Detrás de los bombos y platillos que rodearon al “nuevo cine” en los últimos años, una película pasó silbando bajito y sin pena, pero se llevó toda la gloria.

Por Mauricio Pérez Gascué

El nuevo cine argentino nos ha dado tantas películas de tantos jóvenes y talentosos realizadores que, a pesar de la variedad de historias, estilos, puntos de vista, condiciones de producción, etc., se los ha puesto a todos en la misma bolsa y bajo el mismo rótulo, cuando quizá lo único en común que tengan es ser nuevo, contemporáneo y, en muchos casos, la excelente calidad de sus filmes.

Como resultado de la gran cantidad de nombres, muchos son injustamente olvidados a la hora de repasar los protagonistas de esta “Nueva Era Cinematográfica Argentina”.

Cristian Bernard y Flavio Nardini son dos de ellos. Sin embargo, su Opera Prima queda pregnada en la memoria de sus espectadores y ya está adquiriendo rango de “culto”. Tiene escenas que merecen un lugar en cualquier antología de comedias argentinas. No creo estar exagerando con los elogios. Es muy difícil encontrar en nuestra vasta filmografía nacional películas con las características de 76 89 03.

En primer lugar se trata de una comedia que es muy graciosa, y lo logra sin insultar la inteligencia del espectador. No recurre al chiste fácil, prácticamente carece de slapstick (comedia física) y los momentos humorísticos, a pesar de su sencillez (en la ejecución), son lo suficientemente elaborados (en la planeación) como para trascender “el gag”.

La película narra la historia de tres amigos que desde niños alimentan una obsesión por la misma mujer. Una vedette/ actriz/ sex symbol llamada “Wanda Manera”. De adultos, en la víspera del casamiento de uno de ellos, se les presenta la oportunidad para cumplir su fantasía (y la de muchos). La historia es bastante simple: tienen parte de la noche para cumplir su cometido y para eso deben ir atravesando una serie de obstáculos que parecen superables, pero cuánto más se acercan a su sueño, más inalcanzable se vuelve la resolución.

A pesar de la meta tan banal y de ser una comedia, la película no cae, ni en lugares comunes, ni en conflictos superficiales, sino todo lo contrario. A medida que avanza la trama, los personajes van poniendo cosas muy personales en juego, haciéndose más profundos.

Otro punto a destacar del film: si bien se nota que las condiciones de producción fueron limitadas (como sucede con la amplia mayoría del “nuevo cine argentino”), con bajo presupuesto, economía de recursos narrativos, etc., está tan bien la película… La narración es fresca, entretenida, el film está muy cuidado en todos sus aspectos técnicos: sonido, montaje, una fotografía en blanco y negro muy bien trabajada que, en conjunto con la puesta en escena, logran encuadres preciosos (cinematográficamente hablando). Es de esas películas que dan la sensación que si hubiera tenido 10 millones de dólares de presupuesto, no hubiera quedado mucho mejor porque no se le ve nada por mejorar (quizá el sonido por momentos, hay líneas de diálogos que no se aprecian como debieran).

Las actuaciones se llevan otro párrafo aparte. Se puede decir que los protagonistas son prácticamente tres ilustres desconocidos y sin embargo, cada uno compone su personaje lleno de vida (favorecidos por unos textos dinámicos y por momentos hilarantes). La inclusión de Claudio Rissi como “el rey de la noche” se lleva uno de los mejores momentos de la película.

El film refleja muchos de los personajes de la noche porteña, así como a todos esos hombres argentinos que fantasean con llevar alguna estrella del momento a la cama. Pero también deja ver, de a momentos, pequeñas pinceladas de la Argentina según la época donde transcurre la acción, y de algunos estereotipos representados a través de los personajes, sin innecesarios discursos ni lecciones para al espectador, sino haciendo su “crítica social” mediante la risa -lo que es mucho más efectivo-, y en la modesta opinión de quién escribe, mucho más necesario en el cine Argentino.