El 12º Festipulenta, en su tercera noche, brilló con los sets de Los Totales, Los Cayos, Valle de Muñecas y Prietto Viaja al Cosmos con Mariano.
Por Emmanuel Patrone
Fotos de Nadia Guzmán
“Que por favor, alguien me preste una guitarra” pide al micrófono Maxi Prietto, mientras se refresca con un poco de birra. Un momento antes, una de las cuerdas de su viola había desistido, entre zapadas setentistas y psicodelia urbana. Como para que el mambo no se corte, su compañero Mariano Castro martilla su batería y empieza a cantar los primeros versos de “Verano fatal”, aquella canción que cerraba su primer EP: “Los días duraban años, entre tus ojos y el mar…”. Y el público presente (a esa altura de la noche, ya influenciada por el calor, la música, el alcohol y vaya a saber uno qué sustancias non sanctas) acompañó con ímpetu, no tanto con ganas de remar el impasse provocado por el deceso de la cuerda, sino casi como muestra de que eso que estaba sucediendo arriba del escenario pertenecía a todos. Sí, quizás con esto este cronista le esté pisando el acelerador a la hipérbole, pero ese pequeño instante ayuda a ejemplificar lo peculiar que puede llegar a ser el Festipulenta.
Pero hagamos rewind y mencionemos cómo comenzó la tercera jornada de la 12ª edición del festival under llevado a cabo en el Zaguán Sur. Cuando los relojes marcaban las 23 horas y el centro cultural de la calle Moreno empezaba tímidamente a albergar sus primeros visitantes, el trío Los Totales se despacharon con media hora de canciones de pop guitarrero breves, sencillas y en ocasiones llenas de infalibles coritos. El cantante y guitarrista Julián Total expuso cierto histrionismo que parecía encajar con su voz particular, que estaba a punto con las secuencias de acordes y las melodías directas. La banda de Berazategui invitó también a un par de amigos para ayudar en teclados y una guitarra extra, llevando a que la contagiosa “Todo lo repara” (a muchos se le habrán pegado esos “uh uh uh uh”) a sonar con una peculiar potencia, llegando a convertirse en –tal vez indiscutiblemente- el punto alto de su escueto set.
Y del conurbano se pasó al interior de la provincia de Buenos Aires, a Campana más específicamente, con Los Cayos, agrupación con ya 20 años de carretera y que se hizo presente nuevamente en el Festipulenta. “Y comenzamos con un acorde ‘sol’” exclamó el vocalista y guitarrista Ruben Álvarez para el puntapié inicial de un set de canciones que se prolongó por 40 minutos hasta entrada la medianoche y que incluyó composiciones nuevas y otros números que son hace rato estándares fijos en sus listas, entre las que se incluyen esos “deberían-haber-sido-hits” del indie nacional como “Esceptihippie”, “Mucho”, “A nadar” y “Flor de papel” (esta última siendo parte de un mini-bloque en el que, según palabras de Ruben, “mostraron su lado pop, que toda banda tiene”).
Y hablando de lados pop. Los encargados de continuar la velada fueron los paladines del melanco-power-pop nacional (ahí tienen una nominación para discutir y entretenerse), la banda liderada por Manza, los creadores de La autopista corre del océano hasta el amanecer: Valle de Muñecas. Que su set haya comenzado con “Días de suerte” -tema que también titula su primer disco- justamente en una semana definida por Manza como “una de las peores de su vida”, entre otras cosas, porque a Lulo Esaín, -baterista de la banda y también parte de Acorazado Potemkin, otra de las bandas presentes en este Festipulenta- le robaron numerosos equipos e instrumentos, parecería por lo menos una ironía. Pero en las canciones de Valle de Muñecas siempre asoma, detrás de la sonrisa, un dejo de inquietud y ansiedad. Y muchas de esas hicieron su aparición ese sábado a la noche: desde canciones del último disco como “Ni un diluvio más”, “Gotas en la frente” (perdón por el lapsus de fan: ese estribillo, por Dios) y “La soledad no es una herida” hasta otros de Días de suerte, como “Regresar (a través de la noche)”, todas ejecutadas ajustadamente y de forma potente, venciendo los problemas de sonido y hasta una rotura de cuerda en la guitarra de Manza.
Ah, y ya que estamos en tema: a Prietto finalmente le consiguieron una nueva guitarra y el show continuó como había comenzado: con una seguidilla de temas de estirpe psicodélica y alma drogona, celebrados por un Zaguán Sur que en ese momento ya estaba colmado de cuerpos curiosos y exaltados, y que culminó a puro pulso rockero a las 3 de la madrugada del domingo. Un día (o, mejor dicho, noche) de suerte, no más.