Por Juan Manuel Strassburger

Elegir una remera de rock favorita se me hace difícil porque tuve muchas favoritas remeras de rock. Siempre me gustaron. De chiquito. Y remarco lo de chiquito porque apenas vi a esos chabones más grandes lucir orgullosos sus camisetas de Sumo, Ramones o Kiss aluciné e inmediatamente quise tener una para mí. Mi propia remera de rock. La seguidilla arranca con una de Canción Animal, el disco de Soda Stereo, que usaba a los 13 (circa 1990) cuando aún no había terminado la primaria. Luego, a los 14, 15, porté bastante una de Pescado Rabioso, más específicamente la blanca con el pescadito zigzagueante en estado de shock del segundo disco, que mandé a estampar yo mismo porque en ese momento todavía no se conseguía. Era la época que me la pasaba escuchando a los viejos próceres del rock nacional mientras me refugiaba en mi cuarto adolescente y cursaba el secundario en el Instituto San Román. Sin embargo, la posta, la remera de rock que sí puedo decir que me identificó de manera importante fue la del Ay Ay Ay de Los Piojos. Una casaca negra con el clásico piojo en pie de guerra y una espada rústica tipo Nippur de Lagash alzada en son de guerra que compré a los 17 años (1995) en la extinta galería Churba de Cabildo y Juramento. Los Piojos fue la primera banda que sentí que le hablaba a mi generación y aquellos primeros recitales que vi en el también extinto Arpegios de Defensa y Cochabamba me marcaron para siempre. Me hicieron creer en el rock de manera más definitiva y personal. Y extender esa fe en el rock argentino de aquella época que también incluía a Peligrosos Gorriones, El Otro Yo, Caballeros de la Quema, los primeros Babasónicos y El Otro Yo, entre mis show más asiduos. Luego vino una etapa variada donde abandoné un poco las remeras de rock, pero no mi gusto por las bandas, que de a poco fue apuntando más a los grupos de corte americano, ese low-fi que sentí tan propio como mis primeros años en la facultad, las pelis de Sean Penn y mis primeras novias, todas debidamente receptoras de compilados artesanales con temas de Pavement, Sebadoh o Yo la Tengo. En los ultimos años, de todos modos, retomé mi afición por las remeras de rock. Primero con varias de Dylan y Calamaro (cuenta pendiente de mis años dos mil y ese quíntuple Salmón que me acompañó siempre) y luego con algunas de las bandas que de a poco fueron ganando su lugar y hoy brillan en el under. Me refiero a Prietto viaja al cosmos con Mariano, Sr. Tomate, 107 Faunos, El Perrodiablo, Fútbol y muchas otras que ya conocen quienes curten la movida. No de todas tengo remeras (todavía), pero sí de varias. Y de las que todavía no tengo, pronto tendré. Pienso que calzarse una remera de rock es ser abanderado de los chabones en quienes creés. Es decirle al otro, un desconocido, en silencio ¿No te gusta cómo me visto? jodete. O también: Qué grosso boludo, ¡aguante! porque compartís el amor por ese disco o banda o solista que lleva en el pecho. Portar una remera de rock es creer. Y creer está bien. Aguanten las remeras de rock.

Juan Manuel Strassburger es periodista de rock y espectáculos, y trabajó para el Suple No, Clarín, La Mano, Rolling Stone, Radar y ElAcople.com. Hoy es redactor en Tiempo Argentino y, en sus tiempos libres, escribe misceláneas y ficción. Además, co-organiza desde el 2009 el Festipulenta, que ya va por 13ª edición, y lleva adelante La hora pulenta por FM Nacional Rock 93.7.

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