Estos son los diez discos nacionales elegidos por nuestro staff.
10- La niebla y la autopista – Julio y Agosto (Monqui Albino)
“Esta niebla y la autopista, es todo lo que tenemos” cantan los Julio y Agosto, como presagiando un 2016 turbulento. En este álbum, el ensamble coral que recuerda a propuestas musicales como Onda Vaga, El Kuelgue o Cosmo, revalida sus credenciales y profundiza una fórmula que ha generado sus adeptos entre la fauna del ecovaso, las lecturas de poesía o las caminatas en patas sobre el pasto mojado. En La niebla y la Autopista (2016) aparecen canciones bien melódicas como “Algo que encontré” o más desnudas como “Amigo”. Allí se enciman cajones flamencos con violines, contrabajos, trombones y panderetas. Julio y Agosto moldea un sonido que se empapa de lo étnico, lo rioplatense, lo folklórico y lo acústico. Con perlas como la colaboración de Juanito el Cantor en “Elena” o la anglosajona “Carmen”, se despachan con otro álbum sólido y atractivo para quienes gusten de las melodías de fogón y las canciones despojadas, que no necesitan de demasiado artificio para exhibirse tal cual son: una imbricación entre naturaleza, arte y raíces autóctonas. Pablo Díaz Marenghi.
9- El Lapsus del Jinete Ciego – Gabo Ferro (Sony Music)
La discografía de Gabo Ferro es parte de este grupo de obras relevantes y reflexivas que perduran y esperan para ser descubiertas, sea en las plataformas digitales o en las bateas. A lo largo de los años Gabo ha construido una obra maravillosa y compleja, convirtiendo a cada uno de sus discos en un acontecimiento. El Lapsus del Jinete Ciego son catorce canciones compuestas al calor de un verano en emergencia con el cambio de gobierno y las primeras evidencias de una indomable brutalidad. “Qué más da / que la palabra no alcance. / Cuando fracasa se ve tan claramente / que no estoy en lo quieto o lo callado. / En el silencio me doy tan fácilmente”, resopla en “Tan”. “Tarascón, / tenele paciencia al odio, / en su cuna algo faltó / tan claramente”. Gabriel Feldman
8- Brindando por nada – Las Pelotas (Pop Art)
Brindando por nada es un gran disco de Las Pelotas porque ofrece facetas musicales de la banda que amplían y refrescan su sonido, como si nunca perdieran el gusto por jugar y seguir buscándole la vuelta. Podría ser definido como un álbum internacional por lo moderno: la intro de piano de “Algún día será mejor” remite a Coldplay, el entramado de guitarras y teclados junto al rasgueo limpio de la viola rítmica convierten a “Víctimas del cielo” en lo que podría ser un hit de U2, “Era” funcionaría muy bien en In rainbows (2007) de Radiohead y “Como una estrella” recuerda al poder de fuego de la E Street Band. Claro que tampoco pierden sus viejas mañas: hay rocks rabiosos con toneladas de riffs cruzados y letras contestatarias (“Dime”) o ácidas (“El amor hace falta”, “Se puede romper”), y reluce el groove bailable de la funky “Hasta el fondo del río”, con arreglos de trompeta de Alejandro Gómez Ferrero incluidos y el mejor solo de guitarra de Tomás Sussmann en todo el disco. Matías Roveta
7- Al borde del filo – Las Diferencias (Independiente)
El trío de Caseros lanzó, en octubre de este año, su segundo LP en donde revalidan una fórmula: potencia garage, un aura letárgica en las violas y un manto blusero que lo devora todo. En estas once canciones se expresa una continuidad con lo hecho en No termina más (2013). La voz de Andrés Robledo queda a veces opacada por la potencia rabiosa de la batería de Nicolás Heis y el bajo de Alejandro Navoa. Un sonido valvular, oxidado y clásico recubre todo el álbum. En canciones como “Emoción y velocidad” uno siente que está escuchando a Riff y espera por la voz de Pappo irrumpiendo desde la eternidad. “La llama” se vale de la voz aterciopelada de Nathalia Cabrera para componer una balada con una tonalidad desértica. “Pierdo el control” recuerda a The Black Keys y su potencia termina orquestando una de las composiciones más sofisticadas. “Privado de la libertad” con una guitarra serpenteante que parece homenajear a un narcotraficante de Arizona. La perla del álbum se descubre recién sobre el final: “Misterio”, el último track, consta de siete minutos y ocho segundos de un blues clásico, cantado a un amor que se fue, con pinceladas de Stoner, reminiscencias a la guitarra de Eric Clapton y la voz en clave melosa de Robledo encaja con precisión milimétrica. Pablo Díaz Marenghi.
6- Presión Social – Varias Artistas
La crítica habló de travestismo: por esta cuestión de un hombre que compone para mujeres. ¿Cómo es ponerse en la mente del sexo opuesto, explorar su emotividad, sus inseguridades, sus pasiones y sus angustias? Lucas Martí es mucho más que un transformista sonoro: es el artífice de una trilogía que se aproxima, de manera notable, al universo femenino. Padre de dos hijas, parece realmente interesado en comprender y ponerse en el lugar de la mujer: aborda, en esta tercera entrega, la Presión Social (2015): aquel mandato que oscila, cual espada de Damocles, sobre la cabeza de cualquier fémina. Allí está la pasión desbocada en “Vampira”, la superficialidad en “Joni dip”, la cosificación en “No me necesita” o la confusión en “Sopa de letras”. La labor armónica es muy elevada: arpegios de guitarra, sintetizadores, bases electrónicas, teclados, temas con soul o funk, canciones despojadas (“Encuentro con Dios”, en la voz de Juliana Gattas, sirve de ejemplo) conforman un mosaico de veinte (!) canciones muy parejas, que por ser bastantes para un sólo álbum no corren el riesgo de desinflarse. Algunas de las voces convocadas son: Marina Fages, Rosario Ortega, Erica García, Jimena López Chaplin, Vera Spinetta, Emme (narcoticamente cautivante) y Loli Molina (con la dramática “Presión social” que da nombre al disco y expone la angustia y el hostigamiento masculino). Esta obra, lanzada en el epílogo de 2015 y retomada en el presente año, tiene un peso simbólico que va más allá de lo musical (aspecto en el que se luce con creces): permite indagar en la esencia de lo femenino desde la honestidad más profunda. El abanico de voces, bellas y fuertes, completa un círculo perfecto. Pablo Díaz Marenghi.
5- Las Afueras – Cabeza Flotante (Laptra)
La banda de los hermanos Lamothe apuesta al rock más clásico de guitarras alternativas, que combinado con sintetizadores remite al sonido más contemporáneo y cercano por momentos al dream pop. El disco podrá arrancar por “El final”, pero los parches de Manolo Lamothe indican que el viaje recién empieza. La balada “Los besos” es un cambio de ritmo estratégico, ideal para hacer una pausa y tomar envión. “Te esperé” cierra su clímax shoegazer con un sonido similar al de las olas, una imagen que demuestra las intenciones de Cabeza Flotante, de pasar de las afueras a ubicarse en el centro de la escena local independiente. Martín Barraco
4- Terrorismo Illuminati – Surfing Maradonas
El dúo del conurbano bonaerense que vuelve a la carga con su tercer disco a la fecha, y con el que completan su infame trilogía del 666 (tres discos con 6 canciones), donde desarrollan su mundo de criaturas sobrenaturales, invasiones y destrucción. En Terrorismo Illuminati conviven el stoner, el noise, el grunge, el postgrunge, el rock más duro y la experimentación sónica. Y en la mixtura de estos elementos, los Maradonas encuentran un estilo propio y al que no dejan de sumar ingredientes, haciendo crecer más y más esa receta. Disco a disco han sabido construir cierta identidad y a su vez no repetirse. Este álbum es la prueba de ello. Claudio Kobelt.
3- Bronce – Atrás Hay Truenos (Laptra)
Bronce emerge como una evolución en la tríada que alcanza un sonido identitario. A diferencia de lo grabado hasta el momento, en donde con capas y capas de guitarras indómitas nos llevaban por un camino inexorable hacia el fin del abismo, en este nuevo esfuerzo parecen haber encontrado un atajo por el cual desviarse para mostrar otro final posible. A través de sonidos delicados en vuelo orquestal se desarrollan nueve composiciones en la que conviven una estructura rítmica oscilantemente electrónica y una superficie de guitarras y sintetizadores que entran y salen sutilmente en arreglos exquisitos emulando las ondulaciones límpidas del Río Limay. Un mundo donde el rock y el pop dialogan constantemente en un tono tal vez igual de apocalíptico pero donde existe la posibilidad de ver un amanecer tras las montañas. Caro Figueredo.
2- Drama – El Estrellero (Fuego Amigo Discos)
Dice Juan Irio en los primeros segundos de Drama: “Suena ya la música de Oriente / mágica, luciferal”. Se trata de un disco pretencioso, no hay duda alguna. Estamos acostumbrados a usar ese adjetivo en su sentido subsidiario, para cosas o actitudes que no cumplen las expectativas. Pero por suerte El Estrellero se encarga de componer 37 minutos de superación y, forzando sin peligro, triunfo en medio de una escena platense que se achata cada vez más. “La fórmula”, “Rima”, “Pobre corazón”; sobra enumerar los nombres de las canciones destacadas que integran Drama, porque entre todas forman un disco sin fisuras, grandilocuente con argumentos, renovador, insoportablemente nuevo. En un año de gran desinversión en la escena independiente, El Estrellero apostó fuerte y eso ya es noticia. Sebastián Rodriguez Mora.
1- Lo que nos junta – Los Reyes del Falsete (Melopea)
La banda de Adrogué forjó, bajo el padrinazgo de Litto Nebbia, su mejor disco hasta el momento. Trece canciones que exploran el universo falsete nutrido de la influencia beat de este pionero del rock nacional, quien los incluyó en su octeto luego de conocerlos al grabar juntos “Los niños”, del disco Días nuestros (2012). En Lo que nos junta, uno escucha los habituales guiños al absurdo y la cotidianeidad, como en “Supermercado chino”, la experimentación sonora sin tapujos, en la ruidística y robótica “Legolandia”, o temas con más piano que nunca, como en “Estar acá”. Los arreglos vocales y de cuerdas evidencian una madurez superlativa, prueba de esto son las guitarras de “Van andando”, el riff hipnótico de “Pasó en tu casa” o los coros de “Lo que nos separa”, tema que hace las veces de opuesto complementario del título del disco y sirve, en bandeja, el menú rey por completo: un crisol de voces que se arma y desarma en cada compás, una base de rock garage y una especie de interludio en el propio tema que dispara una pieza electrónica digna de una rave o un video juego de los 90. Todo esto está supervisado por la notable producción de Pablo Barroso, ladero fiel del grupo. Juanchy, Tifa y Nica no se detienen y se muestran en constante mutación. Renovaron su sonido demostrando un crecimiento compositivo y sonoro que los coloca dentro del podio de la escena independiente local. Como expresan en la letra de “El lugar”: “Dejo atrás lo que estaba demás / Y lo que más voy a extrañar /Desde acá es claro, no vamos al mismo lugar”. Pablo Díaz Marenghi.