La mítica banda de Hip Hop de New York tocó por primera vez en Argentina. Un show histórico que trasciende generaciones.
Por Rodrigo López
Fotos de Brian Rappaport
Tres años después de aquella visita que tuvo que ser suspendida por la pandemia, The Wu-Tang Clan pisó por primera vez suelo argentino. En el mítico Estadio Luna Park, más de seis mil personas fueron testigos privilegiados de una presentación que quedará grabada a fuego en la historia del Hip Hop en la Argentina y que dejó en claro que las verdaderas leyendas –con toda la significación cultural, social y político que ello implica– tienen un impacto eterno tanto en lo individual como en lo colectivo.
La previa estuvo muy bien sazonada por la esencia Old School con dejos experimentales de los refrescantes (y notables) Golden Boyz y por la crudeza de un Neo Pistea que mostró sus galones en el escenario con una puesta acorde a la ocasión: muy directa –un recuerdo de sus inicios en el juego–, intensa y parada en el cruce entre el rap clásico y el trap post revolución de 2008. Mientras la euforia crecía, era imposible no imaginar todo lo que estaban pensando los miles de presentes, casi todos pertenecientes a como mínimo dos generaciones previas al estallido generado por El Quinto Escalón, aunque también se pudo ver a muchos de los jóvenes que actualmente levantan las banderas del Rap en el país.
A la espera, bien se la podía matizar con un poco de historia: navegando entre los sinuosos cables tendidos de costa a costa por Ice-T, N.W.A y Public Enemy, The Wu-Tang Clan se convirtió muy velozmente en el nuevo horizonte de un movimiento que se debatía entre la salida más comercial y liviana de la Era Dorada y la oscuridad más amarga y cruda que provenía –tal como en los inicios del Hip Hop– de las entrañas de una Nueva York muy diferente a la que conocemos en la actualidad y de los suburbios de una California que en realidad no era tan soleada.
Como resultado de ese choque entre influencias, estilos y sonidos (todos ellos unidos por un mismo hilo: la represión, tortura y persecución histórica sufrida por la comunidad afroamericana en los Estados Unidos), entre la bruma y la suciedad de Staten Island nació un colectivo de rap destinado a vivir para siempre. Conformado por RZA, GZA, Method Man, Raekwon, Ghostface Killah, Inspectah Deck, U-God, Masta Killa, y el difunto Ol’ Dirty Bastard, The Wu-Tang Clan estableció una marca registrada tanto sonora como cultural que continúa siendo influencia absoluta dentro de la escena global. Una marca registrada que se caracterizó por cambiar las reglas de un juego que empezaba a balancearse hacia el costado más banal y comercial: si el objetivo de la gran industria era vender placebos bailables, la respuesta de The Wu-Tang Clan fue la clara intención de despertar a las nuevas generaciones del insufrible letargo noventoso.
Las texturas grises y apocalípticas de la versión metalera de “Killa Bees on the Swarm / Clan in da Front” y el sonido más industrial de “Bring Da Ruckus” fueron suficiente como para que el Luna Park se convirtiese en un océano humeante de cuerpos que, al mejor estilo de los shows clásicos de Hip Hop, no paró de agitarse durante una hora y media. Obviamente, el disco elegido como pivote fue el mítico ‘Enter The Wu-Tang: 36 Chambers’ de 1993, trabajo en el que lograron sacar del ostracismo al rap neoyorquino y sentar las nuevas bases de lo que pasaría a conocerse como el Hardcore Hip Hop.
Acompañada por una banda descontrolada y brutal que los acercó al concepto rutpturista y distorsivo de Body Count, la formación compuesta por Ghostface Killah, RZA, Raekwon, U-God, Inspectah Deck, Masta Killa y Cappadona se movió sin parar por las tablas como una unidad de ataque especializada en la destrucción. Sí, una maquinaria de destrucción que se movió con mucha sinuosidad entre el sonido más clásico –doloroso y crudo– de la Costa Este (“Da Mystery of Chessboxin’”, “Wu-Tang Clan Ain’t Nuthing ta F’ Wit”, “For Heavens Sake”, “Reunited”), el rico e inevitable diálogo con el G-Funk (“Shame On A Nigga”, “Uzi (Pinky Ring)”) y la conexión más directa con el soul y el góspel (“One Blood Under W”, “Triumph”).
Todo ello mientras dejaban en claro que a la hora de hacer una fiesta a pura potencia, guiada por un flow asesino y una capacidad para representar la realidad –es decir, para representarse a sí mismos, embajadores de lo real–, no hay número en el mundo que pueda hacerlo con tanta intensidad y precisión. Por si quedaba alguna duda, se despacharon con una versión por completo O.G de un clásico de clásico –portal de ingreso al universo del Hip Hop– como “C.R.E.A.M.” y un enlace nuclear, cercano al thrash, entre “Method Man” y “Run”, dejando al Luna Park patas para arriba con todavía mucho show por delante.
Sosteniendo el predominio de las texturas densas y grises, “For Heavens Sake” y “Tearz” trajeron consigo un pedazo del dolor y la resistencia de las calles de Staten Island. Preludio ideal para el siempre sentido homenaje al difunto Ol’ Dirty Bastard de la mano de “Shimmy Shimmy Ya” y “Got Your Money”, incluyendo un verso de “Ice Cream” como cierre de un momento muy especial en el que todo pareció quedar suspendido en el aire por algunos minutos. Mientras el público olía el cierre de una noche histórica, Wu-Tang Clan encendió la máquina del tiempo: la esencia liberadora y festiva de “Gravel Pit” fue un celebrado regreso al lugar en el que comenzó todo.
Entre sudor, baile, lucha, flow y virtuosismo, el colectivo neoyorquino se despidió hilvanando una secuencia de estatus mítico: sazonados por una lluvia de beats salvajes y una sobrecarga de potencia analógica, “Triumph”, “Reunited” y “4th Chamber” –esta última con retazos descontrolados de “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana– resumieron la esencia de un movimiento que a esta altura de las cosas ya es mucho más que una leyenda viviente.
Mucho antes de que The Wu-Tang Clan se retirase del escenario, se vieron algunas escenas que reconfirmaron que la relación entre el Hip Hop y la Argentina no es novedosa. Con las guitarras, la batería, los beats y las voces disparando verdades sin cesar, entre el público se armaron varios círculos dentro de los que comenzaron a bailar muy talentosos breakdancers. Mientras cada uno de ellos dejaba todo sobre el cemento desnudo del Luna Park, la reflexión se hizo inevitable: para entender lo que es el Hip Hop, alcanza con haber sido testigo de ese momento. Represent Yourself.