Pez presentó “Una Noche en el Ópera” el viernes que pasó en el mítico teatro de Microcentro. Big Band, Blues Band, una bola de espejos, medusas gigantes y los brillos de un show histórico para la banda.
Por Sebastián Rodríguez Mora
Fotos de Victoria Schwindt
Avenida Corrientes es una arteria ancha, cavernosa. Tolera las contradicciones que le carguen, así como desdeña histérica las felices coincidencias en el tráfico periódico del espectáculo. Es una máquina de entretener, alimentar, emborrachar. Contiene y expulsa, expolia y enriquece. Ha visto soles enormes y estrellas fugaces. Se arremanga cuando la cosa viene mala, pero con inamovibles intenciones de volver a ponerse las plumas y las joyas. Es tan grasa que nos da asco o morbo; al mismo tiempo son pocos los que no quisieran, por más artissstas que sean, subir a sus tablas y reinar al menos una efímera noche. Corrientes, con su jornada idiotizante de día, la luz apacible en sus pizzerías al atardecer, la noche violatoria y maravillosa. En una misma calle se duerme, se viaja, se trabaja, se come, se vende y compra absolutamente todo –dinero, sexo, cuerpos, armas, drogas, fantasías, hasta impresoras 3D para multiplicar el mundo-, se mata y se muere. Viajamos a Vietnam y nos sorprendemos de sus calles abarrotadas y demencialmente públicas, pero en realidad estaba todo acá, delante de nuestros ojos, en la Avenida Madre.
Tras una gira constante a través del país y misteriosos adelantos por redes sociales, Pez llegó el viernes al Teatro Ópera. Hay algo que los escritores suelen tener, no todos, pero sí muchos: un fanatismo por el mundo de otros escritores. La mayoría de los artistas que nos gustan suelen ser devotos de otros artistas que los preceden. Algo parecido son Minimal, Franco Salvador y Fósforo: fanáticos de lo que hacen otras bandas históricas. “Treinta canciones tocamos, ¿qué más querés? Los Greatful Dead tocaban cuatro horas, sí, pero la gente estaba toda de ácido”, le respondía Minimal ya sobre el final de la extensa lista de temas al que por reglamento pedía en las primeras filas que no se terminara. A la banda y su equipo –un ejemplo de autogestión de veras; no esa de los proyectos que quedan eternamente en proyectos- se los veía felices de poder hacer eso de lo que son fanáticos. Esto se trasladó al sonido: quizás Pez encontró en la noche del sábado un pico aún desconocido de perfección. Mucho tiene que ver con su, mal que le pese el rótulo, líder compositivo Ariel Minimal. Es extraño lo que ocurre con esta banda en un contexto argentino en que el mainstream adora a sus frontmen; quizás sea una estupidez, pero Minimal suele no ser aplaudido, y no porque sea mal ejecutante. Al contrario, pareciera que su capacidad y excelencia formaran parte de algo dado, cotidiano para el público. El viernes que pasó fue de un protagonismo involuntario, genuino y genial para Minimal, paradójicamente en medio de los once músicos en total que pasaron por el escenario: la rompió toda.
Treinta canciones = tres grupos de diez. El Manto Eléctrico presentado de punta a punta en el medio. Todas o casi en el espectro sonoro amistoso a un escenario como el del Ópera, dentro de lo que la banda ofrece en su leviatánica discografía de estudio. Mientras nos sentábamos, un sonido a olas rompiendo iba dando alguna referencia para el arranque, que se confirmó en “Sveglia”, el instrumental que abre Convivencia Sagrada, ese disco de 2001 en que Pez era P5Z. El núcleo duro, P3Z, el del trabajo sobre el metal, se abre en este Ópera para presentar El Manto Eléctrico y precisa de muchos otros: Martín Santoro en guitarra rítmica, slides o detalles –El Manto está plagado de ellos- y Juan Ravioli, un jugador diferente de la escena en teclados, guitarras y una valiosísima tercera línea vocal. Enseguida y sin mediar palabra “Vientodestino en vidamar”. Pez se mueve hacia adelante, pero vive a la vez en todos sus pasos dados: Pablo Puntoriero, el vientista siempre cerca de la banda, sobresale en una noche de mucho protagonismo sea con el saxo, la flauta traversa o piedras-uñas-maracas, llegado el momento. Cerrando los músicos invitados, los vientos de Morbo & Mambo. Es un arranque a toda orquesta, Pez Big Band. Y funciona muy bien, todos tienen su pedacito de parlante en este gigantesco P9Z.
La voz de Minimal, la voz de Ravioli, la voz de Florencia Ruiz. Las dos primeras en “Difícil de conseguir”, esa joya de Hoy; las tres juntas ya metidos adentro de “El Manto Eléctrico” que fue como el cielo despejado en una terraza entre millones de brillantes estrellas de estática que salían desde la bola de espejos enorme suspendida. Ravioli atravesó con una voz aguda los coros, aportando algo etéreo; Ruiz cantó “Sol, un fantasma en la ciudad” como nadie nunca en el tramo final. Pero la voz de Minimal, compañeros. Relegada en los últimos tiempos por el maremágnum de distorsión, estuvo ahí otra vez, en la furia liberadora de “Para las almas sensibles” y en la Pez Blues Band de “Alada” –o la canción para quererse mucho.
Pez había llegado al Ópera a dar un espectáculo completo, integrador. Leandro Frizzera y el estudio Gogogoch trabajaron en una escenografía que se reveló tras un telón apenas empezó a sonar “Cráneos”: esa chica de la tapa del disco en versión gigante, flashera, cruzada de proyecciones lumínicas y ocho enormes medusas que se descolgaron y flotaron sobre el escenario. El disco de punta a punta, como un reloj. En “No te escucho bien” volvieron los Morbo & Mambo con Puntoriero, y Pez tuvo destellos de la época en que los Cadillacs eran algo respetable (punto para los Cadillacs). En el final, un vuelo de pájaro por distintos lugares: “Cuando ya no quede ni un hombre en este lugar”, “Sus alas no pueden volar”, “La sin nombre” con Fede Terranova de Fútbol y su violín chacarero, “La madre de todas las artes” –un poquito de metal, pero solo un poquito- y “Haciendo real el sueño imposible”, la canción perfecta para esta noche en la historia de la banda.
¿Qué hay más allá de un sueño imposible? Una pregunta quizás a tono con un cliché empalagoso. Sin embargo, pareciera que después de “Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar”, el show se terminó y todos nos quedamos con una sensación parecida. Pez no precisaba de un teatro repleto en calle Corrientes para validarse; ser una de tantas bandas uruguayas que llenan de mediocridad el Luna Park no parece estar en los planes de Minimal-Franco-Fósforo. Pero es una noche sola, a ver qué tal son los brillos. Y sin miedo, que como dice “Difícil de conseguir” todo esto es natural / ni vida ni muerte / ni principio ni final.//∆z