Repasamos cinco novedades discográficas de la escena independiente nacional.
Por Lucas González y Juan Martín Nacinovich
La Gran Pérdida de Energía – Trayectoria
Sin singles, sin avisos y sin preámbulos, de un día para el otro apareció el nuevo disco de La Gran Pérdida de Energía. Si bien su preparación databa de hace un par de años, en el trajín la banda atravesó un lapsus sin presentarse en vivo y sin deslizar novedades con respecto a su futuro. Trayectoria, su segundo largo, es un álbum de ritmos vertiginosos, de guitarras melodiosas e inquietas que recorren las bases fusionadas por el bajo y la batería, potenciándolas. Fundidos en una norma heterogénea, LGPDE otra vez muestra sus dos variantes: sin voz y con voz. No obstante, cuando esta aparece no lo hace de forma tradicional. José Delgado canta como un espectro, con un modus operandi funcional a la canción y a la banda, como si fuese un fantasma que se escabulle en un rumbo secreto. Son sonidos ambientales y etéreos que acompañan, más cerca de un coro que de una voz líder principal. Las ocho canciones, salvo “A pescar”, mantienen duraciones extensas y generan giros climáticos inesperados, tamizados por un post rock tropicalista. Trayectoria es uno de esos discos sensoriales, perfectos para disfrutar con los ojos cerrados y los auriculares puestos. ¿Hay olor a despedida? Juan Martín Nacinovich
Agustín Donati – El Elefante y el Jinete
Desde Lo Irreversible (2017), su primer LP, Agustín Donati encontró en lo cotidiano su mayor fuente de inspiración. Bajo aquella premisa, e impulsado por haber sido uno de los cuatro ganadores de la última Bienal de Arte Joven de Buenos Aires, publicó El Elefante y el Jinete, un disco más eléctrico y personal que su antecesor, que lo sitúa indiscutiblemente como uno de los trovadores más interesante de su generación, a la par del mendocino Javier Montalto y del popular Nahuel Pennisi. Con una instrumentación acorde al tono intimista del trabajo (vientos, guitarras eléctricas, órgano y sintetizadores), Donati propone en diez tracks un atractivo ejercicio de reflexión, donde arriesga sentencias y expone su mundo interior. “Quererlo todo es peligroso, porque el riesgo es conseguirlo”, plantea en “Caudal”, una de las canciones que resume el pulso del álbum. Habitué de ciclos como el Open Folk y el Sofar, el músico acusa el paso del tiempo en su composición. La pluma de Donati conmueve. Y sin demasiada estridencia, lo presenta como un observador atento de la vida, capaz de tomar un viejo axioma de Carlos Alberto Solari, resignifcarlo y hacerlo suyo: “Si no hay amor, mejor irse al mazo”. Lucas González
El Zar – A los amigos
El dúo de pop-rock formado por Facundo Castaño Montoya (voz) y Pablo Giménez (guitarra) lanzó A los amigos luego de ganar la última edición de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires. Su segundo álbum, al igual que Círculos (2016), logra una mixtura de épocas al fusionar una impronta retro que flota entre los ’70 y los ’80 y sonidos digitales contemporáneos. En primera instancia, las canciones nacen desde una computadora, pero a la hora de grabar en el estudio los protagonistas ejecutan todos los instrumentos (completan Matías Verduga en batería, Nicolás Garay en guitarra y Baltazar Oliver en teclados y programaciones). Ahora, con banda completa, El Zar suena más sólido y compacto. Entre beats rítmicos, redobles y finos ornamentos, A los amigos despliega un abanico de virtudes propias e influencias interesantes que parten de una ascendencia cercana a Gustavo Cerati, con un pie en Bocanada y otro en Siempre es hoy, líneas de guitarras electrónicas a la Ratatat y una voz aterciopelada, de corte spinetteana, que recorre con protagonismo toda la placa. Pasan de una canción disco ochentosa (“La inmensidad”) a una balada épica (“Los chicos no entienden”). Goyo Degano de Bandalos Chinos aporta su voz en “Pensarlo de nuevo”, quizás el hit máximo del disco, que viene acompañado con un videoclip donde conviven estimulantes y vampiros que coquetean con la impronta de Only Lovers Left Alive (2013), de Jim Jarmusch. Juan Martín Nacinovich
Mi Nave – Ojos Cuadrados
Ojos Cuadrados, el cuarto trabajo larga duración del quinteto rosarino, es un disco serpenteante en varios sentidos. Mi Nave no responde estrictamente a cánones musicales: experimentan con los paisajes urbanos de Rosario mezclándolos con diversas estructuras de toda índole. Hay un linaje dream pop claro, pero esa no es más que la primera capa de piel. Enseguida aparece una potencia que flota entre el post punk y el new wave de carácter más sombrío (“Confite”; “Redondel”), y, hurgando un poco más profundo, se vislumbra una cadencia shoegazer (“Hélice”; “Azul Klein”). Mientras el arte de tapa, otra vez, vuelve a ser un complemento interesante: en los cuadrados aparece un celular vetusto, una Coupé Fuego rosa, la Casa Rietveld Schröder, un hito arquitectónico desde la vanguardia holandesa en 1924, y los ojos cuadrados que titulan la placa, la novedad radica en un mayor revestimiento de sintetizadores y programaciones. Cerca del final, en “Amuleto” abordan el frente de lucha feminista contra la opresión y la desigualdad desde la voz de Josefina Maidagan, que dice: “Están robando mi piedra/ resplandeciente/ por ser más fuerte me matan/ define quién soy lo que no sé olvidar”. Juan Martín Nacinovich
Robinho Casares – Familia
Tras once años al frente de Blizters, Robinho Cassares decidió en 2016 emprender en paralelo una carrera como solista. Y si desde 2007 el conjunto es una de las referencias ineludibles del punk rock rosarino, en esta nueva faceta el cantante se desmarca de su pasado, pero no de sus raíces, y apela al armado de estructuras armónicas, cimentadas sobre loops. Ofreciendo canciones desnudas, que juegan y abrazan el minimalismo. De esa forma, a casi dos años de su primer recital en solitario, Cassares lanzó Familia, un álbum editado por el sello porteño Chancho Discos y basado en la búsqueda de diferentes paisajes sonoros, donde el ruido de las guitarras le da espacio y abre camino a climas poco transitados por el músico hasta el momento. En síntesis, se trata de un LP climático y de largo aliento (casi 50 minutos) que, pese a lo irónico de su título, grabó casi en soledad, a excepción de Nicolás Lombardo, que lo mezcló y masterizó en Es.Tu.Dios Record. Un cadáver exquisito que se forma a partir de varios géneros: unos rockitos despojados (“Del chamuyo” y “Sobre la hipnosis”), un puñado de raps (“Sonámbula” y “Pardo 33”), y hasta una extraña, pero emotiva, canción de amor (“Tres veces Mora”). Lucas González