Cesc Gay, Darín y Spinetta hacen que Truman se sume a la larga lista de títulos de un cine argentino que no para de brindar buenas películas.
Por Martín Escribano
Sorpresa: la película del hombre con cáncer terminal y su perro no es un dramón. Se llora en el cine, sí, pero no es un dramón. ¿Golpes bajos? No hay. ¿Llantos desmedidos? Menos aún. Al contrario, en uno de los pasajes del film Julián (Ricardo Darín) le pide perdón a su amigo, y se retira. ¿Adónde vas?, le pregunta Tomás (Javier Cámara). A llorar un poco. Las lágrimas quedan fuera de campo: el dolor no es un espectáculo. Javier llora solo, de espaldas y en el fondo del plano… es la distancia que exige el respeto.
Inspirada en hechos de la vida del director, el experimentado catalán Cesc Gay (Krámpack, En la ciudad) se mete con la muerte, tema espinoso y universal. Truman es la historia de dos amigos que, a lo largo de cuatro días, escribirán el que quizás sea el capítulo final de una amistad de años ya que uno de ellos morirá próximamente. Los días de Julián están contados (le quedan “pocas funciones”, según él) y si bien parece haberlo aceptado, mientras espera a su médico para informarle que abandonará la quimioterapia en vistas a vivir menos pero mejor, su mirada se detiene en un almanaque. Allí ve un cuadro pintado por Rembrandt, que no es otro que La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. En él varios cirujanos observan a otro diseccionando un cadáver. Tal es su destino (y, digamosló, el de todos nosotros): ser un puro cuerpo inanimado. De ahí la angustia que siente Paula (Dolores Fonzi), la amiga que no está de visita sino que lidia con el presente de Julían día tras día. No se trata, en el fondo, de la muerte como idea romántica sino del muerto, de eso que quedará ahí y que habrá que velar (vía cremación, entierro o lo que fuere) para poder seguir adelante. Por eso, antes del fin, es mejor organizarse y al mismo tiempo despedirse: visitar al hijo que vive en otro país, buscarle un nuevo dueño a ese hijo de cuatro patas que es Truman, discutir, emborracharse, ir al teatro, comer, hablar, sentir… estar juntos.
Todo se tiñe de último para Julián. Circula en Truman una vibra similar a la de los temas de Spinetta, una belleza amable y sutil como la Canción para los días de la vida que forma parte de la banda sonora. Esa sutileza, tan difícil de construir y que parece tan natural, le valió a Cámara y a Darín un premio compartido a la mejor interpretación masculina en la reciente 63ª edición del festival de cine de San Sebastián.
En la vereda contraria a la deliberadamente lacrimógena Marley y yo, Truman cierra (igual que Wendy & Lucy) con un gesto de amor. Bienvenido sea el brillo en los ojos, entonces. Bienvenida sea la muerte, también, si gracias a ella nos juntamos a celebrar que (todavía) estamos vivos.//∆z