Humor, historia y drama: aquí un breve repaso en tres películas de lo que ha sido una nueva edición del Festival de Cine Alemán.
Por Agustín Argento y Alejo Vivacqua
Yo y Kaminski
El nuevo filme de Wolfgang Becker (Good bye Lenin!) se mete con dos clásicos del cine: la pareja despareja y la road movie. ¿Cómo hace Becker para crear una obra original? En principio, apoyándose en la calidad actoral de Daniel Brühl (Bastardos sin gloria, Noche de navidad, Good bye…, etc.) y Jesper Christensen (Mr White en las últimas películas de James Bond).
Brühl personifica a un joven periodista (Sebastian Zöllner) que busca un golpe de suerte con la biografía de un eximio pintor en los últimos años de su vida interpretado por Christensen. El papel del actor de Los educadores es irritante y querible a la vez. En esto, la pluma del guionista Thomas Wendrich, cuya carrera es conocida hacia el interior de Alemania, tuvo la certeza de crear un personaje con el que el espectador siente empatía desde un comienzo: los derrotados siempre son queribles, a la vez que los irresponsables generan vergüenza ajena.
Del otro lado se encuentra el artista plástico Manuel Kaminski, quien vive en los bucólicos Alpes suizos, rodeado de artistas y personalidades, pero que añora a un amor de su juventud, que nada tiene que ver con la superficial aristocracia que le rodea día a día. Nuevamente, emerge en una pantalla de cine ese personaje que yace incómodo en la abundancia. ¿Son clichés? Sí, lo son. Pero Becker entiende cómo sacarlos de esa comodidad por medio de diálogos existencialistas, en los que en ningún momento hacen mención al éxito ni a ese pasado que parecía enterrado.
Cuando el viejo Kaminski sólo espera que la muerte se haga con él, aparece el desfachatado Zöllner para sacarlo de su cabaña y llevarlo hacia aquella novia perdida en una travesía que incluye algunas aventuras desopilantes, pero predecibles. A Becker, al parecer, no le importan estos lugares comunes, sino que los deja en su lugar como si fueran parte de la fotografía del filme (bastante bella, por cierto) en vez de ocupar un lugar preponderante en la historia.
Lo único que quedó en la cámara de Becker de aquella joya que miraba con nostalgia a la Alemania Democrática es la ironía en los chistes y los ojos que siempre se ponen a estudiar al pasado. Más allá de eso, parecería que la evolución de este realizador pasó más por dibujar un mundo que se asemeja, con su notorias diferencias, al que ya han creado Woody Allen o Roman Polanski, donde personajes disímiles se encuentran en un mismo lugar para, en su diversidad, reconocerse similares en el sentimiento más clásicos del ser humano: el amor.
Las tres velas/La muerte cansada
Si uno habla sobre artistas completos, no se puede dejar de afuera a Fritz Lang, director de Der müde Tot (Las tres velas o La muerte cansada). Con esta cinta de 1926, Lang creó una obra poética que se sirve de las imágenes para personificar a ese mundo artístico que salía de las letras y las pinturas del Siglo XIX para empezar a conocer a las Artes Audiovisuales. En este largometraje, restaurado para el Festival de Cine de Berlín de este año, muestra a la Muerte (Bernhard Goetzke) como a un ser cansado de generar dolor en la tierra, pero que no lo puede evitar por estar al servicio de Dios.
Por medio de frases poéticas que encuentran sus raíces en el romanticismo alemán (Goethe, Höldering, Schiller, Novalis), Lang enfrenta al amor de una joven (Lili Dragover) con el deber moral; a la desesperación por perder a su amado (Walter Jansen) con el respeto por la vida del resto de los humanos. Así, la Muerte, que se lleva a su novio, le ofrece devolverlo a la vida si ella evita que otras tres personas mueran.
Con este desafío se abren tres “estrofas” con referencias en el Imperio Persa, la Italia Renacentista y la China Imperial, en las que la joven debe salvar a los condenados. “El poder del amor es tan fuerte como el de la muerte”, escribe Lang para resumir el filme, que, como los años anteriores, contó con la increíble experiencia de ser proyectada con música en vivo de Cue Trío, como si con la poesía y las imágenes no hiciera falta para llenar los sentidos.
Las aventuras que tienen lugar a partir del impulso de la enamorada no escatiman en recursos tanto de imágenes como de violencia o efectos especiales de la época, llegando uno a olvidar que no existen diálogos sonoros y sumiéndolo a una película que, en profundidad, supera ampliamente a varias de las que se estrenan por estos días.
Poder ver en pantalla grande una película filmada con celulosa y con un despliegue actoral más cercano al teatro que al cine es otro de los motivos para acercarse, el año que viene, al próximo cierre que queda a cargo del Instituto Goethe; porque en estas cintas se observan la raíces de lo que hoy se proyecta y que generó influencias notables en grandes como Alfred Hitchcock o Luis Buñuel.
Pecado
Oliver, Dominik y Jakob son tres curas católicos que tienen una gran influencia dentro de la comunidad en la que viven. La relación de amistad que los une entrará en conflicto cuando a Dominik lo acusen por el abuso de un menor. La mirada va a estar puesta durante todo el filme en Jakob (Sebastian Blomberg), que desde el principio es el que va intentar llegar a fondo para esclarecer la cuestión. A través de su reacción ante el hecho se puede entender que su necesidad es tanto la de dilucidar de qué es capaz Dominik como la de entender cómo es que, aún siendo amigo de una persona durante tantos años, uno no pueda llegar a conocerla realmente.
Los aciertos de la historia se dan en las escenas donde los personajes están en plena situación de intimidad, como por ejemplo, en los diálogos que mantienen los tres amigos y en los que las palabras, pero sobre todo los gestos, dicen mucho. Y también en la relación que Jakob intenta construir a lo largo del film con la madre del chico abusado. Los primeros planos hacen lucir a Blomberg tanto en los momentos inciales de incertidumbre como durante el transcurso de la trama, en la que el clima se va enrareciendo. La parte previsible de la película está en que Jakob va a empezar a cuestionar su fe a través del enfrentamiento que mantiene con las autoridades de la iglesia de la que forma parte. En su primer largometraje, el director Gerd Schneider (que, dato no menor, estudió Teología), se preocupa más por las relaciones humanas que por la bajada de línea moral y el cuestionamiento a una institución que, en este caso también, por supuesto, sirve como trasfondo para hablar de temas universales como la culpa, el perdón y la confianza entre pares.//∆z