Presentamos cinco obras de no ficción publicadas en el último tiempo.

Somos luces abismales, de Carolina Sanín (Literatura Random House)

Cualquier discusión sobre la calidad de la prosa actual en español debería comenzar por Somos luces abismales (Random), de la narradora y ensayista colombiana Carolina Sanín (1973). Los grandes escritores insertan una diferencia en su escritura, algo que los separa de los demás y los hace inevitables. En los cuentos y novelas de Sanín esa inevitabilidad no es tan obvia; en estos ensayos sí. No es fácil definirlos: poesía disfrazada de prosa, podría decir, evitando riesgos, pero me quedo corto; inteligencia de la mano de la sensibilidad, podría insistir, y me seguiría quedando corto. Una sabia travesía por la existencia que nos enseña a vivir y a enfrentarnos con la muerte: mejor, pero aun así, sentiría que no estoy siendo justo con su complejidad y belleza. Lo único cierto es que este libro es deslumbrante.

Sanín recupera y renueva la idea clásica del ensayo. En sus páginas hay un yo que ensaya y duda, que camina a tientas por la existencia; por eso la pregunta retórica es una de sus marcas de estilo: “¿Dónde está lo que es más grande que yo -el Amor, mi amo- si está en mí pero no cabe en mí? ¿Dónde estoy -qué me contiene- para que yo pueda contener lo que es más amplio que yo?”. El primer ensayo, El sosiego, es una declaración de principios: la escritura es búsqueda, siempre que se sepa que esa búsqueda nunca termina. Las contradicciones afloran: “Ponerse en el texto es ubicarse… ponerse en el texto es desubicarse”. El yo se ubica en un centro desde el cual observa el mundo, y al hacerlo, paradójicamente, pierde la posición central.

Al leer a Sanín he recordado a Von Uexküll, el biólogo alemán que creía que todas las criaturas tenían un unwelt, un mundo circundante que no era inferior al de los seres humanos. Sanín encuentra conexiones entre la vida (y muerte) de su mejor amiga, el desdén hacia ella del abuelo al que de niña quiso como a pocos, un potro libre en el campo, unos frailejones en la montaña, las pulgas que le dejan ronchas: todos con un unwelt del que la ensayista aprende mientras avanza “hacia adelante por un camino insuficiente, único, sin que uno sepa si es la vida o la orilla de la vida”. En esta visión casi jainista de la vida, lo único incomprensible son los virus, que hablan “de cuanto está disociado en el hombre y es su desvío”.

La biblioteca de Sanín es clásica: el Corán, Cervantes, Dante, Calila y Dimna, Flaubert. En esos libros y autores se apoya para armar sus argumentos, cuya conclusión central puede que sea: “la historia de cada uno es una versión del paso del tiempo vivo”. De esa versión del paso del tiempo que es su historia, Sanín ha escrito ensayos que ya cuento entre mis favoritos del género: El pesebre, sobre la amiga muerta; Nombres y ríos, sobre el abuelo desdeñoso (Sanín es una gran retratista: “Sabía menospreciar, pero era enemigo de la maledicencia y el rumor. Nunca hablaba por hablar, y a veces parecía como si comentar de cualquier cosa le diera asco. Tenía amigos. Perdía dinero. No subía la voz. Respetaba el conocimiento y lo buscaba. Olía a eucalipto…”); y Las pléyades, sobre las “parálisis del sueño” que la visitan, experiencias extracorporales que adquieren en la escritura un tono místico: “¿Dónde estoy yo dentro de mí? ¿Cómo abrazo a mi alma?”.

“Esta lengua es el más allá”: en Somos luces abismales la trascendencia está en la mirada, que es una escritura. ¿O una escritura que es una mirada? Edmundo Paz Soldán

*Texto publicado originalmente en Culto


Paul McCartney. La Biografía, de Philip Norman (Malpaso)

Ríos de tinta han corrido en la bibliografía rockera sobre Paul McCartney y tal vez pocos libros superen a Hace Muchos Años, la autobiografía que Paul hizo con Barry Miles y que se publicó en español en 1997. Allí, Macca dedicó horas a entrevistas con Miles para desmenuzar la obra beatle al detalle, con anécdotas e historias detrás de cada letra, cada estrofa, cada arreglo. Ese libro se convirtió, así, en una suerte de guía definitiva sobre el cannon compositivo más importante de la historia del rock: pero justamente eso le jugó en contra, porque había apenas algunos detalles sobre la infancia de McCartney, poco y nada sobre su familia y crianza, y sólo los años de los Beatles eran el centro de la historia. El libro de Norman pone las cosas en su lugar y es lo mejor que se escribió sobre Macca, algo que es de hecho sorpresivo: el biógrafo ya había escrito Shout! (1981) sobre los Beatles y Paul no quedaba allí muy bien parado. El propio autor le escribió un mail a McCartney en 2012 con la intención de lograr aprobación suya para hacer una obra exhaustiva sobre su vida y enmendar así el daño. Paul aceptó el desafío y el resultado tiene méritos de sobra: casi 800 páginas que narran la vida de McCartney -criado en el seno de una familia proletaria de Liverpool (el verdadero working class hero con distancia de las comodidades clasemedieras que vivió John)-, el músico dotado y con conocimientos que se sumó a los Quarrymen de Lennon para enseñarles conceptos sobre composición y hasta cómo afinar una guitarra, el carilindo abocado a las relaciones públicas y que asumió la presión y el discurso oficial de la banda, el cerebro creativo detrás de los conceptos que empujaron los mejores discos de los Beatles y el curioso voraz que se involucró con las corrientes de música de vanguardia de John Cage, entre otros, para darle un empuje experimental a la música de los Fab Four. Pero esta no es una obra celebratoria, porque también hay sombras: los altibajos de los Wings y de sus años solistas, los problemas con las drogas (Paul, el beatle que más veces estuvo preso), sus divorcios, deslices e infidelidades, un ego a prueba de todo y una codicia solo amainada con algunos actos de filantropía (su misión como tutor para la creación del LIPA, una escuela de arte en Liverpool a la que destinó donaciones millonarias a mediados de los ’90) y su rol autoritario dentro del estudio que le valió años de rencor por parte de George Harrison (algo que sólo se superó cuando los tres beatles sobrevivientes invocaron el espíritu de John para grabar canciones nuevas en los Anthology entre 1994 y 1995). Un camino largo y sinuoso narrado bajo la pluma exquisita de Norman, un libro vital para conocer en serio la vida del músico más conocido de la historia. Matías Roveta


El film noirHistorias y significaciones de un género popular subversivo, de Jean-Pierre Esquenazi (El cuenco de Plata)

Es mucha la bibliografía que el cine negro, uno de los períodos más interesantes en la historia del cine estadounidense, acumuló a lo largo de las décadas, pero pocos son los libros que siguen ocupándose de él en la actualidad. La pregunta, como sucede con cualquier fenómeno que, visto a la distancia, tiene una complejidad que excede a las definiciones, sigue en vigencia: ¿fue el cine negro un género, y, como tal, un movimiento de características uniformes y reconocibles? ¿Fue una coincidencia de situaciones y directores con una mirada del mundo parecida, y a la que los grandes estudios, dueños de la línea de producción, pusieron a correr?

También, en el tren de dudas, cabría preguntarse quién además de cinéfilos/as o nostálgicos del siglo XX está interesado hoy en día por películas de los ’40 o ’50, años en los que el movimiento tuvo su apogeo. En El film noir, publicado por El Cuenco de Plata en su vasta colección de cine, el francés Jean Pierre Esquenazi traza un recorrido por el género (resolvamos la pregunta inicial) a través de sus distintas etapas, centrado —sobre todo en la primera parte del libro— en las idas y vueltas que tuvo la crítica cultural al respecto. En la diferencia de criterios y valoraciones había, al fin y al cabo, otro capítulo de la siempre simbiótica y recelosa relación entre franceses y estadounidenses. El término —el elegante  film noir, fue adoptado inicialmente en Francia ante la fascinación que a algunos críticos les producía la camada de películas que estaba surgiendo en plena Segunda Guerra desde la industria del entretenimiento más poderosa del mundo, y que, tanto en su fotografía, escenario y trama de carácter oscuro, retorcido y popular, generaba miradas encontradas. El aporte de Esquenazi, más cercano al academicísimo, difiere de otros enfoques con los que se abordó el género históricamente. El francés hace un estudio bien documentado sobre la recepción que tuvo el período en su momento, y analiza, en la parte más personal del libro, el modelo narrativo y estético del cine negro, junto a un repaso por algo que fue de vital importancia: los emigrados europeos (sobre todos germánicos) que, escapando del nazismo y la guerra, recalaron en Hollywood y aportaron el ADN característico del film noir. Con la experiencia y las influencias de estilo que traían de su etapa expresionista —la corriente que predominó en los años  ’20—, directores como Billy Wilder, Fritz Lang, Otto Preminger y Robert Siodmak son una parte clave de la década del ’40 y ’50, y son quienes junto a otros realizadores locales plasmaron en la pantalla un clima de época que se movía entre ciudades lúgubres, personajes de ambigüedad moral —que encontraban en el dinero y el sexo a dos grandes lubricantes—, diálogos venenosos y una desesperanza que, como una peste, llegaba desde los campos de exterminio del Viejo Mundo. Alejo Vivacqua


Leo y olvido, de Andrea Palet (bastante)

Andrea Palet, editora y periodista chilena, publicó su primer libro el año pasado y fue todo un suceso trasandino. El volumen compila 39 columnas escritas a lo largo de 15 años. Compartimos una selección del texto que leyó la editora y poeta Julieta Marchant en la presentación del libro:

“Parto, contra todo pronóstico y contra mis propios hábitos, con una anécdota: hace unos años –y no tantos, la verdad– con unos amigos hicimos una Fanpage que se llamaba «Cuando sea grande, quiero ser Andrea Palet». Qué nos parecía que Andrea tenía «de grande» –y que nosotros no–, pienso ahora, momento en el cual se supone que ya soy grande porque estoy presentando acá, ante ustedes, a Andrea Palet. Aunque probablemente no. No soy ni grande ni soy Andrea Palet. Me pregunto qué hay en Palet que nos hacía hablar de ella como un ejemplo a seguir. Cuando quiero decir que Andrea Palet es un ejemplo, algo del todo ejemplar, quisiera decir que estamos hablando acá de una novedad completa. Pensemos, ergo, que esta rama sí nos llevó a algo. Y a algo que Zambra nos anuncia en las «Palabras preliminares», cuando nos habla, justamente, de columnas «ejemplares» y de «pasajes inolvidables».

Pero resulta que Palet olvida –recordemos el título: Leo y olvido, título que a mí, al menos, me parece una trampa–, mientras nosotros –o yo, al menos, sí, pero me gusta incluirlos en esto, se me disculpe– recordamos sus palabras que se nos hacen inolvidables. Entonces, tenemos dos asuntos: en Palet está lo ejemplar y lo inolvidable. Qué es lo ejemplar y lo inolvidable en Palet, podríamos preguntarnos, sustrayéndonos, por supuesto, de la biografía cruzada que alguien como yo, que no soy ni fui Palet, o que alguien como Zambra, tenemos con Andrea. Lo inolvidable y lo ejemplar diría yo en Palet es su voz.

Si la voz de Andrea Palet, su voz, particular y única, es ejemplo de algo y si nosotros quisimos ser ella cuando grandes, es justamente por eso: arrojados al ruido de nuestro tiempo, en un trabajo que nos demandaba tanta celeridad, chamulleo incluso, relleno claramente, resultaba un alivio poder olvidar y apartar esa adultez controladora. Anhelamos eso como una medida urgente de no abandonar, nunca, la capacidad de «asombrarnos, una y otra vez, con el poder de la palabra»”. Julieta Marchant 

*Fragmento del texto publicado originalmente en Liberoamérica


Narrativa Nativa, de Agustín Acevedo Kanopa, Lucía Germano y Mauro Martella (Estuario)

Narrativa Nativa es un catálogo, un índice, un puente para quienes quieran conocer la actualidad literaria uruguaya. Recoge 38 fotos de escritores/as, y una pequeña semblanza sobre sus obras. Como explica la semiótica, un ícono es un signo que sustituye al objeto mediante su significación o representación. Una fotografía tiene de icónica lo que las letras de cada autor/a tienen de representativo del universo imaginario de su creador/a. Toda fotografía esconde un relato y todo relato esconde una fotografía. Narrativa Nativa hurga en los recovecos de las diferentes obras para tratar de captar lo dicho y lo no dicho. En cada retrato captaron el ícono, la imagen representativa del universo de cada escritor/a. La misma que espontáneamente, como el punctum barthesiano, pueda revivir en el/la espectador/a y a simple vista, el ideario todo de una mirada tan personal, íntima y desbordante como la de los/las escritores/as, y que a la vez permanezca en el tiempo, grabado en la retina de la cultura de las letras, como los/las forjadores/as actuales de la realidad imaginaria uruguaya. Jésica Giacobbe //∆z