Los historiadores Alejandro Rabinovich, Ignacio Zubizarreta y Leonardo Canciani recopilan textos que se proponen revisitar el enfrentamiento que puso fin al Rosismo y funcionó como un parteaguas dentro de la historia argentina. He aquí un análisis de sus aspectos centrales.
Por Cinthya Andino
Algunos hechos del pasado funcionan como bisagras de su tiempo pero, por distintas razones, no trascienden del mismo modo todas las épocas. La batalla de Caseros es un ejemplo de esto. Este libro se propone reconstruir este enfrentamiento en el transcurso del devenir histórico. Los historiadores detrás de este proyecto, muchos de ellos de referencia para la academia y la divulgación local, presentan las últimas novedades historiográficas en torno al análisis de esta batalla y la relacionan con procesos cruciales en la constitución de la organización nacional. A continuación, algunas claves.
“El Restaurador” y su tiempoEl primer protagonista de esta contienda fue, sin dudas, Juan Manuel de Rosas. Él no fue un gobernador más de Buenos Aires. Durante décadas, dirigió los destinos de gran parte de los territorios que conformarían la Argentina. Entender su mandato, así como su final, resulta fundamental para comprender la fisonomía que luego adoptó la Argentina. Los primeros tres capítulos de este libro son una excelente oportunidad para recorrer las décadas rosistas e identificar los fundamentos de su poder. Uno de ellos fue el proceso de militarización compulsiva al que se sometió a la sociedad bonaerense durante sus mandatos, principalmente en el segundo. Este hecho no suele tener la misma relevancia que la acción de La Mazorca o la propaganda rosista para explicar su fuerza política. Como contrapartida, este repaso permite detectar los factores que llevaron a la súbita derrota de Rosas a manos de las fuerzas que se gestaban más allá de las fronteras bonaerenses.
El libro avanza, en orden cronológico, con otras particularidades por demás interesantes. El relato de la batalla minuto a minuto que se despliega en el capítulo cuatro es cinematográfico. Pero, además de la calidad de su detalle, este apartado desentraña imaginarios comunes que se asignaron a la contienda sin caer en la gastada postura de desmitificar hechos pasados. Mediante el contraste de las diversas fuentes, los autores demuestran que la estrepitosa caída del ejército de Rosas en combate no fue ninguna excepcionalidad para la época sino que respondió tanto a factores militares coyunturales como a cuestiones sociales de largo plazo. El cansancio de una población sometida durante años a rigores y movilizaciones militares frecuentes jugó, de esta manera, un duro revés para el Restaurador en una contienda crucial.
“Hay cadáveres”Los últimos dos capítulos de la obra desarrollan el después del enfrentamiento. Algo no menor considerando que la batalla de Caseros fue el parteaguas a partir del cual comenzaría a asentarse, lentamente, la organización nacional. El capítulo cinco demuestra cómo el ciclo rosista se cierra signado por la violencia. Pero no se trató de una violencia anómica y barbárica como caracterizarían los detractores del Restaurador. Por el contrario, los autores indican que, en los saqueos que siguieron a la batalla de Caseros, puede rastrearse una forma de expresión de los sectores populares bonaerenses. Se trató de una válvula de escape de tensiones sociales acumuladas durante años.
La represión a estos movimientos, a manos del victorioso ejército liderado por Justo José de Urquiza, da cuenta de que el uso de la violencia estuvo lejos de ser un monopolio de la tan mentada tiranía rosista y sus seguidores. Los federales del Ejército Grande no escatimaron sangre enemiga para dejar un claro ejemplo aleccionador, que demostrara que una etapa había concluido. Posiblemente, la representación más gráfica de ello fueran los cadáveres exhibidos ordenadamente en los caminos por los que se ingresaba al centro de la ciudad. Ello se combina con revanchas posteriores, como bautizar al antiguo casco de estancia de Rosas bajo el nombre Parque 3 de febrero (en alusión a la batalla) en 1874, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento. Se inauguraba una extensa época en la que la historiografía local desplazaría a los márgenes del relato a la figura de Rosas, cargando todas las connotaciones negativas posibles sobre su figura.
¿Una unidad nacional?El sexto y último capítulo deja en claro que, si bien Caseros fue una batalla clave, no resolvía el gran conflicto existente de lograr la tan mentada unidad nacional consiguiendo el consenso de Buenos Aires. Avanzando hasta la segunda mitad del siglo XIX, el apartado reconstruye los avatares del levantamiento del 11 de septiembre de 1852 (una reacción liberal al predominio urquicista) y el sitio de Buenos Aires a manos de antiguos federales. Un dato sobresale: luego de Caseros, ninguna de las fuerzas políticas en pugna buscaba identificarse con el depuesto Rosas. Ello demuestra que, a pesar de que la organización nacional todavía estaba lejos de consolidarse, se había producido un cambio de etapa que dejaba atrás a la principal figura que obstaculizó durante décadas la sanción de una Constitución que justamente articulara ese orden. De hecho, a esta etapa corresponde la redacción del texto constitucional que, con modificaciones, pervive en la actualidad en nuestro país.
Pero el principal desafío de la era post rosista no era la escritura de la carta magna, o quizás, no el más urgente de ser atendido. El sexto capítulo señala un interesante contrapunto al respecto. El mayor problema al que se enfrentaron los dirigentes liberales que condujeron el Estado autónomo de Buenos Aires desde 1853 era lograr un control como el que había tenido Rosas pero sin recurrir a sus métodos. Teniendo en cuenta que nos hallamos en los albores de la conformación del movimiento obrero local, fuertemente alimentado por el aluvión inmigratorio del último cuarto del siglo XIX, los clubes y sociedades mutuales que emergieron como modo de saldar los antagonismos entre los habitantes bonaerenses constituyeron un sustento que abonaría esas experiencias colectivas posteriores.
En suma, una virtud de este trabajo reside en correrse de un abordaje tradicional, y replicado hasta el cansancio, de una batalla como suceso anecdótico. Las primeras páginas del libro manifiestan su intención explícita de ser consumidas por públicos amplios, para quienes este enfoque, que articula e integra los procesos del pasado en una totalidad, les otorga mayor sentido. Y no solo un sentido en su propio tiempo sino, también, para lo que se gestó después. A 170 años de la batalla de Caseros, revisitar su importancia plantea nuevas preguntas. A pesar de lo lejana que puede resultar esta fecha a la mayoría, interpela e invita a repensar cómo y por qué se formó la Argentina de una forma y no de otra. //∆z