Discos Laptra celebró diez años de vida con un multitudinario FestiLaptra en Ciudad Cultural Konex. Nueve horas de música sin pausa y una fiesta para toda la escena independiente.
Por Claudio Kobelt
Fotos de Nadia Guzmán
Había una vez un Tigre. Era gigante, majestuoso, salvaje y hermoso. Su pelo blanco resplandecía como nieve plateada y sus rayas negras eran pedazos arrebatados al cielo de la noche. El Tigre era noble, fiel y sincero, alimentado por y para todo un pueblo. Era rey y soberano de un mundo natural y bello, caótico e incierto. Cada día debía pelear una batalla feroz, defender con garras y dientes su reino, mantener sus dominios de independencia y amor fuera del avance egoísta de las discográficas multinacionales, las radios comerciales y la música pre-masticada. Una vez por año, la batalla se convertía en festejo, una fiesta de cumpleaños por el Tigre y su reino. Pero en una de esas ocasiones el Tigre cumplió diez años, y la celebración fue batalla, y el combate fue agasajo, y llamó a todos sus amigos para que pelearan con él, para que festejaran lo independiente, e hicieran lo que sabían hacer para defenderlo.
El primero en salir al ruedo fue el joven Félix, portavoz del atardecer en los suburbios y la melancolía naranja, que con sus canciones doradas hace caer el sol tras los edificios, obligándolo a ocultarse con pudor ante semejante romanticismo. Inmediatamente después, desde otro punto de la aldea, atacan los Vacaciones en Globo, que con un pop delicado y exquisito crean un escudo de colores, un complejo y atrapante entramado sonoro que cobija, abraza y protege a todo el pueblo del mal del universo.
Pero ni el mal ni el sol se rendían. Seguían ahí, quemando ocultos, agazapados, latiendo. Y el Tigre sabía esto, por lo que volvió a la carga y esta vez con su sonido más negro, más oscuro, más eterno: Los Subterráneos, con su cadencia atemporal, su psicodelia vibrante y emotiva que galopa ágil hacia el cosmos dispersando una energía clara, que genera un ejército incontable de manos en alto y sonrisas flameando. Sin dar tregua el rey ordenó una nueva descarga, febril y tormentosa, la de los guerreros conocidos como Mi Pequeña Muerte, quienes con sus épicas grandilocuentes de nostalgia y desamor descargan rayos invisibles y descarnados hacia el techo, y pegado a ellos, Koyi y su corazón de fuego, un shoegaze canción apretando, combatiendo, crujiendo bajo la luz de una media luna perfecta naciendo tímida en el firmamento.
El soldado más rebelde y pasional del ejército sale entonces al campo acompañado de su propia armada: Reno y los Castores Cósmicos disparan un frenesí imparable, un rockabilly en llamas de carreteras. Hay algo en ese rocanrol sucio y apasionado que emociona, sacude y moviliza todo. Y aprovechando esa sacudida, el Tigre decide prender fuego el aire y desata el baile efervescente de 107 Faunos, una combustión hermosa de espíritus en llamas, un espacio de libertad con tanto lugar para la liberación del cuerpo como para una suavidad que encanta. Dentro de la aldea, y acompañando el ataque, los Mapa de Bits exhalan una nocturnidad suave y ardiente, creando una noche oscura, mística y caliente.
La luna era un gajo plateado colgando en el árbol del cielo, tentando a los incautos que apenas sueñan rozarla con los dedos, pero entonces vinieron ellos, y la arrancaron de un mordisco, para luego escupirla prendida fuego. El Mató a un Policía Motorizado recrea su primer batalla, aquella que peleó junto al Tigre en su nacimiento, y vuelve a golpear con esa dulce inocencia primaria pero con la certeza del conocimiento. Esa noche se reciben de Jedis, de guerreros de la fuerza que destruyen con sus sables de canción todos los monstruos. Los externos, los internos.
¿Y a que no saben qué pasó después? El fervor solo aumentó. El juglar conocido como Antolín puso a saltar y cantar a cientos de chicos y chicas que sonriendo llenaron de brillo lo más oscuro y volvieron tangible lo etéreo, que abrazan el futuro con nostalgia y que pelean por la mejor causa: un amor profundo y sincero. Y si hay otro juglar que sabe cómo traer la luz en un ritmo es Javi Punga. Experimentación, noise, pop y búsqueda sin fin, una fosforescencia ilimitada, irrepetible y necesaria. “Hecha la luz, necesitamos la rabia” gritó el Tigre antes de exhibir la sangre hirviendo de Hojas Secas, dueños de una potencia tan estremecedora como descarnada, y el krautrock cósmico y melancólico de Atrás Hay Truenos, hacedores de un sonido combustible para mover galaxias.
La bestia del mal da sus últimos coletazos, y el Tigre sabe que necesita bailar para derrotarla, entonces Las Ligas Menores dispararon sus cañones de pop, guitarras y dulzura rabiosa, de danza masiva y pogo encendido que agitaron a las masas, y que dejó confirmación del gran presente e interminable futuro del grupo. La estocada final, el último gran baile, la celebración y el éxtasis no tardó en llegar con Bestia Bebé y su irrefrenable pasión y alegría, su punk rock atómico que detonó en cada pecho sensible creando una onda expansiva que arrojaba fuera todo el mal, haciendo un escudo de pasiones, barrio y amistad.
Quince nobles guerreros, trovadores, poetas, artistas, seres sensibles luchando y celebrando por y para el Tigre, defendiendo y celebrando su reino, su pasión, su pueblo, continuando y expandiendo una historia que esta vez no termina, que se renueva y se expande como un hechizo general, la creencia y prueba de que es posible y viva la independencia. Una historia de pura pasión y magia, una sin punto final. Una que, gracias al Tigre, su lucha y su festejo, continuará.//∆z