Amado y odiado. Símbolo del periodismo de investigación en los 90. ¿Creador de la grieta política en la Argentina contemporánea? Este libro se queda a mitad de camino entre un compendio de memorias y una antología de artículos periodísticos.
Por Pablo Díaz Marenghi
En sus comienzos, muchos tildaron a Jorge Ernesto Lanata de “periodista de izquierda”. Él se reía y contestaba que siempre fue un liberal alla norteamericana. Muchas personas que lo veían como un zurdo en los noventa, hoy no se pierden ni una de sus columnas en Clarín, lo escuchan todos los días en Radio Mitre y lo ven los domingos en Periodismo Para Todos (PPT). Los que lo leían en sus comienzos en el revulsivo El Porteño (dirigido por su amigo Gabriel Levinas) ya no lo leen. Los que lo seguían en Día D, en los comienzos de la Revista Veintitres, quienes lo escuchaban leyendo a Julio Cortázar de madrugada en la Rock and Pop, dicen que cambió. Que Lanata ya no es el mismo. Que contribuyó a agigantar la grieta al convertirse en un antikirchnerista furibundo. Algunos lo tildan de fascista. Lo cierto es que la publicación de 56 (Sudamericana, Random House) es una excusa para repasar sus cuarenta años ejerciendo el que para Gabriel García Márquez es “el mejor oficio del mundo”.
Persona no grata
Es uno de los periodistas más reconocidos de la historia argentina. Sobre todo en su faceta de director y gestor de proyectos, más bien por la creación de Página /12, diario que marcó un antes y un después en la gráfica y que revolucionó el periodismo heredando toda la ebullición de la primavera democrática alfonsinista. Es por esto que algunos lo equiparan con nombres como los de Natalio Botana o Jacobo Timerman. Si hay una cualidad que comparte con estos personajes es la de ser controversial, disruptivo y contradictorio. En los últimos tiempos, pasó de ser un defensor de los derechos humanos a decir que la dictadura lo tenía harto y que las políticas de memoria, verdad y justicia “eran un curro”. Pasó de sufrir el atropello de Clarín y La Nación, dueños de Papel Prensa, en tiempos del Diario Crítica, a ser uno de los principales estandartes del monopolio dirigido por Héctor Magnetto. Pasó de defender la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y denunciar la concentración mediática en su programa de Canal 26 a afirmar que “nadie escucharía la radio de los wichís” y a ponerse del lado del “más débil” en el conflicto Clarín vs Gobierno (que en realidad era una discusión en torno a la constitucionalidad de una ley que apuntaba a ser antimonopólica) y su postura lo terminó de alinear con el Gran Diario Argentino. Su programa televisivo PPT marcó picos de rating y supo establecer diferentes temas en agenda, en general ligados a la corrupción política de funcionarios kirchneristas, dejando de lado otras cuestiones ya que consideraba que el poder real se concentraba en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Hoy, el gobierno es otro. Sin embargo, el foco de las denuncias permanece. Este año se encargó de demonizar a los pueblo originarios mapuches en torno a la desaparición y muerte de Santiago Maldonado relacionándolos con guerrillas armadas y ridiculizando a uno de sus referentes, Jones Huala.
La actualidad encuentra a Lanata en una posición casi de rockstar para su público más fiel. Para ellos, este libro les resultará extraño. En primer lugar, porque le dedica muchísimas páginas más a su labor “pre grieta” que a los tiempos de PPT. Página /12 parecería seguir siendo su motivo de mayor orgullo por la extensión que le dedica. En el medio, expone algunos retazos de una vida a cuentagotas. Casi con vergüenza. A pesar de que empieza ya en la primera línea con un bombazo: el descubrimiento de que es adoptado. Es extraño que el “gran periodista de investigación de la Argentina” decida no investigar su propia historia, en un gesto que se pretende poético y termina conviertiéndose en un bleff.
La arquitectura de la mentira
Este libro engaña al lector. Dice ofrecer elementos que no ofrece u ofrece a medias. Se presenta como un híbrido entre memorias y obra periodística. Teniendo en cuenta que el fuerte de Lanata nunca fue la escritura (lo comprueban el fracaso estrepitoso de sus intentos por escribir ficción) sino más bien una capacidad notable para la inventiva, la producción o la orquestación. Es innegable el talento de él para dirigir equipos, formar profesionales o llevar adelante ideas. A lo largo de la lectura, uno se decepciona por los escasos recuerdos que ofrece. Sobre todo su paso por el convulsionado periodismo de los ochenta (El porteño, el programa radial Sin Anestesia junto a Eduardo Aliverti) que podrían ocupar un libro entero. Su ingreso al periodismo no agrega nada a lo contado en cientos de entrevistas (su entrevista telefónica para hacer una tarea en la primaria al poeta Conrado Nalé Roxlo, su ingreso a Radio Nacional a los 14). Sus comienzos son relatados con épica, como no podía ser de otro modo: “Entré en El Porteño dando una patada a la puerta”. Elogia a Enrique Symns (“Hay personas que escriben con palabras y otras escriben con su vida: Symns es de estos últimos”) y menciona muy por arriba algunas “rencillas personales” con Ernesto Tiffenberg, su sucesor como director de Página. El origen de este matutino, que se convirtió en el bastión de denuncias contra el menemismo y les dio voz a colectivos sociales marginados, se cuenta por la mitad. Si bien es cierto que una parte fundamental fue The posta post (sección que dirigían Lanata y otros en El Porteño) invisibiliza la cuota de responsabilidad que le cabe a Horacio Verbistky con su proyecto La hoja (un diario con pocas páginas, versátil y moderno). Uno intuye que aquí también se esconden “rencillas personales”. Luego, lo que ya se sabe: elementos satíricos, títulos conceptuales y una clara inspiración en el matutino francés Liberation. Además, se hacen menciones mínimas al financiamiento originario del diario, proveído por Enrique Gorriarán Merlo y el Movimiento Todos por la Patria (MTP), algo mucho más detallado en la biografía de Lanata escrita por Luis Majul.
La estructura es, más bien, una especie de refrito que intercala artículos de Página/12 (editoriales, columnas, tapas) con notas de El Porteño, Veintitrés (el soporífero “Diccionario del verso”), cartas de lectores con algunas pocas memorias, recuerdos, juicios de valor y reflexiones de Lanata. Parecería ser que escribió un párrafo, copió, pegó alguna cita e incluyó un artículo. Así durante 425 páginas. Es por esto que la estructura parece hecha a las apuradas. Los lectores que descubrieron a Lanata en los últimos tiempos se decepcionarán, ya que los escritos que pueblan este libro son más bien “progres” y no van en sintonía con “La ruta del dinero K” o “Los bolsos de López”; algo que pasa casi desapercibido.
Filosofía barata y zapatos de goma
Lanata reflexiona sobre la argentinidad citando al filósofo español José Ortega y Gasset: “Según Ortega, la estructura pública de la Argentina fomenta ese dualismo del alma individual. La Argentina es, aún, una pelea inconclusa. Confundir lo que somos con lo que queremos ser, pensar que los cambios verdaderos se producen en poco tiempo, trabajar solo para el presente, gastar más de lo que ganamos, la melancolía del imperio que no fuimos jamás, son parte de un problema cultural” diagnostica cual filósofo post lacaniano. ¿Es esta su manera de teorizar sobre la grieta que en gran parte él mismo, desde su discurso parteaguas de trinchera, contribuyó a ensanchar? ¿Se encuentra, más bien, hablando de su propio pasado glorioso como referente del periodismo gráfico en tiempos en donde el mainstream periodístico le daba la espalda? Los pasajes más interesantes (los que no son refritos de textos ya publicados) son los referidos al periodismo que viene. Lanata evidencia una preocupación por cómo serán los periodistas del futuro y arroja algunas reflexiones interesantes: “No hay malas notas. Hay malos periodistas: Shakespeare está en cualquier persona, sólo hay que sentirlo y poderlo expresar. Todo el mundo tiene una historia y esa historia es, siempre, la historia del hombre. Los niños juegan cada día con juguetes más sofisticados, pero una rama sigue siendo una espada”. Habría que preguntarle con qué estaba jugando El Polaquito, el niño al que en su programa se hizo ver como un orgulloso delincuente desconociendo el derecho a la identidad y la intimidad, afectando su privacidad y la de su familia y violando el principio de inocencia mediante acusaciones que lo transformaron en potencial carne de cañón para las fuerzas de seguridad.
Promesas sobre el bidet
Lanata podría haber contado mucho más. Podría haber dejado un poco su ego de lado y haber profundizado en la relación que forjó con grandes periodistas en los medios donde trabajó. Por ejemplo, Osvaldo Soriano y Juan Gelman, quienes fueron sus grandes maestros, y las primeras frases que suele arrojar sobre ellos es “yo los traje del exilio y les di trabajo”. Esa primera redacción de Página/12 o la cooperativa de trabajo que armaron en El Porteño hoy son casi mitológicas. Hubiera sido interesante que uno de los protagonistas las hubiera diseccionado, compartido y exhibido desde sus conquistas hasta sus miserias. Como complemento de esto vale la pena leer Las locuras del Rey Jorge (Ediciones B), de Eduardo Blaustein.
Algunos se divierten con este Lanata que supo construir al Kirchnerismo como su único enemigo, desconociendo y minimizando al resto de los actores políticos de la sociedad, haciendo oídos sordos a hechos graves que arremeten a la mayoría de la población y denuncias más allá de la corruptela de algún funcionario (ajuste económico, endeudamiento del país -¿Recuerdan Deuda?-, envalentonamiento de las fuerzas represivas, receso en materia de políticas de inclusión social, reformas regresivas en materia laboral/tributaria/jubilatoria y sigue la lista). A otros les duele ver al periodista que supieron admirar y respetar convertido en esta especie de Michael Moore tuerto, portavoz del monopolio mediático más influyente y descarnado de la Argentina, que mantiene un silencio cómplice ante las políticas de ajuste llevadas a cabo por el gobierno de Cambiemos en los últimos dos años. Sus “memorias” no dejarán conformes ni a unos ni a otros.
Es célebre una entrevista del programa Día D en donde Jorge Lanata le dice a Charly García: “Creo que hiciste grandes cosas y después te empezaste a copiar a vos y creo que te das cuenta”. García remata: “Yo pienso que vos sos un pelotudo”. Una frase del mismo procer del rock argentino sirve a modo de síntesis del espíritu de este rechoncho y nicotínico líder de opinión: “Cada cual tiene un trip en el bocho / difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”.
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