La escritora belga modernizó el famoso relato de Charles Perrault. El resultado, una deconstrucción del amor con diálogos cargados de cinismo y la destrucción de estupideces del sentido común.

Por Joel Vargas

“Me duele una mujer en todo el cuerpo”, escribió Borges alguna vez. Esta misma afirmación cala hondo en el espíritu de uno de los personajes de Barba Azul de Amélie Nothomb (Anagrama, 2014): un español adinerado que vive confinado en su propia mansión, un sociópata con ciertos aires misántropos que solo tiene trato con su mayordomo y con su amada de turno que vive con él.  Nothomb modernizó el famoso relato de Charles Perrault. Trasladó la historia a una París contemporánea, cambió al hombre rico de vello azulado por Elimirio Nibal y Mílcar, un ibérico amante de la Inquisición, excelente chef  y romántico empedernido. Al igual que en la historia clásica, la clave está en la confianza que depositó el anfitrión sobre todas las mujeres que convivieron con él. A cada una de ellas, un derrotero de enamoradas naïves, las puso a prueba. Todas lo traicionaron. La causa: entrar a una habitación cerrada, enigmática que esconde un secreto atroz. Pero la irrupción de la heroína, Saturnine, una belga nihilista, rompe con el patrón, no es una mujer sumisa ni fácil de conquistar. Le es esquiva al español desde la primera cena que comparten, donde él le confiesa su amor.

Noche tras noche, cena tras cena, champagne tras champagne la diégesis se complejiza. Se da una deconstrucción derridiana del amor. Los personajes discuten y profundizan sobre el significado bastardeado de ese signo. Saturnine logra develar el secreto más grande del español: amar al amor en sí y que cualquier acción que él realice por más siniestra que sea es en nombre del amor. Ante tal situación la belga deja de lado su aparente futilidad, se carga de angustia, entra en una disyuntiva existencial y decide actuar con vehemencia.

Nothomb al desnudar varias verdades capitales destruye definiciones de manual y estupideces del sentido común. Ella apuesta a la simpleza, a la economía de palabras. Crea reflexiones mínimas que parten de la observación de detalles como la planificación milimétrica de Elimirio de la confección de la ropa de sus amadas: la forma y color de cada prensa según la personalidad de cada una de ellas. Como afirmó el filósofo Tómas Abraham, Amélie “extrae brillo de un acontecer mundano.”