Ariel Minimal: “No necesito ser moderno, mis sensaciones pasan por otro lado”

En diálogo con ArteZeta, el líder de Pez analiza Acariciar el Fuego (2021) y la experiencia de haber tocado en Obras. También, reflexiona sobre el uso de las redes sociales y la cultura de la cancelación. 

Por Carlos Noro

Como conclusión de la pandemia, Pez lanzó Acariciar el Fuego (2021): se trata de un disco que plantea la nostalgia de lo que se fue perdiendo y una visión crítica del presente, con un pulso rockero y directo que potencia el clásico lugar del trío dentro del rock argentino. El nuevo álbum es el puntapié que permite abrir el juego y conversar con Ariel Minimal de todo lo que sucedió en los últimos años de una banda que debió realizar el esfuerzo de rearmar su lugar en la música argentina.

AZ: La idea de Acariciar el Fuego (2021) parece a priori una especie oxímoron: en el aproximarse a las llamas, hay muchas posibilidades de quemarse. ¿Cómo lo pensaste vos?

Ariel Minimal: Para mí siempre el arte se completa cuando el receptor lo interpreta como quiere y, si se interpreta en este caso eso que dice la pregunta, me parece válido. La verdad no tengo ni idea qué es acariciar el fuego porque hay dos letras del disco, que son “Colección de pesadillas” y “Ajo,” que salieron a partir de un chiste que hice en Instagram: mostré dos canciones que no tenían letra para que las personas que estaban en el vivo se las pusieran. A quienes se iban sumando al vivo les propuse hacer una especie de ejercicio similar a un taller de composición de canciones, que consistió en que cada persona me mandara una idea para que yo actuara como una especie de moderador o curador y fuera eligiendo frases. A partir de ahí fui cantando y, quienes proponían una nueva frase, ya sabían lo anterior. Entonces, no es un cadáver exquisito porque había un orden y un sentido. Esas dos canciones salieron así, por lo tanto no tengo muy en claro de qué se trata el título, pero si tuviera que decir algo al respecto lo relaciono con algo así como la idea de “jugar con los tigres”: es poder interactuar con algo peligroso sin que te haga daño.

AZ: Las canciones parecen tener una idea nostálgica que podría resumirse en “uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde”. ¿Pensás que es un concepto que atraviesa al menos sutilmente a todo el disco?

AM: Sí, creo que sí. La pandemia de repente nos puso en blanco y nos afectó a todos. Eso lo convierte en un disco que tiene algo de nostalgia, más todavía si se suma el hecho de que el álbum se empezó a componer en pleno confinamiento, en el momento más estricto y en un mundo completamente delirante. Un poco todo eso está explicado en las letras: “Extraño todo lo que no sabía que amaba y caminar hasta el subte escuchando Cheap Trick”, dice por ejemplo una canción [se refiere a “Amanece en Boedo”]. Capaz cuando hacía eso no lo valoraba y, cuando no lo pude tener más a disposición, se tornó algo a extrañar. Esas creo que fueron de las cuestiones más palpables que aprendimos en la pandemia: es difícil aprender a disfrutar de los momentos, es algo que viene con cierta edad y cierta calma mental. Después, está claro que las letras no hablan solamente de una cosa o que no intentan plantear verdades. Son letras de canciones de rock, con todo el sentido que eso implica.

AZ: Al mismo tiempo, el disco también hace referencia al presente desde el lugar de las pantallas o las redes sociales y el modo en cómo nos afectan de diversas maneras.

AM: Tengo un amigo, “Nando” Ricciardi, baterista de Los Fabulosos Cadillacs, que no habla mucho pero, cuando habla, tenés que escucharlo (risas). Hace algunos años, me dijo: “Hay que alejar a nuestros hijos de las pantallas”, y no habló más (risas). Tiene razón, principalmente, porque siento que ésa no es la comunicación que esperaba. La única opción fue en su momento la virtual y no es lo mismo que la comunicación real porque hay experiencias intransferibles de un formato a otro. Es otra cosa la que hacemos a través de esto: hay otra forma de emitir, de recibir y de operar en el mundo.

AZ: ¿Entonces es todo pérdida en esta nueva manera de comunicarse?

AM: Se gana la masividad. Se gana un número, pero es lo mismo que tener todas las canciones del mundo en Spotify. Hace que no valgan tanto y que, la que querés escuchar, tal vez no la encuentres. Me hago cargo de este lugar tanguero de decir “mi época era mejor, esto es una mierda”, que era la queja que yo tenía con las generaciones más grandes que la mía. La vida me puso ahí y no tengo ningún problema de estar en ese lugar. No necesito ser moderno, disfrutar de las últimas tendencias o estar a la moda: mis sensaciones pasan por otro lado.

@agustindusserre

AZ: ¿Algo de eso se traslada al posicionamiento musical que tiene Pez cuando elige vincularse, por ejemplo, con la tradición del rock argentino?

AM: Nosotros hacemos lo que nos gusta hacer y a veces ni sabemos qué es lo que nos gusta. Nunca tuvimos un plan ni supimos cómo construir nada. Ni una carrera, ni una reputación, ni armar giras. Todo se fue haciendo. Somos muy poco inteligentes y muy viscerales.

AZ: ¿Qué sería ser poco inteligentes?

AM: Quizá el no tener un plan. Para nosotros esto es nuestra vida, no es una carrera. Nunca diseñamos la carrera de la banda. Nosotros hacemos canciones, somos melómanos, nos gusta la música, las tapas de discos y las remeras de rock. Queremos hacer eso.

AZ: Entonces, por un lado, no hay un plan y, por el otro, Pez parece tener la forma que vos querés que tenga. ¿Esa es la impronta de la banda?

AM: La idea fue siempre no definirse para no ser esclavo de una cosa y así poder ser lo que realmente tenés ganas de ser. El objetivo es ser fiel a cada momento. Por eso Pez no tiene un sonido definido ni una sola manera de encarar una canción. A la vez hay una especie de sonido que caracteriza a la banda, pero en un marco amplio. Somos una banda de rock, eso nos mete en un cajoncito. De eso no renegamos.

AZ: ¿Hacia qué dimensión del rock te llevó este disco?

AM: Este disco fue para el lado del new wave, que es el rock que se escuchaba a finales de los setentas y principios de los ochentas. Tiene esa sonoridad, que es la música que me gusta y que escucho. Después, creo que tiene una especie de falencia mía que es que la guitarra de Pez siempre tiene distorsión: tenemos como veinte discos y solamente dos, Hoy (2006) y El manto eléctrico (2014), están más limpios y eso sucede porque no sé tocar con guitarra limpia. Un poco el arte se define por las posibilidades de cada uno y por las aptitudes. A mí me gusta mucha música y creo que la valoración intelectual de la música no va: la música se siente.

AZ: Vos y Pez establecieron vínculos con el rock en general, con el folklore, con la música popular y con la tradición del rock argentino, entre otros géneros. ¿Te parece probable establecer un vínculo con el trap o lo que se denomina música urbana?

AM: Para mí es cumbia rapeada. No me llama la atención a nivel musical. No me banco ni una canción, no me gusta el beat, ni nada de lo que genera. Es una cuestión de gustos, nada más. Como decía antes, no necesito aggiornarme para agradar, no me interesa estar a la moda. No quiero hacer un featuring con un trapero de dieciocho años. No quiero ir por ahí.

AZ: Vos igualmente tocaste canciones más bailables con los Cadillacs.

AM: Sí, pero es la música que me gusta. Con los Cadillacs tocaba temas que están buenísimos y que me encantan, pero después tocaba temas como “Mal Bicho”, que no sé si es lo que más me gusta. Igualmente estaba ahí y las tocaba.

AZ: Entonces, Pez de alguna manera es una máquina de hacer canciones con una diversidad no muy definida, aunque siempre dentro del rock.

AM: No tengo capacidad de análisis sobre mi propia obra. En cuanto a concepto, es una especie de continuum que se relaciona entre sí porque son canciones que toqué en vivo toda la vida. No es que una canción me queda anclada a cierta época y lo sé discernir fácilmente. Pez es una sola masa y la sonoridad de la banda está determinada por la formación: cuando tuvimos saxos y flautas, fue para el lado del jazz rock; cuando tuvimos dos teclados, fuimos más progresivos; en el trío, somos más pesados, más punk.

AZ: Incluso Acariciar el Fuego es un disco que tiene pocos solos de guitarra.

AM: Con el trío no me dan ganas de hacer tantos solos, para eso me gusta tener un instrumento armónico detrás. Por otro lado, en otra época de Pez nos gustaba ser complejos, pero desde hace un tiempo para acá nos interesa ser más sencillos, simples y directos. De todas maneras, a veces sale lo que sale: no somos domadores de canciones, la música es un acto cuasi mágico. Se hace sola, de algún modo.

AZ: Durante el 2018 Pez vivió una situación compleja cuando el baterista Franco Salvador recibió una acusación anónima de abuso, publicada en el blog Ya no nos callamos más. A partir de ese momento, el grupo realizó distintos comunicados para aclarar la situación, siguió tocando y editando discos, pero no volvió a tener los niveles de convocatoria que en su momento había logrado. Tuvieron que rearmarse, no solo musicalmente sino subjetivamente como grupo y como personas. ¿Cómo fue todo ese proceso?

AM: Todo ese proceso fue horrible y todavía no llegamos a un buen puerto. La verdad me da muchísima bronca que casi cuatro años después tenga que seguir hablando de esto. Por eso también hablaba recién del mundo moderno y de las redes sociales. Todo el mundo ha pegado una especie de giro satánico, donde la bandera de la libertad la esgrime la derecha y la izquierda te habla de moral. Es re siglo XXI cambalache, como si fuera una versión 2.1. Es horrible que te acusen de algo que no hiciste, que te hostiguen en las redes y que salgas en los medios. A mí me gustaría que todo el mundo revise su accionar en este tipo de cosas porque es muy fácil arruinar la vida o la carrera de una persona. Nosotros pudimos soportarlo, pero hay gente que no puede soportar eso. La cultura de la cancelación es un mal de este siglo que va de la mano de las redes sociales, de las fake news, de los medios de comunicación y de vaya a saber qué intereses. En definitiva, somos una banda moderna y tenemos problemas modernos.

AZ: Más allá de que calificás a todo este proceso como horrible, ¿sentís que a partir de todo esto modificaron alguna práctica o aprendieron algo?

AM: Mi gran problema fue salir a pedir un perdón universal cuando la única disculpa la tendría que haber pedido en mi casa. Aprendí un montón de cosas que tienen que ver con la comunicación con los demás, con la corrección política, con el tratar de agradar, con el miedo, con las modas. Tienen que ver con el afuera. Aprendí a no ser tan confiado, tan hippie. Pez levantó muchos años la bandera de paz, amor, libertad y respeto, y ahora no sé si salgo con esa pancarta.

AZ: ¿Porque vos no crees más en eso o porque el mundo de alguna manera no sigue esa lógica?

AM: Soy menos ingenuo en un montón de cosas y de algún modo, poniéndome a tono con los tiempos, decido darle valor y peso a mi experiencia personal. En otra época pensaba lo contrario, dejaba de lado mi experiencia personal y privilegiaba la experiencia del otro. A esta edad, y a tono con los tiempos, pienso así. De algún modo, tengo un gran desengaño donde entonces hay como cierta coraza emocional.

AZ: ¿Ese desengaño tiene que ver con el vínculo con el público?

AM: No es solo eso. Por ejemplo, algunos colegas tuyos preferirían no hacerme una nota o se negarían. Ya no tanto, pero pasaron cuatro años. Hay boliches donde toqué toda la vida que no me abren la puerta al día de hoy. Todo a causa de esto que es la cultura de la cancelación, que se alimenta de un combustible que es el miedo. Esto es muy oscuro porque tiene que ver con un adoctrinamiento y con un castigo.

AZ: ¿Te parece que en el caso de Pez esto se dio con más fuerza porque ustedes tenían una postura política muy clara que rápidamente entró en contradicción? Hay algo que todavía sufre Pez, como por ejemplo la merma en la convocatoria.

AM: Un poco eso y también que la gente no tiene un mango. Eso es la cultura de la cancelación. Es fascismo, ignorancia y tiene que ver con el “no te metas”. Fue miedo y por otro lado nunca hubo una denuncia en la justicia ni nada similar. Esto fue un relato anónimo en un sitio que compilaba relatos anónimos que se dio de baja quince días después y no volvió a salir. Hay muchas cosas detrás, como por ejemplo quién manejaba ese sitio, cuándo salieron las denuncias, a quién le servían y otros detalles como por ejemplo que varias de las bandas que tocamos en la plaza por Santiago Maldonado sufrieron algo similar. Creo que es un mal de la modernidad. Gente menos crítica y más fanática.

AZ: ¿Te quedó la sensación de que ustedes podrían haber comunicado su visión de la situación de otra manera?

AM: Puede ser. Creo que nuestro problema fue ser sinceros. Tendría que haber dicho: “No sé de qué me hablan, estas cosas se hablan en la justicia, no de manera anónima en las redes”. Me quise manejar con cierta honestidad y no funcionó. Después, aparece siempre la idea de que “comunicamos mal” y frente a eso me pregunto: ¿Cuál es el problema, si hicimos o no hicimos algo o cómo comunicamos? No soy comunicador, soy músico de rock. Por eso hay un montón de cosas que aprendí sobre cómo actuar con los demás. Siempre fuimos muy sinceros y ahora le tengo resquemor a todo el mundo, porque todo el mundo tiene una opinión sobre mí y yo nunca tuve una opinión sobre nadie.

AZ: Hace poco tocaron en Obras. ¿Cómo fue esa experiencia?

AM: Mis compañeros me van a matar, pero no significó mucho. Yo ni siquiera quise hacer Obras cuando vendíamos dos mil quinientos o tres mil tickets. Creo que tiene que ver con una postura que estoy teniendo que es de hacer todo lo que no hice nunca con Pez. Estoy en esa posición, entonces hice Obras. Tiene una vuelta que es que un principio íbamos a tocar al aire libre y luego cambió. Además, nos sirvió para levantar una especie de restricción que teníamos en la mente de algunos editores y periodistas. Eso fue una punta de lanza, lo mismo que laburar con una agente de prensa. Nos metieron de prepo en el “ambiente del rock” (risas).

AZ: Por una cuestión generacional, las pérdidas de Gabo Ferro, Palo Pandolfo y Pato Larralde probablemente te habrán generado distintas sensaciones. ¿Cómo te afectaron?

AM: No te puedo hacer el análisis de un periodista porque los tres en algún momento de mi vida fueron amigos y compartimos cosas. Fui parte de la banda del primer disco de Gabo, Canciones que un hombre no debería cantar (2005): lo ensayamos acá, incluso el piano Rhodes lo teníamos en lo que ahora es la habitación de mi hija; lo compusimos y lo ensayamos acá, y cuando lo terminamos de grabar hicimos una presentación para quince amigos tomando vino, comiendo empanadas y tocando. A Palo lo conocí de chico, compartimos sello e incluso compartimos una gira de prensa y una habitación de hotel en donde nos hicimos amigos. Después, colaboramos mutuamente en nuestros discos. Lo mismo con Pato, que era el que más cerca estaba a nosotros. Queda solo ausencia, queda la obra de tres artistas súper diferentes, pero a la vez talentosos y laburantes. A mí me queda un agujero de esas tres personas y nada los reemplaza, pero a medida que vas creciendo te vas componiendo de ausencias y son importantes. No es algo para soslayar. Uno está hecho de esas personas también y, cuando alguno se va, se hace un agujero o un cayo. En mi sistema espiritual, tengo una relación con mis muertos: los recuerdo, revisito momentos de la vida en común, rescato diálogos y los traigo para mí porque siento que estoy compuesto por esas ausencias.

@agustindusserre