Por Daniel Rojas Pachas
Ilustración por Omar Sisterna
Pensar hoy en Roberto Bolaño tiende sin querer a alejarme de las novelas monumentales y laberínticas como 2666 y Los Detectives Salvajes que se (re)construyen ante cada nuevo intento de lectura y entramado con ese universo rizomático que el autor empezó en sus poemas infrarrealistas para luego depurar en las biografías fantasmas de Estrella Distante y La Literatura Nazi. Esto ocurre pues inevitablemente se interpone “el mito Bolaño”, que si lo pensamos bien es otra creación del autor y no es algo tan terrible en la medida que, dada la naturaleza de los textos de Bolaño, la biografía es una herramienta o mejor aún, materia prima, barro constantemente intervenido y desacralizado a fin de conjurar la radiografía inversa o negativa que le permitía desorientar al lector y pasearlo por caminos fronterizos entre realidad y ficción, puentes oscuros y misteriosos que hilan ensayísticamente el arte con la violencia o como dice uno de sus personajes en el relato “El Dentista”:
“El arte, dijo, es parte de la historia particular mucho antes que de la historia del arte propiamente dicha. El arte, dijo, es la historia particular. Es la única historia particular posible. Es la historia particular y es al mismo tiempo la matriz de la historia particular. ¿Y qué es la matriz de la historia particular?, dije. Acto seguido pensé que me respondería: el arte. Y también pensé, y ése fue un pensamiento afable, que ya estábamos borrachos y que era hora de volver a casa. Pero mi amigo dijo: la matriz de la historia particular es la historia secreta.”
Perdonen la siguiente digresión, pero la cita me recuerda una anécdota reciente, que bien podría pertenecer a un relato o al menos a un poema de Bolaño. Para el día de los Muertos hace un año, estaba en Oaxaca en un encuentro de literatura chilena contemporánea con reconocidos autores de mi país, esa noche tuvimos una mesa de narrativa y recuerdo bien la pregunta de un joven entusiasta del público (mexicano), que al ver compatriotas de su ídolo, asumo, pensó en su buena fortuna, pues que mejor oportunidad para indagar por la vigencia del autor en su propio país, y el futuro que los lectores reservan a la memoria del creador de Putas Asesinas, que el tener en frente “escritores Chilenos”, sin embargo, y de eso si estoy seguro, el lector mexicano no sabía que Chile es el país de la desmemoria, el olvido y la fuerza sin razón, y esta última no tardó en hacer gala, pues uno de los expositores declaró airadamente y atropellándose, que Bolaño es un tema superado en Chile y que debiera pronto ser superado en todo el mundo, pues su obra y los tópicos que han marcado su interpretación y apasionamiento, sobre todo la violencia en nuestro continente son materia superada, y que esa violencia hiperbolizada de la parte de los crímenes son ficciones sacadas de órbita tan alucinadas como Weider o Lalocura, al punto de no tener asidero y futuro en este mundo, tan así como tampoco los dinosaurios tendrán una segunda oportunidad en la tierra.
Atónitos cerramos la mesa, sin ánimo de intervenir y tampoco gratos en la tarea de seguir bombardeando al público y al entusiasta joven mexicano, que visto más de cerca, era un poeta emergente y aspirante a infrarrealista.
Pasando por alto el acto de ampulosidad del colega, fuimos a celebrar el cierre del encuentro con mezcal, directo a un conocido bar que el organizador del evento en la ciudad recomendó.
Creyendo que los tragos corrían por cuenta de la casa, todos bebimos a destajo, riendo y procurando olvidar diálogos como la diatriba innecesaria e injusta en contra de Bolaño, personalmente me declaro un lector que ha disfrutado del autor y que en esa medida lo respeta, además no hay acto más maletero que disparar en contra de un muerto, pero en fin, la justicia tiene algo de poética, pues al llegar el momento del pago, la cuenta era enorme y nos fue atribuida íntegramente, todos los escritores envalentonados por el alcohol fluyendo por su sangre saltaron molestos alegando no nos correspondía pagar, que era una invitación, el más molesto fue el escritor que disparó contra Bolaño y si mal no recuerdo, esto léase en cámara lenta, acto seguido escuchamos dos estruendos, el primero del golpe en su mejilla, el segundo de su delgado cuerpo volando para estrellarse contra las mesas y después el suelo, pues es el dueño del bar no creía en el viejo adagio de “el cliente siempre tiene la razón” sin mediar más que unos segundos estábamos rodeados por unos tipos con armas que no querían dejarnos salir del local hasta que entregáramos el dinero y una disculpa, creo que eso resume más o menos mi visión de la vigencia de los puentes subterráneos entre literatura y violencia, academia y sangre, sin darnos cuenta éramos “la parte de los críticos”, chilenos perdidos en México, o quizá, parte del final de ese gran relato que es Últimos atardeceres en la Tierra.
Cierro mi digresión, señalando que Bolaño como Ezra fue un gran mentiroso, y se necesita esa cualidad para relatar y poetizar lo vivido y no vivido. Algunos podrán no creer la anécdota que acabo de exponer, otros dirán que estoy creando un propio mito, el de mis viajes, esto da para otra digresión sobre Bolaño, quizá en otra oportunidad… Hay que considerar también que el escritor vapuleado, previamente bully de la memoria de Bolaño, si lee esto quizá niegue la historia o modifique el encuadre, da igual, el ejemplo vale para entender como un escritor del alcance de Roberto Bolaño que escribió tantos libros, poemas, relatos, artículos de crítica, pequeños ensayos, manifiestos y sueños como los de Un paseo por la literatura no puede escapar a la mitificación póstuma de su persona y la escisión que para el deleite de algunos y la rabia de los puristas sufre su memoria. Hablar de Bolaño es hablar de muchos posibles hombres y mujeres, esto me trae a la memoria esas historietas de DC en que tenemos un multiverso con miles de versiones de Batman, una más oscura que la otra, desde la versión camp a la mirada fascista y desencantada de Frank Miller, lo mismo pasa con Bolaño, tenemos la mirada trivializada de su trabajo, del académico que lo ve como la ventilación en la Estrella de la Muerte, dispuesta para destruir este nuevo canon de escritores sub 30 y otros de los noventa que crecieron leyéndolo, qué mejor que atacar al epígono para desbaratar el castillo de naipes, esa sería la mirada de Camilo Marks por ejemplo. Luego tenemos la mirada academicista de Bolaño que invoca grandes y ambiciosos congresos en torno a su obra y fallecimiento, con tesis que hablan de la obra bajo los códigos del et al., op. Cit., ibídem, o la visión de Patti Smith, que lo invoca como un beatnik, un continuador del legado de Ginsberg y Kerouac, basta con ir al montaje que preparó en que puedes encontrar desde tierra de Sonora a collages de actrices porno mutiladas y una máquina de escribir con sangre y un revolver al costado como si fuesen un artefacto de Parra; así, miles de miradas del mismo sujeto, a algunos puede hastiarlos, también entiendo que los Bolañitos y Bolañistas pueden ser odiosos, tanto como lo fueron los seguidores de Borges y García Márquez en su momento o esos alucinados que citan frases de Rayuela y piensan en encontrar a su propia Maga en una calle parisina. Quizá para los chilenos, sobre todo los escritores chilenos, es molesto que siempre en toda mesa una pregunta inevitablemente conduzca a Bolaño, como en ese juego seis grados de separación de Kevin Bacon, sin embargo, es tan desagradable o menos odioso que te pregunten por el movimiento estudiantil, Camila Vallejo y el rescate de los mineros; me parece algo inofensivo y que un buen jugador puede sortear. Sobre todo si entendemos que el mito de Bolaño se gestó y fue nutriendo a la par que la fama de Bolaño crecía y la idea de vivir a lo Ulises Lima y Arturo Belano se volvía una especie de consigna generacional y luego un rumor que iba a ser traspasado de boca en boca por los jóvenes poetas latinoamericanos, un mito alimentado muchas veces por una necesidad de malditismo trasnochada que viene de la mano de la falta de lectura e ignorancia en torno a Bolaño, quien fue quizá el primer detractor de esas miradas embobadas e ingenuas de la literatura, en las que prima más la pose que la escritura, quizá sería bueno recomendarle a esos cientos de jóvenes escritores con que muchos nos hemos topado, yo al menos sé que me topado con ellos desde el final de América, esa parte de Chile que roza con la Antártica hasta México, que lean al autor, la disfruten, critiquen y cuestionen, pero no se queden con la mirada de la contratapa o la consigna de robar libros y jugar a ser García Madero como quien se pone la máscara de Iron Man para jugar a ser Robert Downey Jr. sin haber leído un puto comic de Marvel.
Bueno, para evitar digresiones sólo me queda una cita más del autor, creo que a prueba de romanticismos al uso: “Huidobro me aburre un poco. Demasiado tralalí alalí, demasiado paracaidista que desciende cantando como un tirolés. Son mejores los paracaidistas que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas.”//∆z
Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983). Escritor, Magíster en Ciencias de la Comunicación, Candidato a Doctor en Comunicación y Profesor de Literatura egresado de la Universidad de Tarapacá. Reside en Arica-Chile dedicado plenamente a la escritura y edición. Actualmente edita la Revista Literaria virtual y Editorial impresa Cinosargo. Más información en su weblog.