Finalmente Bencina Disturbio decidió concentrar toda su energía en el estudio y nos entregan Un Desastre Total.

Por Gabriel Feldman

Así como un día se prendieron las luces del planeta y un potrillo escupido del vientre de su madre, todavía sucio por los líquidos fetales, se largó a caminar a los pocos minutos de nacer, un buen día apareció Bencina Disturbio en mi cabeza. No hay mucho que agregar, las cosas pasan. Cuestión de timing.

Estábamos en la puerta esperando entrar a algún recital, no recuerdo cuál exactamente. Había llegado temprano y estaba esperando a Pablo. Si no me equivoco era la puerta del Zaguán Sur. Sí, era en la puerta del Zas, me acuerdo que Pablo no había comido y quiso probar suerte en el kiosquito de al lado. Como los sándwiches de milanesa no tenían muy buena pinta, terminó comprando un paquete de papa fritas; yo me tenté y aproveché para comprar dos tortuguitas Goddy. Así de nutritiva fue su cena: una gaseosa, unas papas y de postre un chocolate en forma de tortuga.

Tengo todo muy vivo en mi memoria salvo el evento en particular. Había que matar el tiempo y mientras diseccionábamos a las tortugas de chocolate – empezando por las pequeñas patas hasta decapitarlas en el mordisco final –, conversamos de alguna película, sobre mi visión escalofriante de las papas Lays y, sobre todo, charlamos sobre música en general. Repasamos discos recientes, cosas que estábamos escuchando y recitales a los que habíamos ido. Ese tipo de cosas. La conversación la tengo bastante viva, pero se me hizo una laguna en cuanto al evento al que asistimos esa noche. No sé porque me gasto en reconstruir esta escena. No viene demasiado al caso. La cosa es Pablo me dijo que había ido a ver a una banda que le partió la cabeza. Una noche había visto un par de bandas, cuatro o cinco y una en particular le llamó la atención.

–          ¿Bencina qué…? , le pregunté

–          Bencina Disturbio, esos pibes la rompen.

Con ese nombre simpático y esa carta de presentación, sumado a mi insomnio galopante, llegué a casa, los googlie y tres clicks después, free download de por medio, ya estaba escuchando Goodbye Monday, su primer lanzamiento, grabado en vivo durante el ciclo de mismo nombre que organizan hace un tiempo los peces del infierno de Black Fish Discos. Habían pasado dos canciones y ya estaba cantando “Cuando todo terminó”.  Así de una. Y cuando pasaron las siete canciones por el reproductor me quedé con ganas de más. Las repetía en modo aleatorio pero no alcanzaba. Los seguí por el Facebook para enterarme fechas y novedades.

Un Desastre Total, fue la respuesta.

El hecho de que su primer lanzamiento sea esa media hora en vivo los pinta de cuerpo entero: “tomen, acá estamos, esto somos”.  Sin mucha vuelta y sin tanta producción, pelaron sus canciones y listo. Con ese antecedente las cartas ya estaban jugadas y ahora habían decidido transportar esa energía al estudio. Un Desastre Total, salió en el promocionado apocalipsis del 2012, y está a la altura de las expectativas que habían generado.

Con toque de los Pixies y Sonic Youth, escuchar Bencina Disturbio es como sumergirte en el mar. Esa cosa de meterse al agua esperando que venga la ola que te sacuda de un lado al otro, y quedar medio desorientado hasta que podes sacar la cabeza de nuevo. La ola te barrió de lleno, te chupó para adentro y después te escupió hasta la orilla dejándote algún raspón en la panza. Después sólo queda entrar de nuevo,  flotar y esperar. Quedarse flotando en las texturas de las guitarras de Alejandro Hierro y Darío Alvarellos mientras las bases de Alfredo Barrera (Alf Rojo) y Emiliano Rotondo (Sr. Miyagui), batería y bajo respectivamente, nos empujan hacia delante. Colgarse ahí y escuchar la franqueza de Miyagui en pleno derrumbe emocional. Esa voz auto-diagnosticada de trastorno mental que repite pequeños relatos personales (“No me saludes”;  “Es que”, “Turbia sensación”) hasta que viene otra ola y de nuevo la cabeza al revés. ¿Dónde viste un conjunto de apáticos que contagie tanta energía?

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