Bad Religion: réquiem para los disidentes
Por Carlos Noro /// Fotos: Jorge Noro - @ojonoro

Celebrando 43 años de existencia los californianos se presentaron en el Microestadio de Ferro el pasado 28 de noviembre y demostraron que más allá de ser un clásico para la escena punk argentina siguen luchando con fervor contra el sistema en el que vivimos


Después de la separación de los Ramones, dos grupos quedaron en el punto más alto de consideración de los fanáticos del punk rock local con un similar caudal de público y seguidores: los alemanes de Die Toten Hosen, quienes tienen un vínculo duradero con el país producto de su eterna amistad con el lamentablemente fallecido Pil Trafa de los Violadores, los segundos son los californianos de Bad Religion quien en esta nueva visita llegaron a nueve en el país con una diversidad de participaciones en distintos lugares, festivales y shows en solitario con una variedad poco frecuente para las visitas internacionales.

Desde el punto de vista musical, los estadounidenses han sabido a lo largo de los años pulir su sonido sin dejar jamás de seguir su ADN punk. Su virtud respecto a otras bandas del estilo es que lo suyo no es un mero acto de nostalgia. Cuando uno recorre el set hay lugar para que el grupo explore sus distintas épocas sin que merme la respuesta del público. Bastaba mirar a los costados para percibir que cada una de las canciones fue cantada y festejada con una euforia similar, todo un símbolo de una banda que busca permanentemente mostrarse activa y joven, sin importar el paso del tiempo.

Con el contexto de un microestadio de Ferro completamente colmado, lo que generó un nivel de calor importante, puntualmente a las 21:20 los californianos subieron al escenario.

“The Defense”, “Against the Grain” y “Past is Dead” fueron las primeras en sonar y las que lamentablemente debieron transformarse en las canciones que el operador de sonido de la banda utilizó para acomodar el audio general del show. En esos primeros minutos, más allá de que la respuesta de la gente fue eufórica, el audio no estuvo a la altura de una banda que tiene dos guitarristas como Mike Dimkich y Brian Baker que necesitan de una claridad en la mezcla para que sus melodías de guitarra transformen las canciones en gemas del punk rock melódico en donde la velocidad y la melodía tienen una convivencia irresistible.

La llegada de “Anesthesia” y más tarde de “Los Angeles is Burning” acomodó el sonido y lo llevó a un nivel aceptable (aunque lejos de la perfección). Especialmente esta última donde Greg Graffin cambio una parte de la letra mencionando a Buenos Aires fue uno de los momentos más altos de la primera parte del show principalmente porque utilizando un irresistible gancho de punk rock melódico, la canción problematizó los efectos devastadores del cambio climático en una de las ciudades más importantes de Estados Unidos. Más tarde, Graffin quien además es profesor de Ciencias en la Universidad de California y tiene una activa carrera como académico, demostraría que sus intereses y su postura crítica contra el avance voraz del sistema capitalista tienen distintas dimensiones. La genial “21st Century (Digital Boy)”  fue un interesante alegato contra la era digital y el impacto estupidizador del exceso de información en la cotidianeidad, “Requiem for Dissent” fue una especie de himno en favor del pensamiento crítico y “No control” propuso pensar en que más allá de que el sistema busca hacer creer que el ser humano controla su existencia finalmente la mayoría de las situaciones están por fuera de su alcance. En cada una de ellas, Graffin mostró su impecable habilidad para cantar sin descanso cada una de las estrofas con una banda que hizo de la vertiginosidad el sentido de su música, demostrando que es el cantante más prolijo y disciplinado a nivel técnico del punk rock.

En este punto, las canciones que exploran temáticas más frecuentes del punk rock -como creer en uno mismo y luchar contra el sistema entre las que pueden mencionarse “Wrong Way Kids”, “Do What You Want”, “Fuck You” o “Tomorrow”- encontraron versiones veloces y agresivas de una banda que tuvo el oficio suficiente para encararlas sin ningún tipo de problemas. Más allá que el desempeño de Graffin fue de lo más destacado de la noche, con intervenciones muy puntuales entre tema y tema mencionado que se cumplían treinta años de la primera visita de la banda en 1993 junto a Biohazard, agradeciendo varias veces la entrega del público y presentando alguna canción con el nombre; la principal conclusión es que Bad Religion es una banda sólida que disfruta tocar sus canciones.

Como ejemplo de esto bastó ver la potencia que el baterista Jamie Miller tocó canciones incluso cada tema  haciendo coros en algunas de ellas algo que se repitió en la sonrisa que Jay Bentley mostró a la hora de tocar el bajo y gritar a viva voz los estribillos de algunas canciones. Algo similar se produjo en los ya mencionados Baker y Dimkich quienes se repartieron los solos y las melodías sin ningún tipo de egoísmo. En conjunto Bad Religion es una banda que luce joven y capaz de encarar de manera vertiginosa un show de más de veinte canciones en una hora y media; sin perder jamás un sentido de disfrute que se contagia a un público que espera ese desempeño con los brazos abiertos.

En este punto, cuando para los bises “Generator” y “American Jesus” cerraron la noche junto a una gran versión instrumental de “The Boys Are Back in Town” de Thin Lizzy, la sensación final de una mezcla de cansancio y felicidad en donde el punk rock tuvo su versión más perfecta sostenido en grandes canciones, desgranando un alegato contra el sistema e invitando a creer en uno mismo. Que vuelvan. En un país siempre convulsionado como el nuestro, siempre serán bienvenidos. //∆z