La Patrulla Espacial y Fútbol se presentaron el Salón Pueyrredón la noche del sábado 14, con sets ricos en psicodelia, rock ‘n’ roll y punk con aires progresivos.

Por Emmanuel Patrone

Fotos de Gonzalo Iglesias

Mientras la lluvia afuera tomaba cada vez más protagonismo, tal vez arruinando varios planes de salidas ese sábado a la noche, el Salón Pueyrredón empezaba a aclimatarse a lo que vendría a partir de las 22:30, cuando subió al escenario del lugar La Patrulla Espacial, banda con sede en La Plata pero formado por integrantes de sangre patagónica y con un par de EPs y dos álbumes a cuesta. El cuarteto comenzó su set con sus números más psicodélicos, casi camuflándose con la visión confusa proporcionada por la insistente máquina de humo y las luces tenues, que hacían del escenario un confuso paraje nebuloso. Ritmos adormecidos, guitarras setentistas que pasaban de la tranquilidad a la furia ácida en pocos segundos y la voz de Tomás Vilche oficiando de maestro de ceremonias fueron las principales estrellas esos primeros minutos.

Pero no tardó demasiado la lista de temas para volcarse definitivamente hacia el rock ‘n’ roll clásico de raíces netamente bluseras, ese que las bandas nacionales denominadas “rollingas” hicieron que en las últimas décadas ese género sea –tal vez en algunos casos merecidamente- visto con cierto resquemor. Pero cuando aparecen temas como “Carretera perdida” (segundo track del disco homónimo de la banda), los prejuicios y la aversión al género que uno pueda llegar a tener son rápidamente disipados. Porque sí, esto es sólo rock ‘n’ roll, pero lo de La Patrulla Espacial muchas veces se aleja del cliché de algunas bandas con imitadores de Mick Jagger de pañuelos en el cuello. Más allá de eso, el set recorrió canciones de todos los trabajos discográficos de la agrupación, culminando con “Toda la noche”, con un cantante invitado completamente sacado repitiendo en un mantra eufórico y rockero: “Toda la noche escuchaste el blues”, mientras el resto de la banda metía acordes y punteos como si estuviesen a punto de estallar.

Había quedado algo de electricidad en el aire cuando, 15 minutos después del set de apertura de La Patrulla Espacial –que, curiosamente, sería el set más largo de la noche-, ocupó el escenario del Salón Pueyrredón el trío de guitarra, violín y batería más vertiginoso de este lado del Río de la Plata. Fútbol se dispuso, sin pausas, a azotar a su público, compuesto tanto por chicas con look estereotípicamente hipster que bailoteaban y muchachos de distinta contextura física empujándose y saltando, con su punk progresivo -o eso que sea que hacen, a veces es inútil etiquetar- a pura urgencia. Comenzaron con uno de las vedettes de La gallina, su último álbum, el homenaje a Ceferino Namuncurá, “Ceferino”. En poco más de media hora, también sonaron otras canciones de su plumífero disco, como “El ciego” (ese coro tribunero de “oh oh oh”s es infalible), “Taciturno”, “San Martín” y “500 submarinos”.

El resto de la lista de temas se repartió entre riffs machacantes y adictivos compartidos entre la guitarra y el violín como el de “Ábalos”, canciones que a esta altura ya son clásicos indiscutidos del trío como “Beto (mata por gusto)”, “No llores niño” (todos juntos: “¡No llores niño, no tengo la culpa de ser feo!”) y la exquisitamente delirante “Madre”, y otras que gozan de un cariño especial por parte del público, como son los casos de “Salvaje” y “Eh! Gaucho”. Todo ejecutado con la precisión de un reloj atómico, sin dar respiro a las almas sudorosas agolpadas cerca de las tablas, quienes veían –entre otras cosas- cómo un melenudo con su violín les provocaba despegar sus pies del piso. Un pequeño asalto que duró hasta entrada la medianoche del domingo, cuando Fútbol decidió que el Salón Pueyrredón vuelva a su cadencia un poco más relajada; de tragos, posters de inclinación izquierdista y música independiente de fondo.