Sobre Ojos que ladran, canto orgiástico que amansa a los lobos en la voz de la princesa amazona Paula Maffia.
Por Gabriela Clara Pignataro
//Oración a Santa Juana: Cuando la mañana sea suave/y el sendero tranquilo de una canción me acune/deja que el sol me acaricie en la ventana/ame a mi perro/y juegue a la palabra.
pero cuando el corazón me diga:/”guía a los franceses a la batalla”/dame el coraje de ser una maldita/dame la gloria/dame una espada.// Alegría del hogar, Carolina Leal.
Una guerra nunca es justa y eso lo sabemos bien. Ninguna contienda es trigo limpio, aunque pueda ser hambre de hoy y pan para mañana. De la cruzada solo vuelven cantando los del arma ensangrentada, los detentores de la prima nocte, los conquistadores de ganado. Y Juana de Arco ardiendo en la hoguera. Pero su espada está blandida de un metal extinto, y la herrería sagrada es algo que olvidamos mucho tiempo atrás.
Los corresponsales de trinchera tan sólo silban con cierta saudade, detrás de los escombros humeantes. Escriben con manchada pureza como regalo de las marcas de sus piernas. Avanzan sin mirar atrás, no es necesario. La espalda tibia es registro del pasado. Las cartas enviadas son colonia, en el medio el ancho mar, son bastiones para la batalla de otros. Telegramas de lucidez, la droga del pensamiento, la adicción a la pregunta. La utopía de la única respuesta y la siesta histérica del miedo.
Ojos que ladran de Paula Maffia Orgía es un campo de batalla. Una niña llena de barro, joven loba, bailarina roja, bruja, la perdida, la expulsada, la que vuelve, la que mira a su bestia a los ojos y en dulce abrazo duerme al peligro pero no a lo salvaje. La que duela, la que ama, la que navega sin más norte que atravesar la noche.
La guitarra, una espada ondulante y seductora, abriendo paso en el bosque, un bosque de caminos de tierra entre un barrio del conurbano lleno de perros y leoneras hasta un puerto en un mar del otro lado del océano. No hay lugar, no hay tiempo, hay acción: fuego corriendo en la sangre, un perro muerde al otro, ruge la leona, cabalgando tempestad, ojos que ladran.
Como Juana de Arco con piel de venado, la suavidad deslizante de la voz de Paula hace trazo, huella de seda encaramada en letras que rugen y melodías que hacen temblar el polvo a su paso sonoro. No hay liviandad, todas las canciones tienen un peso de animal vivo avanzando sobre las hojas muertas: crujen. No hay liviandad, ni melodía destilada: hay delicadeza, hay tersura. La suave piel de los leones no contradice su ferocidad, es parte de su belleza indómita.
El disco de Paula es una fiera durmiendo al sol, plácido. Pero siempre a punto de despertar y acabar con todo en un chocar de garras, en un partirse de los árboles. La complejidad musical es una composición que trama un follaje denso. Rock con poder épico y swing latino. Ojos que ladran es un cielo musical que no duda y sabe bien cuando llover o cuando transpirarnos las marcas en el pecho reavivando el arañazo.
Si Juana de Arco hubiera nacido de este lado de las aguas sin dudas escucharía este disco y dejaría el frío metálico del yelmo para perderse desnuda en el Amazonas mientras canta:
Me aferré a
su último suspiro
y besé
sus ojos de rey.//∆z