Incluida en el programa de Mubi Los fantasmas entre nosotros: las películas de Christian Petzold, analizamos Bárbara (2012) del director alemán: un film ambientado en la Guerra Fría que describe de forma sutil el clima de tensión entre Este y Oeste
Por Edu Benítez
Bárbara (Nina Hoss) mira con recelo cada movimiento de aquellos que la rodean y se mueve con una cautela insospechadamente sexy. En su manera enigmática de fumar, parece descifrar la trama oculta de un mundo voraz: en el carril de esas heroínas ingobernables, de gesto arisco y pasado incierto, Bárbara tiene todo para conquistar al público. Desde los primeros minutos, el film del alemán Christian Petzold instala cierta ambigüedad sobre su personaje, que se irá develando de forma progresiva. Situada en los años ochenta en la Alemania del Este anterior a la caída del Muro de Berlín, Bárbara (2012) se ofrece en su superficie como una dura descripción de época: una médica que es enviada a trabajar a un hospital de provincia en una especie de castigo por haber solicitado una visa para salir del país. Observada de cerca por un oficial de la Stasi, Bárbara actúa con determinación en cada movimiento, en cada gesto asediado de un ojo invisible. La aparición de André (Ronald Zehrfeld), compañero y Jefe en el hospital que intenta exorcizar los demonios que la paranoia de Bárbara va dejando entrever de a poco, matiza esa dinámica opresiva sobre su cuerpo. Porque el estado totalitario parece estar allí tomando control del ambiente, regulando la dimensión afectiva.
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Partícipe de cierto aire de renovación generacional en el cine alemán, la Escuela de Berlín (de la que Petzold forma parte y que supuso cierto relevo del Nuevo Cine Alemán de los ‘70 y ‘80) no se caracteriza por gestar un corpus de películas que se pregunten sobre el pasado histórico de Alemania. En general, los films de Thomas Arslan, Maren Ade y el propio Petzold apelan a conflictos situados en la contemporaneidad. En ese sentido, Bárbara es una novedad en el seno de este grupo de realizadores y se asocia (o disputa) con el tratamiento de temas que hacen films como La vida de los otros (2006) y Good Bye, Lenin! (2003). Más bien alejado de ese tipo de cine alemán que pretende revivir e interrogar el pasado por medio de fastuosas escenografías (“Construir un escenario enorme, algo que se usa en exceso en las películas alemanas (…). Esto es algo que se me atraganta”, le dijo Petzold a la revista de cine Encadenados en 2013) habría que buscar la sintonía de miradas con buena parte de la cinematografía rumana contemporánea: Corneliu Porumboiu, Cristi Puiu o Cristian Mungiu.
El camino que elige Petzold para retratar el trasfondo epocal es sutil, para nada subrayado. En su película se evita caer en observaciones maniqueas que propongan a la Alemania del Este como un todo opresor y a la ansiada Alemania Occidental como la tierra idílica a la que hay que aspirar; y viceversa. Bárbara está más enfocada en delinear la manera en que se expresan las relaciones humanas en situaciones límites, la forma en que las emociones son eclipsadas por el clima angustioso que propicia la tensión Este/Oeste. Función de memoria activa del cine que “trata de mantener un instinto arqueológico para explicar qué es lo que pasó, sin miedo a hurgar en sus traumas”, como le explicó Petzold a Carlos Reviriego en una entrevista para El Cultural en 2013, en donde destacó también el tinte autobiográfico de toda esta historia: “Mis padres fueron refugiados del Este. Huyeron a Occidente en 1951 porque mi padre quería ser James Dean y mi madre quería empezar una carrera de pintora en Marsella. Ninguno de los dos alcanzó su sueño. Siempre les pregunté por su juventud, pero todo lo que recordaban de sus vidas al otro lado del Muro lo borraron de su biografía. El Este adquirió una cualidad legendaria para mí, como si fuera un sueño o un cuento. Y Barbara está basada en esta emoción.”
Más allá de la dimensión histórico-política, la película explora una multiplicidad de tramas y subtramas: el poder de la institución médica, las limitaciones del socialismo alemán como proyecto de inclusión social y, sobre todo, la comunión amorosa que puede sortear cualquier obstáculo y que evoluciona lentamente entre Bárbara y el doctor André. No es casual que mientras rodaba, durante los ensayos, Petzold proyectaba a sus actores Tener o no tener (1944) de Howard Hawks, película en que el impulso amoroso de la pareja protagonizada por Lauren Bacall y Humphrey Bogart funcionaba como una interrogación a un sistema opresivo.
Arrebatada, conmovedora, inquietante: la interpretación de Nina Hoss merece más que unas mezquinas líneas de alabanzas. Cada vez que aparece en acción refulge la pantalla. No debe haber sido fácil para el director despegarse de un punto de vista que no estuviera completamente al servicio del estado emocional de la protagonista, que en la piel de Hoss funciona como un señuelo difícil de esquivar. El director declaró en esa entrevista con Encadenados: “Creo que hay dos tipos de directores: los que les gusta hacer películas de personajes masculinos y los de personajes femeninos. Por ejemplo, David Lynch es un director de mujeres, mientras que John Ford es de hombres. Esta diferenciación dice algo de cómo uno mismo se proyecta en el mundo”. Este no es el primer trabajo conjunto entre Nina Hoss y Christian Petzold, sino el quinto. Es un tipo de colaboración que nos recuerda al tándem Rainer Werner Fassbinder-Hanna Schygulla. ¿Una dupla actriz-director que recupera la tradición vanguardista del cine alemán? Petzold se proyecta en el mundo.//∆z
Artículo publicado originalmente en Haciendo
Cine