Este segundo poemario de Agustina Zelalic publicado por Ludwig Ediciones trae algo a lo que pueden no estar acostumbrados los lectores: poesía mítica que nos conecta con nuestra tradición literaria y religiosa.

Por Alan Ojeda

El desierto, el límite donde termina la civilización y comienza la barbarie es un espacio fundamental en el origen de la literatura argentina. Sin embargo, hablar hoy de tradición y, sobre todo, de una escritora joven interviniéndola parece algo propio de la literatura fantástica. Por suerte la linealidad corresponde a la historia de la literatura, no a la literatura en sí. Es así que en la literatura muchas veces retroceder significa avanzar, y avanzar significa retroceder. Retroceder es, quizá, una de las formas más interesantes de ser contemporáneo. Arenal es uno de los ejemplos más contundentes de esto.

Antes de Arenal (Ludwig Ediciones) Agustina Zelalic había publicado Nala, una plaqueta de poesía al borde de lo inteligible, donde la autora hace gala de una de las habilidades que alguien que crea en silencio nunca debe perder: el oído. Si bien su lectura podía y puede volverse difícil al lector que, acostumbrado a la poesía o narrativa más llana en la que conviven de forma prodigiosa el chisme y la autobiografía (si no es que hoy en día ya son lo mismo), solo busca la aparición concreta del significado. A quien se entregue al susurro del lenguaje disfrutará de la rica textura, de las imágenes acústicas que se despliegan de las palabras y los versos. Es decir, nos pone enfrente de esa bella experiencia de lo in-mediato del sonido que no re-presenta, sino que presenta: síntesis sensorial.

agustina

Si en Nala Agustina Zelalic explora los límites de la palabra, de lo representable y la significación, Arenal se abre al horizonte de la creación mito-poética. ¿Qué es el desierto para una autora del siglo XXI? ¿Cómo reconquistar ese espacio sublime donde habita Dios? ¿Cómo ser en el afuera absoluto donde las referencias no nos dicen nada porque cada fragmento del paisaje no se cansa de devenir diferente de sí mismo a velocidades infinitas? La mitología de Arenal es nómade y cinética. No crea algo desde su origen, no impone un molde, un “ser” estable, sino todo lo contrario: acontecimientos, situaciones, mutación continua. Como dijo Bernard Shaw, God is in the making. Fuera de nuestra percepción cotidiana, que necesita ponernos en la seguridad de una realidad estable y estática, la Naturaleza es puro proceso. Sin embargo, la comunidad nómade que camina este desierto no puede hacer otra cosa que sufrir (en el peor sentido de la palabra) esta inestabilidad: Se internaron en el afuera como otros / se internaron en un hospicio o / en un error / quieren el camino / todo el camino odiándolo / un lugar que sea / ya los moraron demasiado los anteriores / y violetas en la noche se confunden / con la noche y la noche/ los confunde

“Un lugar que sea”. Ese imposible que el hombre intenta construir como una esfera para volver a la comodidad del reposo, se agrava porque escapa al hombre y se diluye entre sus manos mientras el dios-sol y la diosa-noche gritan con su presencia que no hay refugio:

la noche es la locura de la geografía / el viento avanza y trastorna los montes / que avanzan / como dormidos / tragándose a veces a los hombres

Este poemario que consta de cincuenta y siete piezas (cincuenta y seis y un postfacio). Cada poema se presenta como una imagen en movimiento que no cesa de descomponerse en una multiplicidad de sensaciones, porque afuera las palabras no alcanzan para el martirio del cuerpo. En el desierto de Arenal: acá todo parece empezar a nacer/o acabar de morir. Ambas acciones poseen ese vestigio de lo que no termina, de lo que fluctúa, considerándolas incluso como procesos simultáneos y coexistentes, librando a la materia del determinismo existencial de “ser” solamente en un sentido.

Agustina Zelalic podría haber creado un desierto realista, un desierto ya conocido, de límites precisos, de indios y gauchos, de civilización y barbarie, sin embargo, su intervención en la tradición no es una mera utilización de materiales groseros y obvios, como ya se ha vuelto costumbre en el panorama actual. Por el contrario, Agustina, con escasos datos, con un cúmulo de sensaciones y micro eventos ha creado un mundo  que es no solo consistente sino, algo aún más importante, abierto.

arenal

Arenal no está compuesto solamente de la matriz occidental bíblica, tan productiva para la literatura que Blake consideraba como la gran llave, sino que es el resultado de una sensibilidad verdaderamente contemporánea. ¿En qué sentido? En el sentido más nietzcheano de la palabra: “Lo contemporáneo es lo intempestivo”. En El nacimiento de la tragedia puede leerse: “Esta consideración es intempestiva porque intenta entender como un mal, un inconveniente y un defecto, algo de lo cual la época, con justicia, se siente orgullosa, esto es, su cultura histórica, porque pienso que todos somos devorados por la fiebre de la historia y deberíamos, al menos, darnos cuenta de ello”. Ser intempestivo, ser contemporáneo, implica necesariamente tomar distancia: desfasarse o ser anacrónico. Contemporáneo es el que, mirando el pasado, encuentra una luz que ilumina nuestros tiempos oscuros, que nos da una llave que nos permite transformarnos, encontrar líneas de fuga que lejos de fosilizarnos en la ilusión de la novedad provoque, de una vez por todas, un mundo nuevo.//∆z