Vuelve la mítica revista con una edición especial de despedida. Por eso, repasamos su origen y el de otros proyectos claves del periodismo contracultural de los ochenta: El Porteño y Página 12. También trazamos un perfil de Enrique Symns, el señor de los venenos. 

Por Pablo Díaz Marenghi

La década del ochenta argentina podría describirse como una etapa de transición. La bisagra entre una Dictadura Militar de siete años, con el terror y las heridas aun suturando, y una democracia tímida, incipiente, que se encontraba dando sus primeros pasos. Dentro de aquel caldo de cultivo confluían jóvenes con ideales y ansias de cambio, vanguardistas que repudiaban las estructuras, hombres defraudados con una revolución socialista que no pudo ser y miles de personas que ignoraron –por acción u omisión- todo crisol de ideales y toda represión sanguinaria. En un artículo, María Moreno sintetiza muy bien el clima de época: “Del Café Einstein a la redacción de El Porteño, de las Madres de Plaza de Mayo al Parakultural, de los manuales de comportamiento gay de la CHA a los desplantes de Batato Barea, los años ochenta cambiaron –casi siempre a los ponchazos, con un vértigo tan saludable como caótico– las viejas agendas político-culturales y los protocolos sociales, minaron las fronteras entre identidades y prácticas y recuperaron una ilusión que parecía perdida: el goce y la fiesta volvían a ser posibles”.

Se podrían tejer hipótesis acerca de cuál fue el rol de los medios de comunicación durante ese periodo. Surgen con rapidez la censura, la tergiversación y la desinformación –con las tapas de Gente sobre la Guerra de Malvinas aún calientes. Sin embargo, no todo era acatamiento del orden establecido. Desde los Estados Unidos comenzaban a llegar otras formas de hacer periodismo –influenciadas por el Non Fiction y el New Journalism de los años sesenta– investigaciones duras que se animaban a cuestionar el poder, jugueteos con la literatura, periodistas que no solo retrataban la realidad sino que contagiaban su propia experiencia al lector. Bajo ese prisma, que podría renovar a una prensa gráfica dormida y castigada con años de represión y censura, varios jóvenes gestaron proyectos gráficos entre las sombras, escondidos, refugiados en bares y redacciones minúsculas, que terminarían revolucionando los modos de hacer periodismo en la Argentina.

El Porteño fue uno de los emblemas de esta generación de publicaciones influyentes y quizás podría catalogarse como uno de los cimientos fundamentales de lo que se vendría. Fundada en 1982, en el epílogo de la Dictadura Militar más sangrienta de la historia argentina, supo combinar investigación periodística con el Nuevo Periodismo clásico –Truman Capote, Norman Mailer, Tom Wolfe como estandartes norteamericanos– y temas poco explorados por los medios de ese entonces –como el presente de los pueblos originarios o las subculturas under más marginales: enfermos mentales, drogadictos, prostitutas, rockeros, filósofos, artistas y presidiarios. Gabriel Levinas, fundador y director de la publicación hasta que esta se convirtió en una cooperativa, cuenta, en diálogo para esta nota, que El Porteño “surgió de casualidad, con la intención de hacer una revista cultural, pero la situación política del momento era tan pesada que terminó incidiendo y la convirtió en una revista política de inmediato. Primero empezó lateralmente, buscando la forma de hablar, tratando de que  sea posible sin que nos impidan salir. Y fuimos probando hasta donde. Cuando nos pusieron una bomba nos dimos cuenta de que ya no podíamos parar. Nos dimos cuenta de que teníamos que darle para adelante”.

Las amenazas eran constantes. Los contenidos abordados por El Porteño perturbaron a más de un lector acostumbrado a no salirse de los moldes establecidos de una prensa monocorde y políticamente correcta. Ya explicaba Levinas en el editorial del número 1 por dónde se desenvolvería su línea editorial: “A este Porteño le interesa mucho lo que vendrá y no es el porteño de la esquina con la ñata contra el vidrio. Quiere hacer otra cosa que la que hace Minguito y su barra de café y no le gusta quedar amurado. No le gusta limitarse a la imagen folklórica ciudadana como si tantos millones de habitantes se conformaran con dejarse cebar el mate por la vieja. Nunca bastaron los clisés, pero estimularlos y difundirlos hasta el cansancio se vuelve sospechoso”. Con la censura y la represión aún resonando, la revista, fundada además por Jorge Di Paola y Miguel Briante proponía dar vuelta las estructuras tradicionales del periodismo gráfico convencional. Una apuesta arriesgada en tiempos de híper inflación, crisis económica, desconfianza generalizada de los públicos y ansias de cambios que emanaban de lectores curiosos.

La pluralidad temática que abarcaba El Porteño es uno de los aspectos que Levinas enaltece. Cree que si algo aportó a los modos de hacer periodismo fue “no tanto por el contenido en sí de cada nota sino por la ensalada. Habíamos metido cosas adentro que antes nunca hubieran estado: indios, prostitutas, homosexuales, derechos humanos, presos políticos, presos comunes. Todo eso junto daba un condimento muy fuerte y poderoso que en sí mismo, más allá de la calidad de cada una de los artículos, creo que fue lo más notable que hicimos”. Con nombres de la talla de Daniel Molina, Eduardo Aliverti, Jorge Lanata, Ernesto Tiffenberg o Ricardo Strafacce la revista nutrió al hambre voraz de contenidos inusuales, irreverentes, más cercanos a los márgenes y alejados del común de la prensa ortodoxa; algo que se repetiría en publicaciones posteriores –desde La Maga en los años noventa pasando por crónicas de Rolling Stone y más acá en el tiempo con Revista Barcelona y MU– y se terminaría de consolidar con otra pata fundamental dentro del efervescente periodismo ochentoso: Cerdos y Peces.

Nacido como un suplemento cultural del propio Porteño, “Cerdos”; dirigida por Enrique Symns –peculiar personaje de la bohemia porteña: monologuista de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, escritor, poeta y periodista underground- se presentó ante el público lector como “la revista de este mundo inmundo”. En palabras de Osvaldo Baigorria, en la introducción a su libro Cerdos y Porteños (Blatt & Ríos, 2014), la revista de culturas marginales, psicofármacos y travestis “salió a forzar los límites del tímido destape cultural y sexual argentino de una manera extrema”. Sus primeros informes promoviendo la legalización de la marihuana o  cuestionando la existencia del SIDA; otorgándole voz a colectivos excluidos a lo largo de la historia por los medios (enfermos sexuales, drogadictos, prostitutas, homosexuales, convictos y todos los personajes más border de la noche porteña).

Su director y alma mater, puso en palabras la esencia de un proyecto periodístico innovador en el prólogo de Lo Mejor de Cerdos y Peces (Cuenco del Plata, 2011): “Considerábamos que el escenario del mundo estaba viciado y que el verdadero escenario era la vida cotidiana; por eso luchábamos contra los artistas, contra la religión, la política, los sabios y contra los que ocupaban el escenario distrayendo al mundo. Una especie de globalización que ahora se terminó de completar, de una abstractización de los sucesos reales. Y además porque seguíamos el camino de William Blake, el camino del exceso sin medir las consecuencias”.

Página 12 completa la triada de publicaciones influyentes surgidas en la década del ochenta. Fundado el 26 de mayo de 1987 por Jorge Lanata, Osvaldo Soriano, Horacio Verbitsky y gran parte de la cooperativa que integraba la redacción de El Porteño, se nutrió de los espíritus de ambas publicaciones –análisis profundos, investigaciones serias, contra la corrupción política y bien redactadas de la revista fundada por Levinas y la irreverencia, el humor ácido y la ironía de la dirigida por Symns- para gestar un nuevo diario en papel. Es el único proyecto periodístico que perduró hasta la actualidad –El Porteño cerró en 1993 y Cerdos y Peces en 1998 con un relanzamiento en 2004 que no prosperó- aunque según expresó Lanata: “Para mi cerró Página hace mucho. No es Página lo que está saliendo. Página era un diario libre más que nada y lo que hoy sale es un boletín oficial”. Alineado al Kirchnerismo (aunque su director, Ernesto Tiffenberg supo decir que el posicionamiento fue inverso: el Kirchnerismo tomó banderas de los derechos humanos promulgadas desde un comienzo por el matutino)  Página se destacó, en un principio, por ser un diario crítico con el poder establecido, parándose de la vereda de enfrente de cualquier poder de turno, sea de la bandera política que sea y, sobre todo, durante los años noventa denunciando escandalosos casos de corrupción. Se presentó desde sus comienzos como un diario de centro izquierda –quizás el que más explicitó su posicionamiento político junto con La Nación– y se solidarizó desde el comienzo con las causas por los Derechos Humanos, la Memoria, Verdad y Justicia por la aún reciente Dictadura Militar y por la causa de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo publicando sus solicitadas en búsqueda de sus hijos y nietos.

Página provocó una revolución en cuanto a la estética, la presentación de los contenidos de un diario y los modos de hacer periodismo. Al brindarle importancia a la firma de sus redactores –algo que no solía ocurrir en los medios más que para algunos pocos privilegiados- obligó a que otros diarios, como Clarín, le otorgaran también el derecho a firmar notas a todos sus redactores. Rescatando el espíritu del diario La Opinión, creado por Jacobo Timerman, se incluyeron plumas prestigiosas propias del campo literario como Juan Gelman, Soriano, Eduardo Galeano, Juan Sasturain, Osvaldo Bayer, Martín Caparrós, Tomás Eloy Martínez, entre otros y se convirtió en uno de los diarios mejor escritos del país, elogiado por los propios periodistas.

Con una marcada influencia del Liberation francés, innovó en las tipografías y las tapas: fotomontajes, títulos con ironías, acidez y chistes impublicables en otros medios, cambios hasta en el color del papel –páginas amarillas como respuesta a las críticas del entonces presidente Carlos Menem que los tildaba de amarillistas- o en el nombre del diario –“Pelota/12” también como crítica a Menem por su exhibicionismo deportivo. Página terminó obligando a que el resto de los diarios argentinos –adormecidos en un letargo de monotonía estilística que duraría décadas- comenzara a aggiornarse si no quería quedarse atrás en la carrera de encandilar lectores ansiosos de guiños cómplices, simpatía desde el medio para con su público y, por supuesto, información –sin descuidar este aspecto primordial de la profesión, bien presentada y mejor aún redactada, aspecto que Página cumplía con creces y pocos recursos económicos.

Los ochenta marcaron un precedente dentro de los modos de hacer periodismo en la Argentina. En la actualidad se viven otros tiempos: la digitalización copó las redacciones y los empresarios mediáticos duermen con el fantasma de “La muerte del papel” al acecho. La información explota ante los ojos de cientos de miles de usuarios híper conectados. Levinas, que supo fundar una revista mensual en papel transgresora hoy devino en columnista estrella de Lanata pero ya no los une la defensa a ultranza de los derechos humanos sino los intereses del monopolio mediático Clarín y la denuncia desenfrenada de “la ruta del dinero K” y un sinnúmero de casos de supuesta corrupción kirchnerista (en algunos casos hartamente probada y, en muchos otros, flojísima de papeles). Durante mucho tiempo estuvo al frente del sitio web –Plazademayo.com– en dónde “gran parte de su producción se hacía con ayuda de sus lectores. Directa o indirectamente. A veces nos ayudan a hacerlas, otras nos tiran ideas y nosotros las resolvemos”.

Quizás la interacción sea un factor clave para analizar y, al igual que los ochentas, los tiempos que corren sean también épocas de transición. En los ochentas los periodistas recorrían las calles en búsqueda de información y eran sensibles ante personajes revulsivos que escandalizaban al canon establecido. Recuperar esa capacidad de sentir, de poder ver lo que el común de la media no logra distinguir ante el trajín diario, quizás sea lo que resguarde al periodismo del vértigo de la híper información. Valerse del fuego de la profesión como arma de combate ante el frío de las máquinas.

El señor de los venenos*

No existe otro escritor que le quepa mejor el mote de “Bukowski argentino” que  Enrique Symns. Ya sea por su prosa descarnada y cercana al realismo sucio, su estilo para dirigir una revista como Cerdos y Peces que le dio voz a delincuentes, violadores, prostitutas y linyeras o por su vida personal cargada de alcohol, drogas y excesos. El “Héroe del whisky”, como lo bautizó su ex amigo Carlos “Indio” Solari, vive momentos delicados. Fue internado más de 15 veces en los últimos años y en 2015 necesitó con urgencia una operación en la próstata. Por su diabetes, la intervención era riesgosa. Symns no tiene obra social y los hospitales públicos no le dieron respuesta. Amigos, artistas y colegas que lo admiran se reunieron en el último tiempo para darle una mano. Perfil de un periodista rabioso, un escritor autodidacta y una mentalidad que supo abrir mentes en épocas post dictatoriales como así también acaparar filas de detractores y enemigos.

Foto: Jesica Giacobbe

¡Él lo hizo! ¡Ese anciano viscoso y aburrido al que llaman Dios! Él creó esa pantomima que llaman universo” Así empieza uno de los tantos monólogos que Enrique Jorge Symns vociferaba con movimientos histriónicos en centros culturales, teatros unders, sótanos y en la antesala de los shows de Los Redonditos de Ricota a mediados de los ochenta cuando tocaban para 50 personas. Allí en donde explotaba todo su potencial de orador e invitaba a la reflexión casi como un profeta maldito. Nacido en Lanús en 1946, no terminó la primaria por decisión de sus padres. Su destino comenzó a alinearse, de muy pequeño, entre los confines del vagabundeo, callejones y bares de mala muerte. De muy chico se cruzó con estafadores, ladrones, bohemios y demás personajes de la noche. Conoció la ginebra, el sexo y el delito; respiró la calle como un flaneur urbano. En el estallido de la Dictadura del 76 emigró a España y allí hizo monólogos en las calles y los subtes para sobrevivir. También allí advirtió que la escritura, aquello que hizo de niño por diversión, podría ser un oficio: “Una editorial mexicana me pidió que escribiera un libro anónimo que se llamó La represión sexual en el franquismo. Me pagaron bien. El libro era muy bueno, pero me sorprendió porque no sabía que podía hacer eso. No sabía que era periodista. Y lo era. Soy un periodista nato, o algo así. Descubrí el periodismo caminando. Soy un un antropólogo de la vida cotidiana” se definía Symns en un reportaje en la Rolling Stone de enero de 2004. Luego, al volver a la Argentina, le esperarían varias redacciones y su obra cumbre por la que hasta hoy es citado como uno de los narradores más destacados de la cultura under de los 80: la revista Cerdos y Peces.

Música de cañerías

Luego de pasar por las revistas Pan Caliente, Satiricón, Eroticón y el diario Clarín, Symns recae en la revista El Porteño convocado por su factótum, Gabriel Levinas. Este le ofrece armar un suplemento en donde pueda moverse con libertad. Historias protagonizadas por pedófilos, dealers, ladrones, homosexuales y otros silenciados. Temas tabúes para una sociedad que comenzaba a dejar atrás la Dictadura. El nombre surge cuando Levinas y Symns hacen una tirada azarosa del I Ching y leen el ideograma 61: “Los cerdos y los peces son los animales menos espirituales de la creación, y en consecuencia los más difíciles de influir”. Ese es nuestro público, concluyen.

Ricardo Ragendorfer integró las redacciones de El Porteño, Cerdos y coincidió con Symns en el Diario Sur. Su relación, dice, “sería para escribir un libro”. Lo conoció, como no podía ser de otra manera en un bar a principios del 85. “En la Cerdos y Peces publiqué mis primeras notas policiales en una columna que se llamaba Vidas Ejemplares. Eran biografías o perfiles de pistoleros que por ese entonces a mí me caían simpáticos” comenta. Define la experiencia de haber trabajado con Symns como “crucial” y describe su trabajo de aquella época como “algo que lindaba entre el juego y la epopeya”.

Un joven Alfredo Rosso integró esa redacción y la recuerda como “un ámbito creativo donde siempre se producían charlas y discusiones interesantes y motivadoras. Todo se hacía con energía y pasión, mucho de eso debido a la figura iconoclasta y anticonformista de Symns, pero también al brillante cuerpo de redactores, poetas y artistas que contribuían”. Eduardo Blaustein, también compañero de aquel entonces, lo recuerda con afecto: “Hicimos buenas migas desde un comienzo porque yo venía de Barcelona y eramos los dos bastante rockeros”. En su escritura veía “calle, experiencia, música, intolerancia a muchas cosas. Una mezcla muy argentina con un tono medio para armar quilombo a propósito. Buscaba impacto”.

Osvaldo Baigorria, hoy docente de la Carrera de Comunicación de la UBA, llegó a la Cerdos como colaborador y así conoció a Symns. “Fue en octubre de 1984 -recuerda- cuando fui, de parte de Nestor Perlongher, a proponer notas. Recuerdo a Enrique como un flaco de barba no muy crecida, con chaqueta verde militar, con quien hablamos del sentirse extranjero en Argentina, de nuestra indiferencia ante el nacionalismo y el fútbol”. Sebastián Duarte integró la redacción en los últimos años. Hace memoria: “En 1994 me hice amigo del Pelado Cordera y empecé a colaborar con Bersuit Vergarabat. Por ese entonces, Enrique era el monologuista de la banda. Fue así como lo conocí. En 1996 reapareció la Cerdos y el Pelado me recomendó para formar parte del staff. Fue lo más hermoso que me pasó en esta profesión: escribir en la revista que leía de adolescente”.

La publicación subsistió, con bombas y clausuras judiciales de por medio, hasta 1998 con un intento infructuoso de revivirla en 2004 y marcó una huella dentro del periodismo gráfico local, quizás el legado más innegable de Symns. Fue el ojo que miraba a través de la cerradura de la contra cultura. Como rezaba su subtítulo, Cerdos y Peces se convirtió en “la revista de este sitio inmundo”.

Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones

Symns siempre fue un provocador. En los comienzos de Cerdos, llegó a justificar y avalar la pedofilia, algo que le valió sendas críticas. Destacó muchas veces el hecho de haber tenido sexo con infinidad de mujeres en diversos lugares, incluso en la misma redacción de Cerdos. Acumuló encontronazos con varios colegas como cuando abandonó The Clinic, revista que fundó junto a otros periodistas en Chile. Siempre fue muy intenso y supo pelearse y amigarse con varios de sus compañeros de ruta, como Jorge Lanata quien lo convocó cuando fundó el Diario Crítica y él se encontraba sin trabajo. Nunca pretendió tener muchas posesiones y en varias entrevistas recalcó que el dinero le interesaba para pagar “cocaina, champagne y taxi”. Vivió en Europa, Brasil y también en hoteles en Mar del Plata. Hoy vive en una pensión en el barrio de Constitución.

Durante gran parte de su vida tuvo una fuerte adicción por la cocaína. En El señor de los venenos, su autobiografía, afirmó que “las drogas (están) para ayudarnos a dejar de ver esa obstinada tranquera que nos impide ingresar en lo desconocido, para obligarnos a ser nosotros mismos”. Supo elogiar el placer de los alucinógenos en sus textos. También destiló nihilismo y por momentos esto pareció acentuarse, como cuando en una entrevista para The Clinic de julio de 2015 declaró que “La vida es nefasta, no tiene ningún sentido”. En diciembre de 2014 confesó en el Periodico Vas: “Estoy debatiendo si sigo viviendo o no, es algo que mis amigos no quieren escuchar pero es la verdad”. Ese delgado equilibrio entre la vida y la muerte lo acompañó a lo largo de su vida.

Foto: Jesica Giacobbe

La banda de los chacales

En agosto de 2015, casi en un boca en boca cibernético, un comunicado que comentaba el precario estado de salud de Symns y la urgente necesidad de una operación. Por ese motivo surgió la necesidad de actuar. “Cuando Fernanda Simonetti, amiga de Enrique, arma un grupo en Facebook  para comunicar la situación de salud de él y la necesidad de una operación en el Hospital Italiano que cuesta $100.000 a una de las productoras de RadioFLIA se le ocurrió que la mejor manera para que esa plata se juntara era a través de un festival” explica Camila Delía, una de las organizadoras del evento que se realizó el jueves 30 de julio de 2015 en El Emergente. Emiliano Ciarlante forma parte de la Revista Metanoia y se le ocurrió ofrecer packs de las mismas cuya recaudación se destinará para costear para la operación. La contra cultura, que Symns retrató durante tantos años, se moviliza en pos de uno de sus referentes.

Symns siempre despreció a los hospitales. Basta leer el relato “Una siniestra hospitalidad” publicado en Orsai para indagar en las principales internaciones atravesadas por Enrique. Desde una circuncisión obligada por una lesión en el pene hasta una internación voluntaria en el Borda, la detección de su diabetes y un ACV en El Bolsón que lo dejó con todo el costado izquierdo de su cuerpo paralizado. En un artículo en Crítica escribió: “No puedo evitar un gesto de repugnancia intelectual ante ese avasallamiento degradante que significa siempre la internación hospitalaria”.

Peleando a la contra

Rodolfo Palacios -periodista de policiales, autor de las biografías de Barreda y Robledo Puch- conoció a Symns en Crítica y es, hace varios años, amigo aunque “muchas veces nos peleamos”. Él sostiene que “Enrique en el fondo es un niño. Lo veo todas las semanas. La última vez vimos dibujitos en la pensión donde vive y me contó que una vez escribió un cuento infantil que una ex le tiró a la basura. Ese es el costado de Symns más auténtico: no el reventado pesimista que odia al mundo, sino el niño eterno. Ese que se disfraza de viejo y escribe”.

Amado y odiado, Symns es un personaje, una mistificación de una pose y también una prosa cargada de realismo sucio. En sus crónicas, inundó de romanticismo las miserias cotidianas más profundas. Lleva la impronta de Bukowski aunque siempre repite que cuando lo bautizaron el Bukowski porteño, por andar con un vaso de whisky por la calle, él todavía no lo había leído. Su cuerpo le está pasando factura de años de excesos y adicciones. Amigos y seguidores hacen fuerza por El señor de los venenos quien, con su habitual estilo irreverente, declaró en una entrevista reciente que “El optimismo es un disfraz del miedo, del fracaso. ¿Quién puede ser optimista? Un mentiroso. Desde el momento en que vos sabés que existe la muerte, no te queda más remedio que ser pesimista”. //∆z

*Una versión de este artículo se publicó en el Suplemento Ni a Palos del diario Tiempo Argentino el 2/08/2015