A más de treinta años de su debut, la banda pionera del hardcore regresó al país con su formación original para contentar la fantasía adolescente de muchos.

Por Gabriel Feldman

Fotos por Gonzalo Iglesias

Después de padecer la mala organización de la gente de Prevención de Groove, siempre con mala predisposición y haciendo formar a las personas en una fila tras otra sobre Av. Santa Fe, desorganizando más que organizando, y entrar a la ex-bailanta después de una hora y media de infundada espera, uno ya estaba listo para ver a Bad Brains. Con la barra de bronca cargada, listo para romperse la cabeza contra la pared.

El Brujo tenía una remera increíble con la tapa del primer disco de los Bad Brains.
Amarilla.
Ese dibujo del capitolio con el trueno era un flash.
Es un flash.
Y una tarde hace mucho tiempo en la casa de Cacho,
después de dos o tres cervezas,
se la señalaba para indicarme que ésa era la posta.

“Es una jornada histórica”, avisaba Santi Palazzo en calidad de host y dj en Groove, por si había algún colgado adentro, previo a continuar con los halagos para la banda de Washington y  para el productor de la fecha “que se animó a traer a Bad Brains, encima un lunes”. Reggae de fondo y la mención de honor entonces por hacer posible la segunda visita del cuarteto, pioneros del hardcore, esta vez con su formación original: Gary Miller/Dr Known (guitarra), Daryl Jennifer (bajo) y los hermanos Hudson, Earl (batería) y la vuelta del legendario H.R. (voz).

Si algo distinguió a Bad Brains de sus coetáneos, además del crossover de sonidos, fue su ferviente espiritualidad y ánimo positivo. Son rastas devotos, amor a Jah, y además tocan rock duro y reggae. Querían punk, pero diferente: nació el hardcore. Con su single de 1980, “Pay to Cum”, abrieron un nuevo camino y desde ese entonces la tierra que conocemos fue otra. Miremos a donde miremos, ahí están los Bad Brains y su enorme influencia. Una de las bandas más elementales de la historia. En una época de ebullición social como fue la segunda mitad de los ’70 y ’80 en EE.UU, Bad Brains fue un grupo de personas enfocadas que proyectaron (y proyectan) una actitud positiva. Una cosmovisión de conciencia y libertad real.

Pero el tiempo avanza para todos. Nadie de los presentes suponía encontrar a la misma banda que a finales de los ’70. Verlos, sobre todo al inmaculado H.R., totalmente desquiciados, en un despliegue epiléptico, descontrolado, mientras la música, eso sí, brota inclemente, asesina. La mejor definición de lo que aconteció en la noche del Lunes en Palermo la dio gentilmente Adrian Outeda después del recital: “el trío suena ajustadísimo, nunca dejaron de tocar ellos. Yo sabía lo que venía a ver”.

Desde el vamos, antes de que inicien su presentación, todavía con el escenario a oscuras, mientras su equipo terminaba de ajustar los últimos detalles, salió a escena H.R. generando la primera reacción de un público expectante. Barba tupida y gorro tejido guardándole las rastas, vestido con un cómodo conjunto deportivo vintage de Adidas color verde, cargando unos bolsos en cada mano –guante en la mano derecha–, el mítico cantante empezó a deambular por el escenario como metido en su propio mundo, autista. A veces saludando al público haciendo el signo de la paz pero, la mayoría del tiempo, en otra realidad, uniendo sus manos y rezando, o caminando en el escenario sin sentido.

Y este comportamiento no cambió a lo largo de la hora de show. De proceder errático, se paró en el centro del escenario y casi ni cantó. Bailaba en el lugar o aplaudía a sus compañeros, pero más allá que su micrófono podía estar un poco bajo, el tipo le corría la boca -por mal cálculo o adrede- o directamente no cantaba. Ajeno a la situación del show, este hombre de casi sesenta años, estuvo en su nube. En algunas ocasiones se lo veía más activo, haciendo morisquetas desquiciadas, bailando en su lugar como un niñito afeminado, gesticulando ampulosamente, o dirigiendo al público con sus manos como un director de orquesta. Otras, simplemente sentado al pie de la batería marcando el ritmo con sus pies. La presencia de H.R. fue justamente eso, su presencia. Con su locura y alienación. Y tal vez con eso fue suficiente. Pagó su arte con su cuerpo.

Pese a esa singular performance, la pista de Groove vivió en carne propia la metralla de clásicos entre el mosh y los puñetazos al aire. Porque cuando H.R. no cantó, cantó el público; y donde el cantante mostraba sus dificultades más serias, surgía el poderío del trío rítmico, de impecable actuación, haciendo desviar toda la atención hacia ellos, como si la banda se dividiera en dos: el sonido avasallante y la precisión de Miller, Jennifer y Hudson, y la actuación perdida, difusa, de su frontman. El comienzo con “Attitude”, “Right Brigade” y “Sailin’ On”, del homónimo de 1982, bastaron para conformar una espera que para muchos de los presentes se extendía hasta por treinta años. Qué más querés. Y el coro cantó ¡olé, olé, olé, Bad Brains, Bad Brains”!

Con esa escisión marcando la presentación, la banda apeló a lo que mejor saber hacer: tocar. Sonando con la violencia que los caracteriza (“Fearless Vampire Killers”, “Banned in D.C” y la soberbia “Soul Craft”), a la vez que, entre ellas, en el cenit de la violencia, mostraron su versatilidad, el matiz del reggae, su otra cara (“Jah Love”; “I & I survive”, con el exquisito solo de Miller; y “I Luv I Jah”). Por un lado las bombas de detonación inmediata y por el otro la profundidad, el vuelo. Muchos alzaban sus cabezas para ver las manos de Dr. Known y ver si podían encontrar el secreto de su magia, de sus riff, de sus solos. El escenario de Groove es alto y había que levantar un poco la cabeza. La guitarra es muy chica en sus manos.

Para el final quedaron “Re-Ignition” y la gran “Pay to cum”, pero había una más guardada, por supuesto, y después de un breve interludio, volvieron con más gloria que antes, bajo el grito sagrado de cancha: “olé, olé, olé Bad Brains, Bad Brains”. Daryl, con una sonrisa enorme en la cara, arengaba al público con sus manos. “¿Qué significa? ¿Qué nos quieren?” -inquirió Miller-. “Nosotros también los queremos, respect”. Así, llenos de satisfacción por el trabajo cumplido pese a todo, una última caricia al corazón con “I Against I”, el canto mancomunado del coro, y el último pogo de la noche después de una hora con cuatro superhéroes que sólo tratan de transmitir el mensaje de Jah.