Nuestros redactores tienen algunas palabras sentidas para David Bowie tras la noticia de su fallecimiento, mientras el reciente Blackstar sigue sonando como fanfarria de despedida.
The sun machine is coming down and we’re gonna have a party…
“Memory Of A Free Festival” Space Oddity (1969)
Aún teníamos las lágrimas frescas, de color negro, por la muerte de Lemmy cuando nos enteramos de la partida del Duque Blanco. Y nuestras lágrimas cambiaron de color. David Robert Jones, quien tomó el apellido Bowie por el creador de un cuchillo, falleció el 10 de enero de 2016. Bowie se fundió con sus creaciones mágicas, sus odiseas espaciales y sus excursiones marcianas luego de una larga batalla contra el cáncer. La finitud es inherente a la vida pero da mucha bronca cuando quienes nos dejan son semejantes artífices de la poesía, la música y el rock and roll. Bowie nos deja parvas de canciones, algunas que todavía nos quedan por descubrir (como su reciente disco Blackstar lanzado días antes de su fallecimiento). Será recordado no solo por su música sino también por su histrionismo, su polivalencia y su desparpajo a la hora de travestirse y maquillarse convirtiéndose en un ícono de la cultura gay y travesti.
De un primer disco con aires de vodevil y música stone lanzado a los 20 años, pasando por una opera rock como Ziggy Stardust a los 25 y sacándonos a todos a bailar con “Let´s Dance” en los 80, Bowie ha creado canciones para todos los gustos. Incluso sus últimos álbumes, The Next Day (2013) y Blackstar (2016), aportan melodías muy actuales, con loops y sonidos electrónicos que son la prueba fehaciente de que su búsqueda musical nunca se detuvo. Un hombre que no se preocupo jamás por las etiquetas o los calificativos de la prensa amarilla, más preocupada por su sexualidad que por su obra. Un juglar que le dio voz a los marginados, impulsándolos a salir del closet. Bienaventurados aquellos que, con fortuna, lo vieron en vivo en suelo argento en 1990 y 1997. En mi caso, al que su música le llegó más tarde, la satisfacción pasa por ver videos de sus presentaciones y fantasear con estar allí aunque sea en mis sueños. Abrazaré el legado de un rockero que se convirtió en leyenda por no haber abandonado los verdaderos principios del rock; no los excesos ni la música pesada sino el cuestionamiento. Cuestionar lo establecido, los parámetros estéticos de la época, la sexualidad, las relaciones de género y a la música misma. Bowie puso patas arriba a la escena rock contemporánea durante casi cinco décadas y su muerte no será un impedimento para que ese torbellino de arte y poesía siga sumando adeptos. Pablo Díaz Marenghi
¿Qué nos estaba diciendo el último Bowie? “Mira aquí arriba, estoy en el Cielo”, arrancaba en su inquietante single “Lazarus”. En las imágenes del clip lo vemos sufriente y torturado sobre una cama, con los ojos vendados. Su último disco de estudio, el inesperado Blackstar, apareció ante los oídos del mundo hace escasas horas, grabado en medio de rumores trágicos sobre su salud. La oscuridad y profundidad del disco, con coloraciones alejadas del rock y cercanas al free jazz, no pueden tomarse por fuera del destino de David Robert Jones.
El artista pop, el hombre-rayo que configuró arquitectónicamente toda su obra, que se reinventó visualmente en paralelo a cada transformación musical, que construyó mitos fundamentales para la vanguardia pop como el ¿ficticio? marciano Ziggy Stardust, que construyó una figura icónica desde lo estelar y alienígeno, lo andrógino y lo diferente en la cultura popular, que vivió bajo un halo de misterio sus últimos tiempos, se despedía el día de su cumpleaños número 69 con un disco que se complementa en su escucha con la noticia de su deceso, acontecido tan solo horas después. “Su muerte no fue diferente al resto de su vida: una obra de arte (…) Hizo Blackstar para nosotros, su regalo de partida”, declaró su histórico colaborador Tony Visconti.
¿Acaso puede pensarse al álbum por fuera del desenlace? El acto en cuestión, la performance definitiva: que la muerte del artista pop sea parte de la obra, que sea la obra. Como cuando se despidió de su alter ego Ziggy Stardust, David Bowie adelanta, configura, se enfrenta y mira a los ojos a su propia muerte al enlazarla con su estrella negra definitiva y volverla una transformación más. Un gesto heroico, de un atrevimiento estético descomunal, que vuelve incompleta a cualquier reseña del álbum escrita antes del 11 de enero. El constant concept final del hombre-estelar fue su propia partida. ¡Que viva Lazaro! Leonardo Ojeda
Cuando mi alma de joven de 21 años se apolillaba en un trabajo municipal tenía un placebo para afrontar cada día: todas las mañanas me subía a la combi y ponía “Modern Love”. David Bowie me recordaba que ser un distinto era cuestión de actitud y de talento. No sé si alguna vez podría estar a la altura de esas premisas pero su música me acompañó en los viajes hacía mi primer trabajo y me daba la esperanza de que no fuera, también, el único en mi vida. Se podía cambiar y mutar, de Ziggy Stardust a un cincuenton elegante: “Ch-ch-ch-ch- changes/ Don’t want to be a richer man/ Ch-ch-ch-ch-changes/ Turn and face the strange/ Ch-ch-changes / Just gonna have to be a different man/ Time may change me/ But I can’t trace time”.
Una adolescente corre con otros casi niños por los túneles de un subterráneo en Berlín. Christiane F va a su recital de iniciación, ve al Duque Blanco. Allí es donde también conoce al mal, la heroína. Bowie cantaba “Heroes”. En toda la oscuridad de esta película alemana previa a la caída del muro, “Christiane F – Wir Kinder vom Bahnhof Zoo”, los destellos del músico inglés musicalizaban la destrucción de unos yuppies en la marginalidad del comienzo del neoliberalismo. Todos podemos estar perdidos un rato y poder ser héroes por un momento. Muy perturbador para una joven estudiante de periodismo.
Cuando teníamos 14 años a un gato siamés de sinuosos pasos, ojos claros, tan estilizado y hermoso, lo llamamos David Bowie ya que no había otra forma fiel para denominarlo. Lo amábamos, desde un alejado barrio del final de la ciudad de Buenos Aires. Ayelén Cisneros
https://www.youtube.com/watch?v=1hDbpF4Mvkw
“Nunca me voy a olvidar del día en que dos amigos me robaron el bolso del club para revisarme lo que tenía adentro: ¡estaban convencidos de que yo era un extraterrestre!”. La frase pertenece a Daniel Melero y se lee en el libro Ahora, antes y después de Gustavo Álvarez Núñez. En el rock argentino hubo (hay) otro gran extraterrestre: Luis Alberto Spinetta. Tanto Melero como el Flaco encarnan en nuestro rock and pop esa vertiente de indefinición, extrañeza, misterio. Como detalle, una de las canciones más famosas de Spinetta cuenta casi lo mismo que una de las más célebres de Bowie: la historia de un explorador del espacio que queda varado en el infinito (no hace falta la aclaración pero sí: “El anillo del Capitán Beto” y “Space oddity”).
Bowie. Él hizo de su filiación extraterritorial (!) una revolución visual, y le puso el cuerpo a una cruzada que atravesó la música popular del último tercio del siglo XX. Con su rostro mutante y exótico, maquillado de blanco, barbudo, con el pelo rojo, con el pelo largo y rubio, con la pija marcada por pantalones ajustados, con el culo ajustado y movedizo bailando al roce junto a Jagger, peinándose el jopo, listo para boxear, rolinga, tecno. Así se transformó en un paradigma móvil, el que encarna la indefinición: es por excelencia el fronterizo del rock y del pop, ni lo uno ni lo otro; a lo sumo un rato cada uno. Siempre plástico y sexual, a veces seco, difícilmente frío. Aglomerador: en él están Lennon, Dylan, los Stones, James Brown, Elton John; sin él no hubieran estado Cobain, Morrissey, Madonna, Corgan, Robert Smith, los New York Dolls, Jarvis Cocker y los demás (ni hablar Arcade Fire…).
Siempre lo sentí, a la manera de Patti Smith, como una especie de mesías para los desposeídos, el tipo que te salvaba el estado de ánimo. Fueras gay, te vistieras raro o tan solo estuvieras deprimido, ahí flotaba su canto redentor de “Rock and roll suicide”: “I’ll help you with the pain/ You’re not alone”.
Otra de Melero que le cabe a Bowie: “Creo que lo que existe siempre es gente que es del presente. Yo no me considero de vanguardia”. Nunca sabremos si era un simple mortal con una notable tendencia zeliguiana o si, ahora sí… hay vida en Marte. Santiago Segura