Hablamos con la escritora cordobesa sobre Aldao, su última novela. Memoria, exilio, militancia, feminismo, salud mental y los misterios de la creación literaria son algunos de los puntos fuertes de este diálogo.
Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos de Hugo Suárez*
En estos tiempos digitales, donde abundan las estridencias, no es tan frecuente dar con una voz preocupada por la construcción de una obra sólida que intente bucear por los confines del misterio de la literatura. Tal es el caso de María Teresa Andruetto quien, a lo largo de los últimos treinta años, se ha consagrado como una de las voces más interesantes de la literatura argentina siendo capaz de destacarse tanto en narrativa —cuento, novela— como en poesía, ensayo, crónica, teatro y literatura juvenil. La oriunda de Arroyo Cabral, Córdoba, ganadora del Premio Hans Christian Andersen 2012, publicó Aldao, una novela en donde retoma varios tópicos de su interés: las esquirlas de la Dictadura Militar, la memoria, el recuerdo como hilo conductor y las voces de mujeres protagonistas.
Todo comienza con una voz. Una mujer que narra y recuerda su experiencia como militante en los setenta, refugiada en un hotel muy precario, hasta nuestros días en tiempos de pandemia. En el medio, la historia se ramifica y se cuelan otras temáticas, como la salud mental, el aborto y la prostitución. Sin embargo todo está servido en función del relato, como bien se encarga de explicar la escritora en este diálogo con ArteZeta. Derivas en torno a la forma, la corrección y la exploración textual, son algunos de los ejes de esta charla que incluirá, también, una curiosidad que la une con el también cordobés Alberto Laiseca.
¿Cuál fue el origen de esta novela?
Apareció como una voz distinta para mí en comparación a los cuentos y la novela en general, donde a veces aparece una imagen en lugar de una voz. Si aparece una imagen, me lleva tiempo encontrar la voz que narre eso. A veces, ese proceso implica mucho tiempo. Para mí, lo importante es que haya un tono que se sienta auténtico, lo que implica una cierta veracidad en quien narra. Si siento eso, puedo seguir adelante con la historia. En este caso, apareció una voz y la seguí. No tengo un horario fijo para escribir todos los días, no soy una escritora profesional en ese sentido. En lugar de eso, las historias van creciendo dentro de mí al seguir esa voz. Si sé quién es la narradora, entonces me pregunto quién cuenta, a quién le cuenta, por qué lo cuenta, y dónde está situada la voz en la mayor parte de la novela. Es una mujer de mi edad y de mi generación, que recuerda su juventud durante la dictadura y el exilio. Pero, en algún momento, esa voz cambió, y pensé que podía ver cómo había vivido la hija. Entonces, elegí una tercera persona muy cercana a su subjetividad, como si accediera a la vida de la mujer recordándose a sí misma como niña en ese lugar, en esa vida, sin su padre. Así, seguí a Diana, pero no con una primera persona, porque ya había una muy potente. No quería que compitieran entre sí. Quería mirar desde otro ángulo. Al elegir ese otro narrador en tercera, tan adentro del alma de la hija, se convirtió en una voz muy poética, no una voz realista, como el relato de la niña. Trabajé mucho los cortes y las bajadas, dejando algunas palabras que me parecían claves, solas. Probé si leyendo esas palabras solas se decía algo por esa vía. Después, renació esa primera persona en mí. Muchas de las cosas que se cuentan en Aldao son cosas que yo vi, algunas que viví, otras que vi mezcladas con otras, nunca fieles, pero sí disparadas por situaciones reales, mías o de otros. Traje personajes de un entorno u otro porque tuve acceso a modos marginales de vida.
Muchas frases preferiste separarlas del texto principal. Hay un trabajo de orfebrería en el lenguaje, de prosa poética ¿Cómo trabajaste la forma?
Corrijo mucho. Trabajé más de treinta años revisando escrituras: individuales, colectivas en talleres, en editoriales. Es decir, tengo un ojo muy entrenado para la revisión. Eso es una cualidad y, también, un problema. Lo vivo como un problema, sobre todo en la primera escritura. Para mí hay dos momentos: el primero es como un impulso, avanza un poco de manera intuitiva, siguiendo una voz o persiguiendo una imagen. De pronto, algo se detiene. Es como que no puedo ver más allá. Entonces ahí vuelvo, reviso, mejoro esa voz y corrijo. Al primer momento trato de no obstruirlo, ni siquiera pensar mucho en lo que estoy escribiendo. Que salga. A veces ni miro la pantalla. Lo que sale es muy torpe pero sí genuino. En la segunda parte aparece la Tere artesana que revisa y corrige. Es la parte que más me gusta. La otra me causa un poco de angustia pero sin eso no hay nada. Tengo cuidado de no corregir antes de tiempo, he ido aprendiendo eso. La falta de corrección da una escritura torpe pero el exceso de vigilancia en el texto lo asfixia y lo puede matar.
Tu narrativa aborda de diferentes maneras temáticas que tienen que ver con la última Dictadura Militar. Si bien es un tema muy abordado, lográs en tus personajes y escenas mucha naturalidad y verdad. ¿Cómo lo lográs?
Eso para mí es lo más importante, que lo que cuento esté vivo, suene verdadero, no esté impostado ni añadido, teórico o militante. Nunca parto del asunto, ni siquiera en La mujer en cuestión (2003), que el tema central es la dictadura. Nunca me planteo: quiero escribir una novela sobre la dictadura. No es desde arriba hacia abajo, desde los asuntos, la idea hacia la concreción que yo parto, sino de esa voz. Me pregunto: ¿Quién habla ahí? Intento ver quién dice eso. Eso me puede llevar días o meses. Algunas veces me ha llevado años. Se ha quedado una historia en mí porque ha demorado años en salir. Lo importante es que yo no me olvide de que quien narra es aquella voz y no yo. En general, cuando una voz toma calor, ya todo entra ahí y entonces lo que sale, si la voz es verdadera, lo que dice también lo es. No parto de lo general a lo particular sino desde lo singular viendo como algo de lo general o lo social toca esas vidas.
Claro. El tema de la dictadura aparece como un telón de fondo o contexto. Ciencias Morales de Martín Kohan podría ser un caso similar.
Claro. La Dictadura, así con mayúsculas, es algo demasiado grande, inabarcable para la escritura. La dictadura, el terremoto, la pandemia, son abstracciones. Uno puede ver qué le sucede a una persona hurgando en los escombros o a una mujer que está en un lugar. Yo era joven durante la Dictadura. Eso me marcó. También me causaba asombro lo que me contaba mi padre de la Segunda Guerra, que había sido llamado al frente de batalla en el gobierno de Mussolini. Después se escapó y se unió al Movimiento Partisano. En medio del horror también se contaban cosas divertidas, amores. También se vive, ¿No? Eso hace que no todo sea tan maniqueísta. Respecto a esto, Macedonio Fernández tenía una respuesta bonita: alguien le había dicho que tenía una buena idea para una novela y él le habría contestado: qué lástima porque las novelas no se escriben con ideas sino con palabras (risas). Las ideas están encarnadas en las vidas de los personajes.
Si bien, cómo decías, no partís de la idea de la Dictadura, hay un interés recurrente al respecto en tu obra. Mencionabas recién la época en que te tocó vivirla, de muy joven. ¿Tiene que ver con eso? ¿Pensaste de dónde surge ese interés?
No hubo una decisión programática en el sentido de que sintiera que debía escribir sobre eso. Aparece reiteradamente, pero de maneras muy distintas. Esto puede deberse a que tenía 21 años cuando ocurrió el golpe de estado, y era militante estudiantil. Cuando la dictadura terminó, tenía casi 30 años. Es una década fundamental en la vida de las personas, en la que se construye una especie de arquitectura de la vida. Cuando me pienso joven, me pienso atravesada por todo eso. Tengo una memoria muy grande, he tenido muchas vidas y momentos de vida muy distintos. Ahora, a la hora de escribir, cumplo 69 años. Es una vida que se mira hacia atrás. Tengo una memoria emotiva que me sirve para la escritura. No es que yo diga, a ver, yo voy a hablar de la precariedad, sino que aparecen imágenes, personas, frases, situaciones. El arco de sensibilidad de cada escritor está hecho de la experiencia vital. La experiencia y la memoria son mi campo de investigación. En esta novela, igualmente, debí informarme sobre algunas cuestiones relacionadas con la locura, a pesar de que tengo conocimientos previos en el tema. Me interesa mucho el tema y he leído mucho al respecto a lo largo de mi vida. Además, mi hija es psicóloga y trabaja en temas sociales, incluyendo experiencias en casas de tránsito, por lo que he tenido conversaciones con ella al respecto. Crecí en un pueblo que tenía un gran hospital psiquiátrico y conozco a muchas personas que trabajan en el ámbito de la salud mental. Por lo tanto, no fue algo ajeno para mí el hecho de visitar Aldao, pero sí quería repasar algunas cosas sobre la experiencia de la Clínica La Borde. Como mencioné en mi libro, al final agradecí a un psiquiatra que investigó historias clínicas de mujeres encerradas en el asilo de mi pueblo en las primeras décadas del siglo pasado.
¿Por qué aparece el tema de la salud mental?
Aparece porque, de pronto, la misma novela me lo va pidiendo. En mi Aldao existe ese asilo de alienados desde Lengua madre. En esta novela aparece a partir de un recuerdo de alguien que llega a ese hotel desesperado porque se murió su psiquiatra. Luego yo demoré la escritura y empezó a leudar la idea de que ese psiquiatra se podría haber muerto por algún atentado o alguna cosa y eso se vinculó con la idea del asilo de alienados también porque en el asilo real de mi pueblo hubo muchas personas que se refugiaron durante la dictadura. Hubo referentes políticos que eran psiquiatras de izquierda, algunos asesinados y desaparecidos. La dictadura y la psiquiatría imbrican de algún modo. Lo que va saliendo es algo que va necesitando el mismo narrar. Yo espero que aparezca. Por eso mi escritura a veces tiene hiatos de meses. Tampoco uno escribe lo que quiere.
¿Cómo sería eso?
Diría que la libertad está en las primeras líneas, en tomar esa primera cosa que aparece y después uno escribe, digamos, de modo dialéctico con lo ya escrito, en el sentido de que hay un proceso de autogestión, de autoescritura de lo que uno va haciendo. Eso que uno va haciendo le va pidiendo a uno ciertas cosas y uno responde, desde el narrador elegido, el punto de vista. Uno responde a eso que ya está en esa búsqueda de coherencia y cohesión interna. La escritura es una combinación de azar y necesidad, como decía Demócrito de Abdera hace más de dos mil años.
¿Dirías que hay una dimensión de cierto misterio alrededor de la literatura?
Lo que es difícil es aceptar que si bien hace falta oficio y mucho, con eso sólo no se escribe sino con eso otro que es más inaprensible, que aparece como y cuando quiere. Poner el oficio al servicio de eso más inaprensible, misterioso, que no es mágico, porque no es que viene de arriba. Para mí viene de lo más profundo de uno mismo y de cómo las voces sociales pregnan en lo más íntimo sin que uno sepa del todo de qué manera. Como dice Aldo Oliva en un poema: “Nadie sabe lo que sabe cuando estalla la palabra”.
Al igual que durante la charla, en el libro hay varias citas muy interesantes que anteceden cada capítulo. ¿Cómo trabajas esto? ¿Coleccionas frases de un modo habitual?
Soy una lectora muy intensa y diversa. Tengo un archivo de citas donde anoto cosas mientras leo. También marco cosas en mis lecturas que podrían ser útiles para las columnas que escribo en la radio los viernes. A veces una cita me lleva a escribir, o un recuerdo relacionado con algo que leí. No siempre uso las citas, pero cuando escribo, aparecen en mi mente y están relacionadas con lo que estoy contando. No elijo epígrafes al azar, sino que están íntimamente relacionados con la escritura misma. No decoro la novela después de haberla escrito, sino que las citas y los epígrafes son orgánicos al proceso de escritura. A veces los percibo antes, a veces durante, pero nunca después.
Son interesantes las citas y, muchas veces, abren puertas a nuevas lecturas.
Algunos me han dicho que he ayudado a construir lectores, lo cual es algo muy importante para mí. He trabajado en un centro de literatura infantil y he sido docente en la secundaria y en el profesorado de magisterio. También, como autora, he visitado muchas escuelas donde me han invitado para hablar sobre mis libros. Las citas que uso son diferentes, por ejemplo, cuando alguien me dice que descubrieron a Eribón porque lo cité en uno de mis libros, me siento muy contenta porque esto refleja mi interés en compartir mis lecturas con otros. Pero quiero dejar en claro que mi interés no es presumir mis conocimientos de lectura.
Otra cuestión que aparece en esta novela es la infancia. ¿Cómo aparece esto en tu obra? ¿Te parece un aspecto poco abordado en relación a la Dictadura?
En mis libros para niños, la dictadura aparece de forma limitada, como en el caso de “Stéfano”, donde se mencionan recuerdos de la primera guerra, o en “La Durmiente”, un cuento que narra la historia de una princesa que es despertada no por el beso de un príncipe, sino por una revolución. En mis novelas para adultos, la dictadura sí aparece con más frecuencia, como en el caso de un poema llamado “Los Hermanos García”. No tengo un propósito predeterminado de hablar de la dictadura en mis libros, sino que si aparece, es porque es relevante para el personaje o la historia. He leído literatura muy interesante que trata la dictadura o violencia de forma similar en relación a libros infantiles. No es necesario que un lector infantil comprenda directamente la dictadura en la historia. En mi escritura, a veces me coloco en el lugar de los hijos de militantes y veo las cosas desde su perspectiva, como en el caso de Lengua Madre. Me interesa ver cómo ellos perciben la militancia de sus padres y cómo la revolución afectó sus vidas.
En tus novelas y relatos también aparecen personajes femeninos fuertes. ¿Por qué se da esto? ¿Cómo es tu vínculo con el feminismo, en tiempos en donde las autoras mujeres tienen, enhorabuena, cada vez un mayor reconocimiento?
En mi experiencia de vida, las mujeres han tenido una presencia significativa en mi genealogía. Mis abuelas eran mujeres fuertes, que tuvieron que trabajar para mantener a sus hogares debido a situaciones como enfermedades de sus maridos o viudez. Una de mis abuelas era colchonera, mientras que las otras habían trabajado como guardabarreras y cocineras en una máquina de trilla. Por el lado de mi padre, mi abuela era sastre, lo que era poco común para las mujeres de su tiempo. Mi padre también ha sido una figura muy presente en mi vida, pero he conocido muchas mujeres solidarias a lo largo de los años, incluyendo a madres solteras.
Tuve una temprana militancia feminista en un barrio en los años inmediatamente posteriores a la dictadura, cuando acababa de convertirme en madre. En algún momento de mi vida, también fui jefa de hogar con dos niñas pequeñas. Además, he leído muchas escritoras a lo largo de mi vida, y las he llevado a talleres para compartirlas con otras mujeres. Incluso coordiné una colección de rescate de narradoras argentinas olvidadas en Editorial EDUVIN junto con Juana Luján y Carolina Rossi.
Mi interés en el feminismo y en las mujeres en general siempre ha estado presente en mi vida, tanto en mis lecturas como en mi experiencia cotidiana. He militado públicamente a favor del aborto, entre otras cosas. Sin embargo, en mi escritura, no busco escribir un libro feminista o militante. Me esfuerzo por no imponer mis propias ideas en la narrativa y en cambio, me concentro en la complejidad de cada personaje. No juzgo ni interpreto, solo miro profundamente hacia la humanidad y trato de reflejar lo que veo.
En mi escritura, no quiero que los personajes sean como yo quisiera que fueran en la vida real. Creo que hay algunas reglas en la escritura que son importantes para todos, como no explicar, no juzgar ni interpretar, solo mirar y contar. Luego, el lector puede decidir si toma partido, juzga, interpreta o está de acuerdo o no. No quiero avanzar sobre el pensamiento del lector.
Otro tema que aparece en tu obra es la memoria y no sólo en relación a la Dictadura sino al recuerdo, que funciona como una suerte de hilo conductor en Aldao. ¿Coincidís?
Sí. En Los Manchados (2015) se toca un poco ese tema al final. En mi caso, escribí un pequeño libro de poemas llamado Cleofé (2017), que trata sobre el Alzheimer de mi madre y su habla afectada por la enfermedad. La memoria es un tema que me interesa mucho, no solo la memoria histórica, sino también la memoria individual y social, porque para mí la memoria es identidad. En todo lo que escribo, la búsqueda de mi identidad se entrelaza con la memoria y es también una forma de agradecimiento por todo lo que he vivido, lo bueno y lo malo. Creo que esto aplica tanto a la escritura como a la vida en sí. Recientemente leí un prólogo de Jorge Bracamonte para la primera novela de Libertad Demitrópulos, Los Comensales, y encontré afinidad en su proyecto de escritura. Aunque no he leído esa novela en particular, he leído otras obras de ella y me gustan mucho. Los personajes que creamos circulan por diferentes territorios y miran hacia los márgenes, explorando nuestra identidad social y cultural. El lugar de donde venimos no es sólo geográfico, sino que también se refiere a nuestro entorno social, nuestra cultura familiar, nuestras costumbres y nuestro modo de hablar. Esta memoria alimenta nuestra escritura y nos lleva a lugares más profundos de nosotros mismos, guiados por los personajes que creamos. En resumen, la memoria es un tema fundamental en mi escritura y en mi vida.
Por último, una curiosidad. En el mismo mes que se publicó Aldao, se publicó un libro póstumo de Alberto Laiseca quien se crió en Camilo Aldao. Si bien tu Aldao es un territorio ficcional, es interesante la coincidencia. ¿Conociste Camilo Aldao?
Efectivamente, él es de Camilo Aldao. Fui dos veces invitada a una escuela allí, un profesorado grande que está en el límite de Córdoba con Santa Fe, bastante cerca de Rosario. Fui por curiosidad, ya que me habían leído hace unos cuantos años. Estuve con niños de jardín, primaria y secundaria, y por la noche di una charla abierta al público en general. Me hablaron de la importancia del lugar, ya que habían estado allí escritores muy importantes, como Roa Bastos y Daniel Moyano, en un proyecto llevado a cabo por una profesora que era la madre de la periodista Mónica Gutiérrez, quien había llevado a varios escritores de primer nivel para alimentar la literatura en los pueblos en una época sin internet ni mucho acceso a la literatura. Incluso creo que Roa Bastos había escrito un cuento estando ahí. Esas cosas son realmente interesantes. Laiseca es de ahí y el otro día vi con alegría que la hija de Laiseca había donado su biblioteca a la biblioteca de Camilo Aldao. Me parece hermoso que ciertas cosas vuelvan a sus lugares. Mi Aldao es un lugar ficcional. Hay otro Aldao o Camilo Aldao en Santa Fe, creo, ya que Camilo Aldao fue un político ligado a la Generación de Ochenta. Pero mi Aldao es ficticio. Es un pueblo de la llanura cerealera cordobesa que tiene un asilo de alienados. //∆z.
*Fotos gentileza de Prensa Penguin Random House