En el marco de la gira de A Propósito, “Los forajidos” llevaron su caos al Oeste y ofrecieron el costado más rockero de su repertorio.

Por Matías Roveta

Fotos de Lucas Poladian, cortesía de UL Producciones 

 

La onda expansiva de Jessico (2001)la obra maestra de Babasónicos que reflejó brillantemente, en texto y música, el alocado y caótico contexto socio-cultural y económico de fin de siglo pasado- se sigue sintiendo hasta nuestros días: es el disco, el álbum perfecto que catapultó al grupo al estrellato y obligó a todas las demás bandas de esa generación a reinventarse, a superarse (Walas, cantante de Massacre, reconoció por ejemplo varias veces la influencia de Jessico en la creación de El Mamut, otro disco fundamental). Por eso la banda de Lanús se ve obligada constantemente a citarlo en su obra: el año pasado lo recordaron con un inolvidable show en el cierre del festival Ciudad Emergente y durante este 2012 editaron Carolo, una colección de lados b u outtakes de las sesiones de 2001.

Pero Babasónicos es también una banda compleja y única en su especie. Es, en efecto, la única sobreviviente de la generación del Nuevo Rock Argentino -esa escena sónica que renovó al rock nacional a mediados de los ’90-, y ese logro se debe exclusivamente a que siempre supo reinventarse sin perder identidad. De esquivar etiquetas y apostar al riesgo artístico se trata. Por eso el set list de su show en el Auditorio Oeste incluyó apenas dos canciones de Jessico –“Deléctrico” y “Pendejo”- y ninguna del citado Carolo. Y por eso aún cuando Jessico es el álbum que definió para siempre la fórmula compositiva y el sonido babasónico del siglo XX –un pop rock inteligente con genialidades líricas y actitud provocadora- la mayoría de las canciones que tocaron fueron las de estirpe más rockera, pesada y oscura. En esa actitud de no atarse al pasado exitoso radica la esencia de la banda pop con más ideología rockera de estos pagos, que se peleó con los grandes sellos en pos de una idea tan simple como vital: no perder nunca independencia artística.

El arranque fue demoledor: “Calmado, matamos al venado” y el heavy metal oscuro de Babasónica (1997), “Ciegos por el diezmo” y “Fiesta Popular”, se sucedieron casi sin respiro. En el momento del clímax rockero Adrían Dárgelos apenas ofreció un tímido “buenas noches” y la balada pop “Exámenes” funcionó como un bálsamo. Pero enseguida volvió el machaque y quedó claro lo que sería una fija en la noche: alternar dos o tres bombas eléctricas con alguna pasadita mid tempo. Así, “Once”, “Su ciervo” y “Sin mi Diablo subieron notablemente los decibeles, mientras que las más tranquilas, como “Tormento” o “Puesto”, los bajaron.

A pesar de la austera puesta en escena -una rareza para Babasónicos – que no incluyó pantallas de leds ni telones de fondo, pero sí un sonido demoledor, la banda se las arregló para cautivar con las luces del escenario: cada canción de A Propósito (2011) fue acompañada por distintas tonalidades de rosa, en clara alusión al arte de tapa del álbum. La última placa de estudio del grupo fue justamente la que más cabida tuvo en la lista: siete canciones sobre trece que tiene el disco. Pero también hubo lugar para repasar buena parte del amplio repertorio sonoro de la banda: rap metal –en una versión demoledora de “Poder Ñandú”, el clásico del gran Trance Zomba (1994)-, spaghetti western en la mencionada “Pendejo” y música house onda Madchester en “Muñeco de Haití”.

Las dos décadas de vuelo y recorrido pesan: arriba del escenario Dárgelos se mueve como pez en el agua y su ADN glam es clave cuando se pone en la piel de alguno de los muchos personajes que pueblan sus canciones. Pero su soltura se justifica en la calidad de los músicos a su lado: las sutilezas del guitarrista Mariano Roger, los coros y la cualidad multiinstrumentista de su hermano Diego, la altura musical de un guitar hero todoterreno como Carca, el golpe justo del baterista Panza, el sostén sonoro que propone desde sus teclados Diego Tuñon y la corrección del bajista Tuta Torres, que tiene la difícil tarea de remplazar a una leyenda como Gabo Manelli. Ese entendimiento de memoria es el que les permite a los “forajidos” sacar un conejo de la galera cuando la noche parece destinada a su fin y sorprender con una batería de hits como “Risa”, “Yegua” o “Putita”, esa canción en donde Dárgelos dice: “El camino a la fama no significa nada si no hay una misión”. La frase resume cuál es la actitud artística de una banda segura de sí misma y coherente en su propuesta: con los pies en la tierra, mirar hacia adelante en busca de más.