En su segunda edición argentina, el festival de Perry Farrell parecía venir desinflado pero sorprendió con algunas figuras tapadas y nos dejó un inolvidable crossover Plant-White en vivo.
Por Martín Barraco y Joel Vargas
Fotos de Candela Gallo
La segunda edición del festival Lollapalooza quedará en la historia. Lo que a priori parecía un line-up algo más light de lo que fue el año pasado –con los shows de Arcade Fire, RHCP, Pixies, Julian Casablancas NIN, Phoenix, entre otros- será recordado por un hecho sin precedentes: la noche en que Robert tocó con Jack.
Porque en la noche del día 1 un electrizado Jack White ofrecía un show electrizante en el que recorría su amplia y variada discografía, acompañado por una banda ajustadísima que seguía cada una de sus indicaciones cual director de orquesta para volcar hasta la última gota de sudor y virtuosismo en sus canciones. Tras una breve y merecida pausa, White arrancó de su guitarra los primeros acordes de “The lemon song” y de entre las sombras apareció Robert Plant para ubicarse en el centro de ese estudio de televisión montado en el mainstage 1 del Hipódromo de San Isidro y regalar a los casi setenta mil espectadores una versión del tema que no cantaba hacía 20 años, cuando salió de gira con Jimmy Page en 1995.
No fue la única canción de Led Zeppelin de la noche. Antes, el leonino Plant y sus Sensational Space Shifters abrirían su set con “Babe, I’m gonna leave you” para seguir luego con las canciones del celebrado Lullaby… and the ceaseless roar. “¿Suficiente?” preguntaba Robert – Roberto para los amigos del pogo- al público que lo ovacionaba y pedía más. Así, hubo tiempo también para “Black dog”, “Going to California” y los clásicos “Whole lotta love” y “Rock and roll” para cerrar un show a la altura de su historia.
Más a la tarde, St. Vincent e Interpol también dejaron su huella en la primera jornada. Annie Clark, la mente maestra detrás de una de las apariciones musicales más interesantes de los últimos años, hizo esperar a sus fans un poco más de la cuenta, pero valió la pena. Haciendo gala de su virtuosismo y de unos robóticos pasos de ballet como coreografía dejó en claro el gran momento que atraviesa su carrera. Por su parte, la banda liderada por Paul Banks –que habló un perfecto español durante el set- tocó solo tres temas de su último disco El Pintor. El resto sería una lista incompleta de los hits que supo tocar en sus anteriores visitas al país (faltaron “Obstacle 1” y “Untitled”, por ejemplo), que recién pudo levantar intensidad hacia el final con “All the rage back home” y “Slow hands”.
La segunda fecha confirmó que esta edición del Lollapalooza fue impresionante. Olvidémonos de la competencia para ver quien tenía el mejor outfit, también de los palitos para sacarse selfies y de la bandas demodé como Alt-J y Bastille. Centrémonos en la música.
¿Por qué no Alt-J? Si bien sus discos son muy buenos y hasta tienen algunos hits, como el himno hipster por excelencia “Left Hand Free”, en vivo son un somnífero. No es una banda para estadios, sus arreglos se podrían apreciar mejor en un lugar cerrado. ¿Por qué no Bastille? Otra de las banditas del momento para la generación 2.0, una fórmula que aburre mucho: pop edulcorado con ribetes pseudoambiciosos.
La sorpresa: The Last Internationale. A pesar de que entraron por la ventana al line-up porque se bajó NOFX no defraudaron. Los comandados por la talentosa y sensual Delila Paz dieron cátedra de rock and roll salvaje lleno de referencias revolucionarias y latinoamericanistas, la frutilla del postre fue el cover de “Manifiesto” de Victor Jara.
Los platos fuertes de la jornada fueron bandas con un linaje y una puesta en escena rockera: Kasabian y Smashing Pumpkins. Dos caras de la misma moneda. Los ingleses mantienen la llama viva, se hicieron cargo del pase de antorcha del rock británico. La química que hay entre Tom Meighan, cantante, y Sergio Pizzorno, guitarrista y segunda voz, es una de las causas del éxito de Kasabian. Son histriónicos, fanfarrones. Salen a comerse crudos a quien tengan adelante. Y lo más importante, son una máquina de hits. Por el Hipódromo de San Isidro desfilaron sus diferentes facetas: la electrorocker y krautera – “Bumblebeee”, “Eez-eh”, “Stevie”-, la neopsicodélica -“Days Are Forgotten” (con ese comienzo a lo “Inmigrant Song” de Zeppelin) y “Re‐Wired”- y la britpopera con “L.S.F. (Lost Souls Forever)” y “Club Foot”.
Por su parte Billy Corgan es metódico y sobrio, y demostró que fue, es y será una de los compositores más brillantes que tuvo la década de los noventa. Esta encarnación de los Smashing Pumpkins -Jeff Schroeder en guitarra, Mark Stoermer (The Killers) en bajo y Brad Wilk (Rage Against the Machine) en batería- le hizo justicia a las composiciones. “Cherub Rock”, “Tonight, Tonight”, “1979″, “Bullet Bullet with Butterfly Wings”, “Today” y “Zero”, fueron algunas de las gemas nostálgicas con olor adolescente. También hubo espacio para las últimas producciones que los mantienen aún vigentes: “United States”, “Being Beige” y “Pale Horse”.
Los encargados del cierre fueron dos propuestas disímiles pero que pintan a la perfección el estado actual de la música. Primero fue el turno del hitmaker Pharrell Williams y las canciones que todos querían escuchar: “Get Lucky”, “Lose Yourself to Dance” y “Happy”. Y luego llegó Skrillex, la nueva sensación del dubstep, amado por niños y adolescentes, que hizo entrar a todos en un estado psicotrópico. Un baile infernal lleno de guiños a la generación selfie, con proyecciones que te lobotomizan el cerebro y ruiditos enfermizos, su leivmotiv, que naturalizás a los quince minutos de escucharlos. Una fiesta.//∆z