Experiencias personales se mezclan con la historia colectiva. Un crisol de voces le dice adiós a Gustavo Cerati, un artista que nos marcó a todos.
Son de los primeros recuerdos que tengo en vida. La final de Italia 90 y la presentación de Canción Animal en Vélez. No por haber ido, claro. Tenía 4 años. Pero mis padres- como hicieran en aquella final en Roma perdida por el equipo comandado por Bilardo y las lágrimas de Maradona- me sentaron frente a la tele y por canal 11 miramos todos juntos en una calurosa noche de verano el recital de Soda Stereo. Lo grabamos en VHS. Habré gastado la cinta de tanto verlo. Había dos canciones que me podían: “Sueles dejarme solo” y -obviamente- “De música ligera”.
Después vino el tiempo de perderle el rastro a la banda. Entre Dynamo -hoy uno de mis discos cabecera de la música argentina- y Amor amarillo, todo se volvió lejano para el chico que quería más “De música ligera”. Pero los años ponen las cosas en su lugar y con la (no) despedida en River de 1997, Soda y Cerati volvieron a mí. Esa vez para siempre. Y con el tiempo “Crema de estrellas”, “Efefcto Doppler” y “Planeador” se volvieron soundtracks de mis días enteros. “Disco eterno” y “Pasos” fueron dos de las primeras canciones que saqué en guitarra y casi sin querer (queriendo) Cerati se fue metiendo como un habitué en mi adolescencia punk. Su etapa solista nunca tendrá techo. Cerati, siempre un adelantado a su días, grabó cosas que aun hoy no entiendo (muchas de ellas en Siempre es hoy). Pero con Amor Amarillo, Bocanada y Ahí vamos me basta y me sobra para respirar hondo y que el pecho se me llene de un profundo agradecimiento. No de tristeza. De agradecimiento. Por un inmenso legado que deja a sus contemporáneos -que aun tenemos cosas por descubrir en su obra- y por el que les deja a las generaciones futuras, que sin duda van a preferir seguir sus pasos. Gonzalo Penas
Una de las primeras afirmaciones que hice enfrente de quien sería mi novia y luego mi ex fue algo así como “el tema es que Cerati siempre compuso para levantar minas”. Año y poco después estaba en la fila con ella, muy temprano, antes del primer show para el millonario reencuentro en 2007. No sé qué se podía esperar de una banda con un solo músico en actividad plena, un empresario y un tipo que se quedó pelado con onda. Sonaron bien, un poco grandilocuente para la intimidad que tiene la mayor parte de sus discos. Ahí estábamos, amontonados y desfalcados en lo que fue quizás uno de los primeros grandes negocios del rock en el país post 2001 y Cromañón. Admito haberme preparado para estar a la altura porque no los había escuchado. En Cerati nunca hubo lugar para expresar en público la euforia y esta no era la excepción. En su carrera el exceso fue estar siempre en un exquisito offside respecto al mainstream, por no hablar de cómo se vestía.
En la época de su solista Ahí Vamos, tocó gratis en Figueroa Alcorta y Pampa. Subió Spinetta y tocaron “Bajan”. Fue la penúltima vez que vi al Flaco. También fue la primera. Se escuchaba como el orto, al igual que en la inflamada vuelta de Charly García debajo del agua. No fui a las Bandas Eternas porque a veces, bastantes, soy un boludo. Esta lamentable bola de antidepresivos llamada Charly dijo que Cerati era un arquitecto de canciones y tiene razón. Siempre fue arquitecto y no maestro mayor de obras. Nunca se entra al barro con zapatos de gamuza azul, no importa cuán rockero seas. Cerati para mí siempre va a ser Cerati, no Gustavo ni Gus, como declama Facebook hasta causar graves casos de odio visceral. Cerati es la pechofrescura que necesitó el mainstream nac&pop para defender al rock quién sabe de qué. Muerte a Cerati para que no haya muerto Luca Prodan. Fue el malo necesario, el cheto al que bardear en la esquina con los pibes. Un arquitecto que mira su edificio cuando pasa con el auto y sonríe por el trabajo bien hecho. Perteneció y pertenecerá a esa clase de humanos en los que el esfuerzo no se les nota, el inconsciente no les juega malas pasadas y son bellos, inobjetablemente bellos. Yo nunca podré pertenecer a ese mundo, yo transpiro, puteo y piso todas las baldosas flojas. Pero Canción Animal (Full Album) se busca solo casi todas las semanas cuando estoy delante de la PC. “Disco Eterno” es uno de los mejores riffs de guitarra que se compusieron jamás en el Universo. Uno a veces ama a su enemigo, en él está atrapado lo que se desea. Uno quiere amor al fondo de todas las cosas, parece. ¿Y quién no querría ser amado como Cerati, hasta la mística y la idiotez, la bandera, la vincha y el llanto desconsolado? Sebastián Rodríguez Mora
La descripción más precisa de la música de Gustavo Cerati tal vez sea una de las que quedaron sumergidas en medio de la previsible marea de congoja. Desempolvando un viejo talento para la contundencia, Charly García describió a Cerati como “arquitecto del sonido”. Concuerdo plenamente: no hay obra suya, ni en Soda Stereo ni como solista, que no se trate de un constructo monolítico moldeado por una mente tan exploradora como perfeccionista, siempre en busca del sonido justo. Se trate del new wave frenético del debut con Soda, la psicodelia placentera de Sueño stereo o el rockeo estilizado de Ahí vamos, nada está librado al azar.
Quizás sea por eso que me suceda, en una extraña derivación de mi sinestesia, que al escuchar sus temas —especialmente los de la carrera solista, que confieso tener más escuchada— veo vívidamente lugares y situaciones… que nunca viví. “Puente” es ir a las primeras clases del CBC a la mañana y ver las moles de Ciudad Universitaria, “La excepción” representa pistear como loco por Cabildo una noche de viernes, “Lago en el cielo” va como piña para sobrevolar en aladelta los lagos de Palermo. Vivo en Caballito, curso en el Lenguas Vivas y le tengo pánico a las alturas, pero no, no hay drogas de por medio. Siempre fue así. Por lo menos los mates en el Rosedal que veo en “Me quedo aquí” los tomé por primera vez este año.
Pero la mejor experiencia al respecto fue real y se dio con Bocanada en un viaje por Europa. Pocas cosas son tan bellas como la conjunción entre un disco y un paseo, y en el Viejo Continente ese letargo tan elegante como interminable funcionaba de maravillas, se confundía entre los edificios ornamentados de cascos urbanos centenarios como si hubiera nacido para ellos. A los pocos días algunas canciones hasta adquirieron funciones específicas. En particular, recuerdo que siempre ponía “Bocanada” (el tema) cuando llegaba de noche al río de cada ciudad y me paraba a mirar. La grandilocuencia orquestada del track calzó justo con el Sena, el Spree, el Danubio y sobre todo con el Moldava, todos bajo la Luna. Y claro, con el Río de la Plata, allá por Costanera. Pero por más genial que fuese, nunca me sorprendió. Después de todo, Charly mostró buen ojo de RR.HH: adherir música a un lugar o a una experiencia requiere a un arquitecto muy experto. Santiago Farrell
Lo vi dos veces, lamento no haberlo hecho muchas veces más. Una fue gratarola en Figueroa Alcorta y Pampa, otra la vuelta de Soda, “la burbuja en el tiempo”. Me quedo con este recuerdo: 1999, Bocanada hacía meses que estaba en la calle. Uno de mis mejores amigos agarró el disco y me dijo: “tenés que escuchar “Beatiful”“. Lo importante era la condición de esa escucha: acostado, con los ojos cerrados y los parlantes muy cerca de los oídos. Entendí todo, cada nota, sonido y arreglo. Ahí nació el amor por Cerati, en ese instante.
Canción Animal (1990), Dynamo (1992) y Sueño Stereo (1995), los tres mejores discos que existen de rock en castellano. Ninguna banda va a poder igualar esa trilogía. Conviven los sonidos más modernos, aptos para todas las épocas y que resisten millones de plays, con hits inmediatos y canciones que hartaron a todo oyente promedio como “De música ligera”. Comfort y música para volar (1996), uno de los mejores unplugged de la historia de MTV. Una carrera solista heterogénea, llena de paisajes sonoros, loops interminables, clásicos instantáneos y obras maestras. Una frase grabada en el inconsciente colectivo: “Gracias Totales”. El “chetito“que hacía “pop” (qué pop ni pop, Cerati hacía rock la puta madre, y del mejor, aunque su vasta obra escapa a categorías tan efímeras como “rock” y “pop”). El “enemigo” del rock del “palo”, de la patria del aguante, de los boluditos que “futboludizaron” todo. El artista que puso a la Argentina en el mapa del mercado musical latinoamericano y hasta en el yanqui. Todo eso, y más, forma parte de la cosmogonía de Gustavo Cerati, uno de los últimos ídolos populares, por más que le pese a muchos. Joel Vargas
Allá en los comienzos de los años 2000, con mi hermano conseguíamos grabaciones truchas que escuchábamos muy atentos en el equipo de música familiar. Recuerdo que una vez él encontró un cd con un lado b de remixes de Soda Stereo, que probablemente fuera pensado para ser reproducido en países anglosajones. Los temas eran cantados en inglés. Cerati decía “Oh oh oh game of seduction” y las traducciones, algunas muy literales, nos dieron tardes de largas imitaciones y risas.
Cuando tenía alrededor de 16 años había decidido irme de vacaciones con la familia de mi novio. Ellos eligieron un lugar en el mundo, más precisamente Córdoba, y más específicamente Salsipuedes, para recorrer en un Corsa gris plateado. El lugar hacía honor a su nombre y no había más que polvo, un hotel -de esos gremiales peronistas- con una pileta. Abusando de los amortiguadores, agarrábamos cualquier camino de ripio para escaparnos de ese lugar y en mi discman, para no soportar la voz de mi suegra durante muchas horas seguidas, sonaba “Nada Personal” y, otra vez, “Juegos de seducción”.
Así podría extenderme en mi adolescencia y en mi juventud. La lírica y los acordes de Gustavo Cerati se ubican en la intersección de la anécdota personal y la experiencia colectiva y esto se vio reflejado en los rituales de despedida que se desplegaron durante las horas que se extendió el paso de los familiares, amigos y fans por la legislatura porteña. Se puede pensar a su poesía y música como una expresión de la cultura popular que no puede despegarse de su relación íntima con la cultura masiva, ya que no hay productos de la cultura popular a fines del siglo XX y principios del XXI que escapen a lo masivo.
“De música ligera” es un ejemplo, no sólo por hablar de una mujer que durmió al calor de las masas sino por ser el hit indiscutido que cruzó fronteras y décadas. Hasta usos, ya que se baila en boliches. Esta canción, como símbolo de la discografía de Cerati, es un producto de la cultura popular porque fue adoptado por las clases populares aunque no necesariamente realizado para ellas o por una persona de esta clase. Porque la obra musical de este artista se inscribe en la anécdota y en el sonido de una época. Porque se lo llora como al eco de un tiempo feliz. Ayelén Cisneros//∆z