Ararat adelantó su nuevo material en la penúltima fecha del Ciclo Oui Oui, en ZAS. Pablo Lakatos murió de sobredosis de rock cubriendo la fecha, nos manda su texto y sus fotos desde el Más Allá.
Crónica y fotos por Pablo Lakatos
Se abre la noche sobre el Zaguán, nubes de frío y de noche helada se corren a los costados. Del Zaguán sale música: Metamórfica está terminando su set acústico. Es la hora de las brujas.
Adentro del ZAS hay paz, y menos humo en el aire. Las luces vibran con un poco más de fuerza de lo normal. Detrás de la bandeja de sonido, un Sergio Ch. impávido mira a la pequeña multitud, su público de esta noche. Imposible saber qué piensa; quizás considera que avanzar en diagonal siempre es más esfuerzo, que el precio de comandar esa banda-laboratorio, sonoro-experimento es el derecho de piso, un extraño y repetido Hacerse de abajo que se impone con igual potencia que la última vez.
(Incorporo esta nota ya finalizado el texto. Revisando las fotos me di cuenta que se proyectó la película “El Topo”, de Alejandro Jodorowski. Desierto, vaqueros, circo, mujeres desnudas, magia, todas cosas de las que me había olvidado, borradas completa y totalmente a la hora de escribir la reseña. Sospechoso, sospechoso).
Apenas diez minutos de ingresados en la hora de las brujas, el ambiente se agita. Hay movimiento, a telón cerrado. Siluetas y sombras. Hay una claridad, una liviandad en el aire, que no se comprende. Da la impresión que no van a demorarse en empezar a tocar.
Dicho y hecho, se descorre el telón a los pocos minutos y se revela un escenario desafiante. Inmensos titanes del rock argentino. Titanes escondidos, titanes de mitología, de contarle a un amigo tratando de encontrar el aire de lo emocionado que estás, titanes de leyenda de foro 2003. No de esos roqueritos recalentados, titanes de pantalla chica que te entran en el bolsillo si te despistás (te están buscando la billetera, guacho). Titanes argentinos del rock en el humilde escenario del ZAS, ahí, a un par de metros de distancias y dos decenas de centímetros de altura. Tito Fargo, gorro sobre los ojos, criolla calzada como ametralladora de sexo, estación de poder/sintetizador delante. Sergio Ch. tiene en las manos su mítica SG blanca, eso guitarra y yo nos conocemos hace mucho, esa guitarra tiene cosas para decir de mí que no sé si quiero que se sepan (¿dónde está el bajo? ¿Dónde está es bola de densidad que me hacía delirar Ararat? No la veo en el rack). Alfredo Felitte sentado detrás de una batería achatada, raids, un redoblante y chanchas, ni hi-hat ni toms, es una disposición que recuerda a videos (históricos y) cómicos de banditas intrascendentes en el Ed Sullivan Show. Me centro en el detalle. ¿Tiene puesta una bota ortopédica? Tiene puesta una bota ortopédica en el pie izquierdo. Señoras y señores, titanes del rock.
Primicia: este miércoles 17 de julio Ararat ingresa a Circo Beat a grabar su tercera placa bajo la producción del mismísimo Fargo. Mística: esa magia que adquieren las cosas cuando están cerca, cerquísima de su punto justo de cocción. Música: esa mística viniendo a la vida delante nuestro. ¿Sergio Ch tiene una guitarra? Pero, ¿y la búsqueda de la música más pura, trabajando en contra de la deformación del intérprete de un instrumento? Silencio señora, el pasado, al igual que el periódico de ayer, es lo más inútil del mundo. Ararat es experimento, Ararat no se queda quieto.
Tocaron doce temas en una hora y cuarto, o en 45 días bajo bombardeo enemigo, o en cuarenta años en el desierto (aunque ésos son otros perseguidos históricos). Una duración no es nada, ¿Qué les reporta? Fue el tiempo suficiente para ingresar por los oídos hasta lo más profundo y abrir la fuente de la vida. Ararat está en plena, inmensa forma.
El show se divide en partes. Comienza despacio, cada uno perdido en sus dominios, liberando su instrumento, soltando la ansiedad, afinando, afilando. Las tropas se reúnen, los inmensos ejércitos de Ararat II, las columnas interminables de brigadas mitológicas, los animales mutantes, mágicos, las escamas como armaduras, la ira del dragón. Vemos la formación, la intro despliega el campo de batalla delante nuestro. Pero algo es distinto, la marcha no termina de comenzar. Los soldados están viejos, gastados, parecen hechos de polvo, como si un hechizo antiguo los hubiera conformado de la nada misma, del polvo del desierto, y ahora ese hechizo flaqueara cansado, perdido, no reconociendo los viejos caminos. Un primer momento de inmensidad épica en la intro (según setlist) pierde su enfoque, se desconcentra, pasan “El carro” y “Las Piedras” y llegan un tema nuevo “La historia de Hanuman”. Algo está mal, estamos frente al cadáver no del todo abandonado de Ararat II, estamos frente a fósiles que retienen prisionera cierta ínfima magia, inaccesible. Hay algo de gesto, de repetición de formato, de falta de frescura. Y entonces viene “El Arroz y la Sal”.
Olvídense de todo lo que sabían sobre Ararat, olvídense de casi todo lo que sabían sobre Los Natas. Quizás (seguro) esa es la función del experimento musical. Nunca descansar, nunca detener esa marcha. Y si el cuerpo del minotauro está vencido, si el Garudá es un pico muerto en el desierto, alas serruchadas, entonces la marcha avanza, con nuevo cuerpo. La música de Ararat es en una pequeña fracción, en una perdida faceta del espíritu de Hegel. La música de Ararat es el espíritu de la Historia que existe porque se desplaza. Es la demostración de que ese espíritu es la Marcha, no es un sujeto que se desplaza, es la filosofía del movimiento. ¿“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”? Mejor digamos “caminante no hay destino: tú, al igual que todos, eres caminar”.
Stoner luminoso otra vez, pero desde otro extremo. Denso, valvular, pero lavado del humo, de la imprecisión de la oscuridad. Ararat II era la caminata hacia la luz. La purificación a través del peregrinaje, del larguísimo e interminable camino, una luz láser divina que quemaba la impureza. Ararat III, lo que vendrá, es la música posterior, es la música del redimido. Bajando de la fanfarria y la poética, imaginen un Motorhead argentino, a la mitad de la velocidad, laburando una paleta sonora similar a la de Radiohead en OK Computer. Distorsión limpia, tenacidad frágil, música que desprende blanco de lejía. Pero no, no quema, es stoner de cabeza despejada. “La Sal y el Arroz” es un inmenso tema, ya les va a volar la cabeza, van a ver.
Viene un miniset natero: “Ganar-Perder”, “Hey Jimmy”, “Tomatito”. La noche levanta. En la primera canción Ch. se acerca a Fargo durante el solo, solean enfrentados, yendo de acá para allá, invocando con necromancia un pasado glorioso. Sus guitarras brillan de colores incomprensibles, pequeñas descargas eléctricas, un estallido, un dragón de luz de neón se eleva de ellas. No pude sacar fotos, tenía la cámara apagada en ese momento, por suerte. Al otro chico le explotó la cámara en las manos cuando disparó el obturador, a mí por lo menos algo me queda. Ch. hace de semi solista en “Hey Jimmy” y “Tomatito”. Los mejores Natas, los de Nebulosa instrumental, los de stoner criollo acústico.
Restan 3 canciones que se transforman en un maremoto de rock. Una tormenta desértica valvular. “La Familia y las Guerras”, “Nicotina y Destrucción” y “Aurora” se funden en una única y extensa pieza (no sé si en la vida real, en mi cabeza lo hacen), una magnífica odisea sonora explorando esas texturas y colores, remolinos y despojos, escombros que vuelan en círculo noqueándonos, largando sangre de riff y llorando gracia y sonrisa. Un bolsillo, una anomalía de aire nos permite ver, en el centro del huracán de arena la nueva forma que toma Ararat. Un psicótico tanque de guerra, cañones, orugas, pinchos, armas, la banda-experimento ha mutado de vuelta. La música de la resistencia deja atrás la magia y la mitología, olvida la tracción a sangre, las bestias gigantes, minotauros, dragones, wargos, elefantes. Ararat es ahora mecánica guerra personal, es arma y fortaleza a la vez. Es cuartel en movimiento, es una tortuga, un armadillo de guerra que renunció a su vida orgánica.
El futuro es incierto, y escribir esta crónica sin ningún audio con que respaldarla es -como mínimo- triste. La hora de las brujas pasó, nuestra ventana al futuro pasó, el destino está delante nuestro para que lo caminemos. Quizás no venga la guerra, quizás nunca llegue el final, quizás nuestra existencia y su sinsentido sean eternos. O quizás el futuro sea la bélica (tan a regañadientes como a buena voluntad) predicción de los Ararat, el Apocalipsis militarizado. No sé. Lo que sí sé, es que cuando presenten Ararat III ahí voy a estar yo, fusil de alma y cantimplora de guerra, listo para unirme a las huestes del ejército músico-espiritual. Viva la música de la Resistencia.