La primera fecha del Festipulenta Vol. 12 la rompió con Riel, Los Espíritus, La Cosa Mostra y Acorazado Potemkin. Misticismo en clave indie.
Por Joel Vargas
Fotos de Gonzalo Iglesias
Las noches del Festipulenta tienen mística, se respira, transpira y huele música. Las nuevas bandas encontraron su lugar en el mundo capitalino para mostrar sus acordes y aguante. La noche del jueves no fue la excepción, con un Zaguán lleno de gente pulenta.
Los primeros que se subieron al escenario del Once, fueron Riel. Una banda que solo está compuesta por dos jovencitos que parecen amantes de los White Stripes: Germán en batería y Mora en guitarra y voz. “Cadáveres” fue un claro ejemplo de su rock demasiado desarreglado, lleno de punkitos y de ojos desorbitados. Un detalle curioso es que el punteo de viola de “Merienda” recuerda a “Ángel de los perdedores”, esa hermosa canción del Soldado y del Indio Solari. El punto alto del corto set llegó en “Celina” y “Huffer” cuando un grupo de bailarinas del infierno pogueaban de manera descontrolada cerca del tímido público que iba llegando.
Ya finalizando el show de Riel, ZAS estaba casi lleno. Mucha gente se entretenía visitando la feria de producciones independientes: había libros de las editoriales independientes Nulu Bonsai, Difusionalterna y Funesiana. También podías conseguir la revista NAN y varios cómics de diferentes partes de Latinoamérica cortesía de Andrés Accorsi, el reconocido editor de la Revista Comiqueando. Y los sellos discográficos Fuego Amigo y Oui Oui Records ofertaban sus últimas producciones.
Unos acordes de violas salvajes marcaron el inicio de Los Espíritus. El lema fue “Hacele caso tu espíritu”. La otra banda de Maxi Prietto la descoció, fue un cuelgue psicotrópico, un mestizaje de garage, funk y blues en dosis por igual. Prietto y Moraes (el otro guitarrista) mantuvieron un diálogo de violas con yeites intensos y solos épicos que parecían musicalizar un western porteño. Los “hendrixeanos” deberían amar esta banda, y los drogados también. Por momentos es el huracán que arrasó tu ciudad y por otros un pequeño Pink Floyd. La canción que evidenció todo esto es “Lo echaron del bar”, una crónica agitada de un chabón bardero en clave garage kingcrimsoneada. Al final del show ya eran seis tipos arriba del escenario, tenían las revoluciones por las nubes, a niveles atómicos y hasta el cuero de los timbales transpiraba. Todo terminó con gritos que parecían tribales y el anuncio de que una grúa de Macri se iba a llevar un auto que estaba estacionado enfrente del Zaguán. Un hermoso quilombo.
¿Cómo definir a la Cosa Mostra? Es una criatura de cuatro cabezas, y la principal es Paula Maffia. Una pequeña big band que da un show intenso, plagado de sensualidad y variedad de ritmos: punk, rockabilly, garage, entre otros. “Aguante el Festipulenta, es un placer estar acá”, gritó Paula y arrancó “Juana”, en una versión más eléctrica y desfachatada. Entre tema y tema, Maffia dialogó mucho con el público que estaba endemoniado. “Prendete fuego” le decían y empezó “Fancy”. Su voz retumbaba en todo el lugar y unos pibes chamuyaban “son solo cosas que pasan en el Zaguán”. No sé a lo que se referían pero seguro que no al show de la Cosa Mostra. El baile era punzante, como si un alfiler les pinchara los pies a todos y a todas. “Sácate todo” gritaban unas chicas cada vez que terminaba una canción. Paula no les hacía caso hasta que dijo: “no sería la primera vez que nos quedamos en bolas, una pasa la semana componiendo canciones escribiendo letras…” y se quedó en corpiño de encaje negro nomás. Y empezó “Sácate todo” para alegría de la tribuna femenina que la pidió todo el tiempo. Así terminó su set, gritando “paren de saltar hijos de re mil puta”.
El Acorazado Potemkin terminó de pudrir todo con su rock lleno de gusanos oscuros. Juan Pablo Fernández primero amagó en tocar “Algo” y dijo “ese acorde es el primero del disco Mugre que finalmente tiene su edición física” y todos aplaudieron. Después de ese falso comienzo arrancó “Algo”, la primera inyección de descontrol. Terminó el tema y alguien gritó “Aguante Acorazado”, Fernández le contestó con un “estamos aguantando”, justito antes de que empiece “La Carbonera”. En el medio de esa road movie Luciano Esaín, se lució machacando la bata y su puteada “dale hijo de puta” fue la puerta que abrió el solo magistral de Juan Pablo. Los monstruos de Potemkin siguieron desfilando: “Unos Versos” y “La Mitad” dijeron presente. Ya a esta altura un puñado de borrachos autómatas dominaba el pogo del Zaguán. Pero la cosa se puso más loca con la llegada de la la nube más negra en “Desayuno”. “Vamos a hacer más lío”, exclamó un pelado del público, “ahí vamos” le contestó Juan Pablo y arrancó “Lengua Materna”. La calma llegó con “Puma Thurman” y con un tema nuevo dedicado al Uruguay. Pero los espasmos epilépticos del pogo volvieron con “Smiley Ghost” y “Gris”. Federico Ghazarossian a lo largo de todo el show demostró porque es uno de los bajistas más importante del rock nacional: su presencia en el escenario es sublime. Es un amo y señor de las cuatro cuerdas, gracias a él Potemkin suena tan envolvente. El final del show fue con el punk rabioso de “Caracol”, donde los autómatas estallaron en mil pedazos de tanto golpearse. Su funeral fue con la marchita de “Los Muertos” y la crudeza de “Perrito”. Otra noche bien pulenta, ¿no?