Repasamos cinco lanzamientos literarios de los últimos meses, entre la novela, el relato y el teatro.

Por Pablo Díaz Marenghi

Las rocas y las bestias, de Esteban Castromán (Marciana, 2018)

Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas. Tal definición podría encajar con esta nueva novela de Esteban Castromán (1975). El autor de La cuarta dimensión del signo (2016), entre otros, elaboró, bajo el disfraz de un relato de iniciación adolescente, una novela que combina fisuras espacio temporales, alienígenas, universos paralelos y una trama extraña a niveles lyncheanos. Hay un narrador joven, con las hormonas alborotadas, que está desesperado por liberar su deseo sexual. Hay procesos descriptivos maquínicos o cinematográficos para procedimientos humanos o naturales (“funde a negro”, “cenital”). Hay desconexiones, remixes, mashups en un imaginario que remite a la ominosidad sci fi de Cronenberg, al humor de los hermanos Coen o al terror rural de Carpenter. Su prosa es seca, posmoderna y bien visual como una puñalada por la espalda a un androide. Dividida en capítulos breves, la novela encaja en una tradición experimental digna de un Cortázar o un Georges Perec millennial. En una entrevista con La Voz de Córdoba, el autor aclara el panorama. O, al contrario, lo complica más: “Podés abandonar el libro en la página 132 y todo bien, esa historia termina ahí. Pero si seguís leyendo algo pasa, el libro todo se resignifica, como si fuera una criatura extraña saltando a tu yugular de repente. Surge como un relato fantasma que emula aquel formato de canción oculta en la era del CD”.

Luis Ernesto llega vivo, de Fabián Casas (Blatt & Ríos, 2018)

Si hay un escritor contemporáneo atravesado de manera rabiosa e ineludible por la música, ese escritor es Fabián Casas (1965). Suele frecuentar recitales. Se lo ha visto mucho en la escena independiente del rock post Cromañón. Con El Mató a la cabeza, se lo ha distinguido entre el público de Mi Amigo Invencible o, recientemente, Flopa Lestani. La música ocupa, también, un lugar primordial en su obra ensayística (su texto sobre “Lorena”, de Andrés Calamaro, es magistral) y su novela juvenil Rita viaja al Cosmos con Mariano (2009) es un homenaje al ensamble psicodélico de guitarra/batería de Maxi Prietto. En este caso, la obra de teatro Luis Ernesto llega vivo también está estructurada por lo musical. El título se debe a un disco de Peter Frampton y todo comienza con el recuerdo de un recital de Chayanne. A partir de allí, se desencadenará una trama familiar breve pero potente, en donde una madre y una hija sufren por la depresión y la inestabilidad mental de Ernesto, algo que podría leerse como un guiño autobiográfico del propio autor, quien sufrió de depresión en su juventud. Leila Guerriero tomó nota de esto para el perfil que incluyó en su libro Plano Americano (UDP 2013, reedición Anagrama 2018), y que también volcó en sus diarios (Diarios de la Edad del Pavo, Planeta, 2017). En dicho texto Guerriero escribe: “El mundo de Casas. Un mundo que vascula entre la epifanía y el abismo. Donde se puede ir a la cancha y escribir poemas y cenar felices y, después, querer morir al mediodía”. Luis Ernesto llega vivo funciona para comprender un poco más ese mundo tan peculiar y melómano.

Zona de Clivaje, de Liliana Heker (Alfaguara, 2018)

“La primera idea de esa novela apareció cuando yo todavía no había terminado mi primer libro de cuentos. Es decir, yo tenía 21 años y ya aparecía como conflicto el hecho de ese vínculo de una mujer con un tipo que es un Don Juan, un seductor, que conoce a una adolescente (…)  El paso del tiempo siempre fue un conflicto (…) elegí una edad que creo realmente que para las mujeres es conflictiva: los 30 años. Una especie de aceptación, por lo menos simbólica, de que ya no se es más adolescente” reflexionaba Liliana Heker en diálogo con este medio sobre Zona de Clivaje (1987, reedición 2018). Allí se cuenta la historia de Irene Lauson (¿un alter ego?), una joven estudiante que se enamora de su profesor de literatura, Alfredo Etchart, con el que mantiene un romance a lo largo de trece años. Él la alejará de las ciencias exactas y le mostrará un nuevo mundo. En esta novela, la primera de Heker, se narra una historia de iniciación. Con una prosa sencilla pero que recurre a florituras precisas y un notable manejos de los diálogos (recurrentes en el relato) la autora y maestra de escritores se luce con una novela en donde se evidencia que dejó mucho de su propia vida. En estas páginas se despliega la pasión desbocada, así como el aprendizaje, la traición y el deseo.

Indiada, de Osvaldo Baigorria (Blatt & Ríos, 2018)

El anarquismo trashumante. El amor libre. El ocio. La prosa plebeya de Néstor Perlongher. La fibra beatnik y misteriosa de Néstor Sánchez. El erotismo de Georges Bataille. Las crónicas escritas desde las cañerías de la revista Cerdos y Peces. ¿Qué tienen en común estos tópicos? Todos fueron abordados por Osvaldo Baigorria (1948), periodista y docente quien, en 2018, se despachó con dos libros en apariencia disímiles pero que pueden leerse en una lógica espejada: Postales de la contracultura (Caja Negra), en donde vuelca ensayos sobre su paso por las trincheras de los hippies y los junkies de la Costa Oeste norteamericana entre 1974 y 1984, e Indiada (Blatt & Ríos), su primer libro de cuentos. Estas piezas breves, guardadas durante varios años por el autor, reúnen una inquietud por el universo indígena y el pathos de la gauchesca, pero con un enfoque particular que lo distingue de las producciones realizadas hasta el momento: ¿Cómo cogían los indios? La sexualidad está explotada en diferentes niveles a lo largo de estos relatos que combinan diferentes dosis de ironía, lisergia, descripción etnográfica y brutalismo sexual sin tapujos. Casi como aquellos discos trabajados por capas desde la ingeniería sonora, Baigorria forja pequeños universos que empatizan con autores como César Aira (hasta se menciona una tribu “aira”) a la hora de renovar la tradición de la gauchesca y el tema de las “cautivas” . Mientras tanto, Baigorria incluye guiños al chamanismo y cambios de sexo que armonizan con debates muy actuales en torno al género  (“Semen Indio”), relecturas de la historia argentina a través de la sexualidad y el incesto (“Montar en Pelo”), hippismo mixturado con la Pacha Mama (“Papa Aborigen”) y hasta un aura de desolación propia de un Mad Max pampeano (“Después del Malón”).

En el primer texto (“Entrada en materia”), que funciona a modo de prólogo, Baigorria confiesa su falta de experiencia a la hora de construir relatos de ficción y admite su inspiración a raíz de un personaje peculiar, descendiente de la tribu inuit: Nakasuk/Grasa de foca. Actríz porno indígena y ex estudiante de Letras, filmó su propia pornografía y le inoculó a Baigorria sus inquietudes en torno al sexo en general y al sexo originario en particular. Más allá de si esto fue del todo cierto o no, algo que nadie dudaría de su trabajo periodístico pero que se vuelve una posibilidad al abrirle la puerta a la ficción, queda claro que en este libro Baigorria planteó, en clave narrativa, todas sus preguntas en torno al sexo indígena. Sus respuestas son bestiales y atraviesan todo límite.

El cuarto deseo, de Ignacio Molina (Falsotrébol Editora, 2018)

Alberto es un cincuentón ya harto de su matrimonio con Norma. Su hijo ya está grande y es independiente. Como le pasó a tantas parejas, el paso del tiempo y la rutina fueron erosionando aquel vínculo apasionado del comienzo. Al soplar la velita incrustada en una porción de torta, celebrando su natalicio número 52, al típico y ya gastado ritual de “los tres deseos”, agrega un cuarto: que Norma se muera. Así arranca El cuarto deseo, primera nouvelle de Ignacio Molina (1976), escritor de amplio trayecto en la literatura: publicó novelas, cuentos, relatos, coordina talleres literarios hace tiempo y formó parte del grupo literario El quinteto de la muerte. Esta historia, que se lee de un tirón y es bien cinematográfica, cuenta dos historias, tal como afirmaba Ricardo Piglia acerca de los buenos relatos en su “Tesis sobre el cuento“. En la primera capa, se narra el fin de semana que comparten dos matrimonios amigos en la Costa Atlántica. Por un lado Norma y Alberto, cuyo vínculo se encuentra más congelado que un iceberg. Por el otro, Daniel y Josefina. Este amigo de Alberto, divorciado, de su misma edad pero sin panza, goza de un buen pasar económico y es, mal que le pese, objeto de su envidia. Por su dinero, su joven y bella novia, y por su gran pene. Por debajo de esta trama de aventuras costumbristas se encuentra la crónica del derrumbe personal de Alberto. Por momentos, la narración roza el patetismo personal, dificultando que el lector logre empatizar con el protagonista, quien se vuelve odioso y oscuro, egoísta y desbordado de tribulaciones. Sobre el final, un episodio fortuito pone todo patas para arriba. Molina logra, con prestancia y meticulosidad, dosificar las acciones. Sobre el final, la tensión se hace carne con la emoción, dejando varias preguntas que se condensan en un dicho popular: cuidado con lo que se desea. //∆z