No es poca cosa el 100° aniversario del nacimiento del mayor artista de la historia de los comics, y a raíz de la conmemoración la Casa Nacional del Bicentenario presenta una muestra retrospectiva de su obra. A continuación, un repaso por algunos de los puntos más altos en la carrera del historietista uruguayo.
Por Gabriel Reymann
¿Por qué Breccia es el más grande de todos los tiempos y no otro, parafraseando a Leibniz? La respuesta, como otras tantas veces, es más simple de lo que parece: contrario a lo que el grueso de la gente piensa –incluyendo aficionados regulares a leer historieta–, un buen artista de comics no es aquel que solo dibuja “lindo” o tiene buena técnica, sino que también sabe contar historias –he ahí la quintaesencia del comic: narrar–. Y dentro de este doble parámetro de análisis puede haber artistas magnánimos que tienen una narrativa solvente pero no alcanzan con ella a su genial nivel estético –Sergio Toppi–, o grandes narradores con un approach visual cuestionable por momentos (perdón, Frank Miller).
Ha habido grandes artistas capaces de alcanzar ambas cimas en igual medida (rápido: Jim Steranko, Guido Crepax, Will Eisner, Milo Manara, José Muñoz, entre tantos otros) pero pocos con el grado de influencia del uruguayo a nivel mundial. Y otro enorme punto a favor: su incomparable evolución y sed de mejoría. Evidentemente había talento innato en Alberto Breccia, pero su esencia como artista se trataba de luchar contra el material (¡y sí mismo!) para seguir auto superándose y encontrando nuevas direcciones (su hijo Enrique, en cambio, es 100% talento innato); busquen en Google páginas de Vito Nervio –fines de los ’40, su primer trabajo consagratorio– y compárenlo no siquiera con sus últimas obras, sino con una historia de los ‘60 como Richard Long.
Esta nota es, claro, una invitación a recorrer la muestra en la Casa Nacional del Bicentenario y ver de cerca esa magia contenida en los originales. Y también es un atisbo de pantallazo, sumamente arbitrario, sí, de las diversas fases y mutaciones estilísticas del “Viejo“ resumidas a muy grosso modo en cinco etapas.
Sherlock Time (1958)
No es joda: es el primer encuentro entre Oesterheld y Breccia, ni más ni menos. Cuenta la leyenda que Hugo Pratt lo llamó “puta barata” (sic) a Breccia por no explotar verdaderamente su potencial creativo, y la bronca como respuesta se catalizó en la genial serie de este detective de lo fantástico. Si bien Breccia nunca estuvo tan cercano al estilo de Milton Caniff (como sí lo estuvo Pratt en su momento), esto es el despegue definitivo: será una definición banal, pero realmente los negros inundan la página. Las masas de claroscuro ganan el espacio, que en verdad parece ser negativo: las áreas de luz se destacan por su carácter escueto.
Mort Cinder (1962)
Y ahora sí, la obra maestra. Vil mentira, ya lo era Sherlock Time; pero Oesterheld-Breccia cantaron retruco y parieron uno de los mejores comics de toda la historia de ese arte –y quizás el punto de entrada ideal para acceder al multiverso del uruguayo. Las facciones de los personajes se vuelven más realistas pero el trabajo de luces y sombras vira hacia un expresionismo salvaje y hacia un festival de texturas, sobre el que todo lo que dicen es verdad: Breccia dibujaba las copas de los árboles derramando tinta china sobre el papel para luego soplarla; muchas arrugas o rasgos faciales están demarcados utilizando hojas de afeitar como instrumental de dibujo, entre cantidad de innovaciones. Hay algo de profundidad terrible en el clima de esta obra (¡la torre de Babel! ¡los episodios en la penitenciaría!), pero no llega a ser ni exactamente horror gótico ni pánico ontológico: es meramente un inasible en el cual sumergir los sentidos. Se editó recientemente por primera vez en EE. UU. y la edición reza, “antes que Mike Mignola! Antes que Frank Miller!”, como haciéndose cargo de que un uruguayo asentado en Mataderos lo hizo 30 años antes –y mejor–.
Richard Long / El Eternauta versión revista Gente
Breccia abandona la historieta tras finalizar Mort Cinder para dedicarse a la docencia y su regreso se produce a mediados de los ‘60 con un guión, otra vez, de Oesterheld para la revista romántica Karina de Editorial Atlántida. Presionado por la fecha de entrega límite, el Viejo sale del laberinto como corresponde, por arriba: las 3 (o 5, según el montaje de la edición) páginas introducen la técnica del collage por primera vez en su obra. Sin dejar de lado sus brutales contrastes de claroscuro, Breccia aggiorna su estética (hay tufillo a arte pop; swinging sixties, ya saben) y alumbra un clásico intocable. El breve policial es también el basamento gráfico para la reunión de la dupla creativa en la reversión abortada del Eternauta para la revista Gente. La gente no se banca ni los guiones políticamente explícitos de Oesterheld ni el salto al vacío estético (collage, manchas, contrastes de claroscuro brutales, texturas de toda índole, textos tipográficos) y narrativo (repetición de viñetas para regular el ritmo) de Breccia. Esta es una obra a la cual le prestaron especial atención los dibujantes españoles de aquella época (Esteban Maroto, José Ortiz, Enric Sió).
Ver también: Vida del Che (1968). En un estilo algo más clásico o mesurado, retrata los días de juventud de Ernesto Guevara, aunque la verdadera figura es Enrique Breccia, que la descose con veintipocos.
Los Mitos de Cthulhu (1973)
Un problema formal, sí. Junto a su yerno Norberto Buscaglia Breccia encara una adaptación al comic de “Informe sobre Ciegos” de Ernesto Sabato (concluida tiempo después, sumamente recomendable también) y se desvían para adaptar los cuentos de terror de Howard Phillips Lovecraft: ¿cómo hacer honor a las atmósferas, cómo representar idóneamente el terror de lo que no se ve, lo que no se muestra? Breccia respondió la pregunta con todas las técnicas posibles que tuviera a mano (collage, monocopia, papeles pegados, lápiz directo); probablemente sea su salto al vacío más cualitativo y notorio. Todas las adaptaciones son notables pero a medida que Breccia se suelta y abandona el registro más realista cercano a su período de los ‘60 para acercarse a algo (aún más) expresionista y deforme (“El Morador de las Tinieblas”, “El que Susurraba en las Tinieblas”), el asunto alcanza cotas de mal viaje sin necesidad de LSD. George Bataille se sonrojaría con semejante representación de lo multiforme.
Ver también: Un tal Daneri (1977), su primera colaboración con Carlos Trillo y una representación de otro tipo de horror. La legendaria compilación Breccia Negro.
Perramus – El gato negro
Si Mort Cinder es el punto de entrada ideal para entrar en el imaginario brecciano, entonces Perramus (1985) debería ser la segunda opción. La saga que pergeñaron junto a Juan Sasturain y que hace la transición de la dictadura a la democracia –y refleja ese cambio en el tono de su historia– lo muestra al Viejo en una síntesis estilística muy particular: permanece en el grotesco que había desarrollado en Buscavidas (1981, junto a Trillo) pero le suma una gradación de grises de un nivel de destreza técnica sencillamente impecable. El Gato Negro es un libro editado por Doedytores que recopila historias cortas realizadas para revistas argentinas y extranjeras; es imposible no mencionarlo por su increíble standard estético y narrativo: aparte de traer ese mecanismo de relojería narrativa que es su adaptación de “El Corazón Delator”, contiene una mayoría de historias realizadas (pintadas) a color que necesitan ser vistas para ser creídas.
Ver también: Había Otra Vez…, adaptaciones de cuentos infantiles clásicos junto a Trillo. Sobre su adaptación de Drácula, buenas noticias al respecto: en la muestra de la Casa Nacional del Bicentenario la editorial Hotel de las Ideas estará presentando la que será la primera edición de este comic en el país. //∆z