Una lectura de La Caja, el libro recientemente publicado por la editorial Historieteca que reúne parte de la producción del humorista gráfico Esteban Podetti.
Por Gabriel Reymann
¿No hay una gracia especial cuando una autoridad en X materia se expresa sobre otra autoridad en esa materia? En su libro Mujeres (1978), en una escena en la que es consultado por Louis-Ferdinand Céline, Charles Bukowski (a través de su alter ego, Hank Chinaski) responde: “le reventaron las tripas, se rio e hizo reír”.
E independientemente de si la coyuntura adversa refiere a una guerra mundial o a Argentina 2019 —todas las implicancias posibles—, el humor debe ser el arma más noble que existe. No importa qué tanto se le llegue a torcer el brazo al destino utilizando al humor —o si inclusive se llegue a hacerlo, siquiera—, el solo gesto, la mueca, la burla al poder osificado, legitiman el intento más allá del resultado. Y hablando de Argentina 2019 —páramo económico, cultural y sobre todo moral—, Esteban Podetti es el mejor humorista gráfico en actividad del país.
Hay que poder llevarle la contra a la máxima bonaveniana del peine y la experiencia: Podetti empezó de muy joven e hizo carrera en publicaciones tan emblemáticas como la Cerdos y Peces, la Fierro (primera y segunda etapa), el Suplemento Sí! de Clarín o la Barcelona, donde aún colabora. En la actualidad, a sus 52 años, alcanza una superación de sus propios logros y de ese laureado currículum; no todo tiempo pasado tiene que ser mejor.
Otorgarle esa corona de laureles a Podetti habiendo ‘contendientes’ contemporáneos tan fuertes como Diego Parés (doble mérito si se tiene en cuenta uno de los espacios desde donde enuncia: Humor Petiso, en La Nación) o Gustavo Sala (el a veces carácter formulaico de su humor se ve compensado por su intensidad indomable y su poder de observación) habla del éxito del material que recopila este libro lanzado recientemente por Historieteca. ¿Los motivos de la consagración? Ahí vamos.
Podemos arrancar por el lugar y tiempo de la enunciación, recurriendo a algo con lo que el humor se lleva —con justicia— pésimo, el lenguaje académico. Podetti es un gran conocedor de la (enormísima) tradición de humor gráfico argentina y en La Caja es difícil no encontrar ecos de aquella “candidez de nonsense” que caracterizaba al genial Landrú (¡a redescubrirlo!). En tiempos donde cierta ingenuidad en el humor puede pasar por tontera —o peor aún, por kitsch—, Podetti no busca demostrar que es el más irónico/superado/cínico (ah, los ’90, el neoliberalismo, cuánto daño junto). Otra particularidad es que no hay una trinchera delineada con precisión en la cual guarecerse a la hora de lanzar las bombas: machirulos y aliades falsamente deconstruides, progresía elitista y sub-sub-sub-derecha taringuera pueden recibir dardos en iguales medidas. Un comportamiento encomiable en épocas donde hay que agradar a todo el público (ni hablar el propio) de igual manera —he ahí una intersección con Sala—.
Pero esa manera supuestamente ingenua de presentar el material está contrabalanceada por las temáticas elegidas, otro punto donde también descolla el mencionado Parés. Con esa dudosa simplicidad, el autor tematiza sobre temas serios que deben enumerarse: la libertad de expresión, el vaciamiento del significado en el discurso (traducción: psicopatía), las relaciones brutalmente asimétricas entre patrón (victimario se vuelve víctima) y empleado —incluye una plétora de enormes chistes sobre Dios—, la gente que desestima y minimiza los conflictos y deseos del otro, los muertos riéndose del degollado, la mediación millennial entre la pantalla y la realidad, e inclusive la subversión de la máxima sartreana (el infierno es uno mismo, meine freunde).
La articulación del contenido y la posición del observador es el otro tótem que ostenta La Caja. La atención al lenguaje coloquial (“ah bueeh”, “pará, escuchate esto”, “coso”, “se quería matar el pibe”; la Parca diciendo “uh, qué bolas”!) lógicamente potencia la identificación del lector con las situaciones narradas y su pertenencia a un espacio físico-temporal en común. Y si hablamos de humor gráfico, cómo no vamos a hablar del dibujo. Podetti realiza una elección muy inteligente y maneja códigos de representación muy específicos que, aparte de hacer reír, generan cuasi-marca de imagen: ahí están los labios mordidos y los dientes superiores bien prominentes como principal marca registrada, los anteojos diminutos, esas narices y papadas gigantescas. La chunguez de su línea, tan caótica y desprolija, es otro elemento sumamente idiosincrático (para ser justos con los colegas, más sobre eso y otros tópicos en esta excelente entrevista). La elección de Facebook e Instagram como plataformas de presentación del material para su posterior sharing también denota una excelente lectura de la coyuntura: sabido es que un meme moviliza (casi) más que cualquier cosa.
Pero calma, querido/a lector/a, que esta nota tiene sus propios anticuerpos. Inclusive el más lúcido análisis académico sobre el humor —que no debe ser este— y sobre sus condiciones de producción y sus efectos siempre va a palidecer ante el buen humor en sí. Así que los pasos a seguir son darle like a la página de Facebook del artista (que tiene este material y mucho extra aún inédito), comprar el libro y meramente cagarse de risa a carcajadas, que de eso se trataba. //∆z