La escritura de Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969) tiene una extraña virtud: parece atemporal. Eso no significa que no dialogue con el presente, más bien todo lo contrario: su proyecto se inscribe en esta época y es, sin lugar a dudas, uno de los más interesantes. Su efecto de lectura logra crear en la mente del lector un espacio que podría verse como un fuera del tiempo. Así es como Muzzio parece seguir un único designio: su propio deseo. ¿Se puede hacer otra cosa cuando se escribe ficción? De esta manera se creó su propio espacio en la literatura contemporánea.
Con títulos como Las esferas invisibles, Mockba y Doscientos canguros, entre otros, supo delimitar un territorio donde entregó historias que muestran un realismo totalmente extrañado y áspero, que bordea con el fantástico pero sin rendirse ante la pureza de ningún género. Ahora acaba de salir su primera novela: El ojo de Goliat (Entropía), donde aborda una desintegración psíquica en el fin del mundo a principios del siglo XX. Leerla para saber más porque amplifica lo que ya viene trabajando Muzzio. Mientras esto ocurría también salió su poesía reunida: Nadar bajo la tierra (Salta el pez). Y puede considerarse una pieza que faltaba para comprender mejor su universo: cargado de tensión en relación al lenguaje y el modo de nombrar realidades difíciles de tolerar o asimilar. Un dialogo con el autor que vive en Francia hace tiempo sobre todo lo anterior.
AZ: ¿Cómo es que llegás a El ojo de Goliat, tu primera novela? ¿Ves el cuento como una suerte de “preparación” para llegar a la novela?
Diego Muzzio: Antes de la novela, yo ya escribía narrativa. Cuentos, nouvelles, también había escrito novelas juveniles, de manera que se dio naturalmente.
AZ: Lo vi como un texto que habla de la desintegración psíquica en un espacio muy particular. En ese sentido lo vi muy en relación con tus cuentos y nouvelles. ¿Lo ves así? ¿Tenés obsesiones que te acompañan y reaparecen?
DM: Sí, la novela transcurre en un espacio cerrado, claustrofóbico, ya sea en los capítulos que se desarrollan en el psiquiátrico o en el faro. Creo que, de alguna manera, vamos repitiendo temas y obsesiones, a pesar nuestro. Los temas se te imponen. Uno puede elegir escribir sobre cualquier tema, pero después hay que ver si sale, son cosas distintas.
AZ: Los espacios ocupan un lugar muy especial en tus textos. Pienso en esta novela pero también en Las esferas invisibles. ¿Cómo parece esa cuestión: surge solo o partir del espacio y de ahí vas a los personajes?
DM: El espacio colabora mucho en el desarrollo de una historia. Pienso que el lugar donde uno elige contar puede funcionar como un modo de estructurar el texto, a veces incluso funciona casi como un personaje más. El espacio donde se desarrollan los hechos tiene que entusiasmarte tanto como los personajes o la historia en sí misma. El peligro en este caso puede venir del exceso descriptivo. La descripción del escenario tiene que ser precisa, medida, para no interrumpir la acción. Creo que no hay que extenderse demasiado en las descripciones o, al menos, espaciarlas. Intento estar muy atento al respecto.
AZ: Sale tu primera novela y en seguida tu Poesía completa. ¿Ves alguna relación en esto?
DM: No, es una casualidad. No encuentro ninguna relación entre ambas.
AZ: ¿Cómo funciona para vos la escritura de poesía en vinculación con la prosa?
DM: Son estados completamente distintos. Para escribir poesía tengo que estar leyendo exclusivamente poesía. Es muy raro que escriba un poema si no estoy leyendo poesía en ese momento. Por otro lado, escribir poesía genera un estado muy particular, un estado que podría llamar “estado de alerta”. No sabría muy bien cómo describirlo: quizás sea un modo de observación muy agudo de la realidad, que a veces se desliza también hacia el sueño. Muchas veces mis poemas nacen de mis sueños. La prosa, en cambio, es casi exclusivamente trabajo, trabajo encarnizado de escritura y sobre todo de corrección.
AZ: Hay un gran abordaje de la prosa poética ¿Cómo surgen en vos esa clase de textos?
DM: La prosa poética nace de una necesidad precisa de respiración, del ritmo que impone un poema en particular. En la prosa poética también se relatan cosas, claro, pero en definitiva no creo que sea importante lo que se cuenta y sí, en cambio, las imágenes que se van encadenando en el poema. Lo que se cuenta puede ser solo una excusa para el poema.
AZ: ¿Qué diferencia ves entre la corrección del poema y la de la prosa?
DM: Casi ninguna. Soy tan obsesivo corrigiendo poesía como prosa. En la corrección de poesía tal vez esté mucho más atento a la música de las palabras, aunque también me suele suceder cuando corrijo prosa.
AZ: También escribís literatura infantil. ¿De qué manera esos textos entran en tu sistema?
DM: La literatura para chicos me permite experimentar cosas y, al mismo tiempo, me divierte mucho. Muchas veces me sorprendo cuando estoy escribiendo para chicos porque surgen cosas muy locas, muy divertidas, que en entran en otros espacios. Sigo siendo muy riguroso con la estructura y la corrección, pero al mismo tiempo siento una libertad diferente que cuando escribo para adultos.
AZ: ¿Por qué escribís en estos momentos? ¿Qué te da la literatura que no encontrás en ningún otro lado?
DM: Escribir, pero sobre todo leer, son las cosas que más disfruto. Creo que leer y escribir, tener proyectos en marcha, colabora muchísimo en la vida de todos los días. Como decía T.S.Eliot: “el ser humano no soporta demasiada realidad”.
AZ: ¿Te interesan palabras como Obra? ¿Cómo te relacionás con eso, sentís que ya tenés una Obra? ¿Ves tu lugar en la literatura argentina?
DM: Pienso que a todo escritor le interesa la palabra “obra”, pero la verdad no pienso en eso. Escribo, los libros se van sucediendo. No me detengo a pensar cómo encaja cada uno en una supuesta “obra”. Tampoco pienso en el lugar que pueda ocupar en la literatura argentina. Ese lugar serán otros los que lo determinen, no yo. //∆z.