter Lezcano
La vida del rapero Tupac Shakur fue extraordinaria en más de un sentido. En su corto recorrido se conjugan parte de la historia norteamericana ligada a la revolución social de los sesenta (una madre integrante de Las Panteras Negras), las problemáticas eternas de un país que se erige como supuesto modelo del primer mundo (infancia signada por el racismo, la segregación, la opresión, la imposibilidad de movilidad social), interés en la política (la búsqueda incesante de organización social dentro de su comunidad), discurso progresista (siempre pidió por el aborto legal, seguro y gratuito), una incipiente carrera cinematográfica (protagonizó películas como Bullet, Poetic Justice, Gangrelated, entre otras) y unas rimas increíbles en canciones que se volvieron estandartes legendarios para el género y que influenciaron a todos sus epígonos, desde Eminem a Kendrick Lamar y llegando hasta Illia Kuriaky & The Vaderramas. Su muerte fue un asesinato violento cometido en Las Vegas en 1996 y todavía sigue sin resolverse a nivel judicial por más que haya miles de hipótesis. Tenía veinticinco años y aún es inolvidable. La ensayista y artista plástica Bárbara Pistoia (Buenos Aires, 1979), fanática del hip hop desde su adolescencia, se ocupa de esta figura controversial, legendaria y paradigmática para el rap global en Por qué escuchamos a Tupac Shakur (Gormet Musical, 2019) y en el libro dice cosas como estas: “Sin esconder sus contradicciones, acaudaladamente generoso con su sensibilidad, fuerza creativa y visión, fue de esas personas que en su hablar exigió y cuestionó. Podemos, incluso, gracias a su comprensión histórica y vigencia, hablar en presente: Tupac hace que todo se vea dudoso y peligroso, incluso él mismo, pero a su vez no da lugar a ninguna resignación y se expone sin medida ni especulaciones. Y a pesar de toda esa apertura brutal de sí mismo, nunca deja de estar bajo un halo de misterio”. Los libros se escriben para develar misterios. Este es uno de aquellos que sigue encegueciendo. “Me llama la atención que hay jóvenes en nuestro país que levantan la bandera de Tupac, están fascinados con él y eso demuestra que sigue siendo un ídolo intergeneracional. Es una mente que aún cautiva”.
AZ: ¿Cómo funcionó el rap para vos en tu vida cotidiana?
Bárbara Pistoia: El rap a mí me enseñó lo que no me enseñaban en la escuela. Incluso me sirvió para estudiar historia argentina. Cuando hay procesos revolucionarios tan grandes, es muy difícil no asociarlos con tu propia realidad y contexto cultural.
AZ: ¿Qué cambios produjo la muerte de Tupac Shakur en el hip hop de los noventa?
BP: El hip hop nace en los 70 y es muy territorial. Quería mantenerse como algo under, incluso estaba muy mal visto grabar. En los 80 ya se graban discos y se presenta cierto grado de popularidad. Y en los 90 ya es la época dorada: estalla. La muerte de Tupac, en vez de llevar el hip hop a otro nivel de masividad, lo que hizo fue que menguara un poco y que creciera cierto rap más lavado, más amigable para el oído blanco. Es la embestida del sello Bad Boy Records. A la vez había una corriente que pretendía mantener cierta pureza y de valor cultural del hip hop: inclusión social, el valor de la lectura, etcétera. Eran plazas llenas de gente tirando freestyle, lo que ahora está instalado acá. En los 2000 resurge el hip hop más profundo: el que le da voz a la clase trabajadora. Ahora es imparable y es global. Ahora mismo están Eminem y Kendrick Lamar, tal vez dos posibles continuadores de un legado enorme que se resignifica en esta era.
AZ: Algo que aborda tu libro son las tensiones alrededor del feminismo y su vinculación con el rap. Y Tupac Shakur, que tenía un discurso muy de vanguardia para la época al respecto.
BP: El rap y el hip hop son unos de los pocos géneros donde las chicas tienen el derecho al goce garantizado. Las mujeres bailan y después agarran el micrófono y dicen lo que quieren. De los 80 para acá ya hay varias generaciones de raperas que hicieron escuela porque contaban su realidad cruda y dura: lo difícil que es ser mujer, madre soltera, pobre, negra y latina. Pero es una perspectiva discursiva incómoda para las que somos blancas de clase media. Entonces, se simplifica mucho ese lugar de la mujer en el género que fue ganado y sostenido a lo largo del tiempo. Y eso lo único que genera es estigmatización de clase. Por otro lado, la madre de Tupac Shakur fue líder revolucionaria dentro de las Panteras Negras. Y eso me permitía poner en juego esas ideas que nos enseñaron que a veces tenemos que aprendernos a callar y dejar de hablar en nombre de los demás. El hip hop tiene mucho caudal político y el feminismo es un gran punto.
AZ: ¿El goce sigue siendo un problema a resolver?
BP: Gozar es un dramón. Pero tiene su punto de compresión en la clase social: el inconveniente es de clase. Las pobres, para la moral social imperante, tienen negado el goce. No pueden ver a la mujer gozando. Lo que lleva al estigma de la promiscuidad sin comprender todo un contexto cultural y económico, sin contemplarlo. Desde siempre, una mujer bailando con sensualidad puede llegar a ser considerada como una puta y una provocadora. El hip hop se reapropia del goce femenino como postura política. Las batallas de rimas y los bailes son instancias muy sexuales en un sentido muy amplio que excede la mera penetración.
AZ: Es muy atractiva la prosa del libro porque genera cuestionamientos profundos acerca del lugar de la mujer en el hip hop, pero también tratás de pensar el feminismo actual sin rendirte ante los dogmas.
BP: Me cuesta posicionarme como feminista. Para mí el feminismo es una herramienta indispensable para la justicia social. No quiero que el futuro sea feminista, sino justo para todas las personas. Yo lo que suelo ver es que no siempre el feminismo es justicia social, y a veces está muy alejado de esta problemática. Otra vez se repite una mirada clasista que se desentiende de las necesidades propias de las personas en determinados contextos de carencias y falta de oportunidades. Yo no quiero mujeres presidentas de empresas explotando varones o a otras mujeres, no me interesa ese logro. Quiero aborto seguro, legal y gratuito. Pero acá desapareció el ministerio de salud y no pasó nada con eso: las consignas seguían siendo las mismas. El esencialismo y el purismo son despoliticaciones propias de personas privilegiadas. Hay que dejar de mirar a Palermo y Almagro y contemplar un país con necesidades muy diversas y complejas. Las tensiones culturales, sociales y de género que veía en el rap que representaba Tupac Shakur son las mismas que analizo en estos tiempos. Es por estas cuestiones que todavía lo seguimos escuchando: porque nos hace pensar estas cosas.//∆z