Entre lo acústico, lo eléctrico y la electrónica, el cantautor sigue abriendo caminos. Una crónica de su presentación el jueves 13 de octubre en el Teatro Gran Rex
Por Carlos Noro Fotos de Chechu Dalla Cia
La pandemia afectó, sin dudas, a cada habitante del planeta Tierra. Lisandro Aristimuño no fue la excepción. Sin embargo, en su caso el aislamiento parecería haber propiciado en el cantautor un momento de autorreflexión, un mirar hacia adentro que parecería haber inspirado la impronta solitaria de sus actuales presentaciones en vivo.
Este momento de Lisandro se sostiene en sus últimas incursiones discográficas: Criptograma (2020), un disco electrónico que terminó de componer en pandemia, el disco de música electrónica instrumental =EP8 otro emergente pandémico compuesto junto a Fernando Kabusacki —resultó ganador de un Premio Gardel— y finalmente Hermano Hormiga, disco folclórico lanzado en 2019 junto con Raly Barrionuevo. Mencionar estas obras y agregarle a esto una intensa búsqueda por revisitar las propias canciones o desnudarlas hasta llegar a su origen primigenio, permiten caracterizar sus shows actuales denominados Set1, un recorrido que apuesta por generar una dialéctica entre lo acústico y lo electrónico exponiéndose a que las canciones sean atravesadas por esa síntesis musical e interpretativa.
La música de Aristimuño posee una dimensión nostálgica (no melancólica porque en ese recuerdo no hay angustia por lo que ya no está) y, al mismo tiempo, posee una luminosidad difícil de describir. Por eso no es casual que Lisandro haya elegido a la voz profunda y reconocible de Mercedes Morán para recitar algunos versos de la increíble poetisa santafecina Estela Figueroa durante su show. El objetivo simbólico parecería ser el de generar una metonimia con algunas canciones al comienzo, promediando y sobre el final. En este sentido resultó conmovedora la interacción que logró entre una versión electro folclórica de “Hojas del Camino” y el poema de la poetisa llamado “La enamorada del muro” que dice “Sólo una loca pudo enamorarse de un muro/Un muro no habla/No escribe cartas/No florece” porque en esos momentos quien escuchaba y veía podía dejarse llevar por la potencia musical, visual y poética de lo que iba sucediendo.
Otra de las grandes virtudes del show fue el acompañamiento de las canciones con una serie de visuales que complementaron de manera simbólica, abstracta y evocativa la música. Una cámara subjetiva, que en muchas ocasiones coincidió con el parpadear de los ojos, fue mostrando paisajes áridos y marítimos mezclados con fragmentos del mundo de la naturaleza y de un microcosmos que incluía texturas que van más allá del ojo humano. La idea allí también fue la de amalgamar esas imágenes con distintos momentos de las canciones, generando la idea de una mirada profunda y atenta e invitando a ver más allá de la realidad circundante. Este efecto potenció algunas canciones. Por ejemplo, resaltando la sencillez y emoción en “Tres Estaciones” o la oscuridad y el dramatismo en “Para Vestirte Hoy”, uno de los puntos altos de la noche.
Rodeado de varias guitarras acústicas, una eléctrica, un cuatro, pedales, sintetizadores y una cálida iluminación sostenida en una serie de spots repartidos a lo largo del escenario; Aristimuño fue transitando por diversos estados musicales durante más de dos horas en donde el sonido fue impecable. Por momentos, prevaleció lo electrónico con canciones de Criptograma (“Señal 1”, “Sombra 1” y “Loop”) bajo una impronta lúdica, coherente con el tono compositivo del disco. En esos momentos, los sintetizadores cobraron fuerza. Allí Lisandro jugueteó con las sonoridades escapando al formato canción establecido y dando la pauta de que hoy por hoy la faceta electrónica es un espacio interesantísimo para generar nueva música.
Como contraste ante tanta intensidad sonora, el show tuvo momentos donde las bases electrónicas hicieron las veces de soporte y propiciaron el lucimiento de la voz y la guitarra. Esto se vio en “Green Lover”, canción clave en su repertorio, que fue interpretada con un cuatro y adornada por synths y loops.
Algo similar sucedió en “Tu Nombre Y El mío” y “Pozo”. Este tema en particular, exigente en cuanto a la intensidad vocal y la elevación tonal que requiere, logró una gran versión demostrando la calidad como intérprete y vocalista de Aristimuño en la actualidad. Al igual que lo que sucedía con el recordado Gabo Ferro —con quien LIsandro compartió escenario en más de una oportunidad— ver a Aristimuño en vivo permite dimensionar su obra sino entender el sentido y la impronta de cada una de sus canciones.
Respecto a invitados, el show tuvo tres momentos con resultados disímiles. El saxofonista Mato Ruiz participó de una versión bossa nova de “Blue”, en la que el saxo tuvo un pequeño inconveniente técnico que no permitió explotar toda su potencialidad. Más allá de eso, la canción salió adelante gracias al oficio de ambos músicos. Luego, presentado como un referente desde su infancia se hizo presente León Gieco, referente ineludible de la música popular argentina. Fue ovacionado de pie por todo el teatro a lo que Gieco agradeció con un “Nosotros aprendemos de Lisandro”. Luego hicieron juntos el cover “Principe Azul” de Eduardo Mateo —”El Lennon uruguayo”, según Aristimuño— . Más allá de que resultó un momento emotivo, quedó flotando en el ambiente la sensación de que hubiera sido interesante que Gieco intervenga en una canción propia de Lisandro. Seguramente no faltará oportunidad para que suceda.
Otro momento interesante y muy intenso en donde hubo invitados ocurrió en la primera parte del show. Para “Me Hice Cargo De Tu Luz”, Lisandro invitó a una Compañía de percusión corporal escénica con improvisación con señas (C.X.E.R.P.X.). Esto, de algún modo, dice mucho acerca de lo que ocurrió esa noche. En esos intensos minutos, lo corporal, lo acústico y lo electrónico se mezclaron con una fluidez admirable dando la pauta de que hoy Aristimuño se centra en la idea de “poner el cuerpo desde lo musical” como una forma de entender su propia obra.
Casi con una vuelta introspectiva de trescientos sesenta grados, la última parte del show tuvo mucho del intimismo del comienzo pero sostenido por la desnudez de la guitarra acústica. Sonaron “Tu Corazón” y “La Última Prosa” antes de los bises. El final de la noche tuvo una extensa versión de “How Long” (aquí con bases programadas), “Vida” (de Hermano Hormiga) y “Canción de amor” dedicada por un lado a Azul, la hija de Lisandro y a su ahijada presentes en el Teatro.
El cierre, con un Teatro sold out de pie, dio la pauta de que hoy por hoy Lisandro Aristimuño está en la inmejorable posición de dejar que las canciones hablen por sí mismas. Sin demasiadas palabras ni gestos demagógicos, en esta nueva etapa invita a su público —de por si ecléctico en gustos y orígenes— a disfrutar de su música en la forma más primordial. A juzgar por lo visto en el Gran Rex, es difícil que esta ecuación falle.