Hay vida en el indie nacional de 2017: Cuerpo, Fútbol, Un Planeta, Las Bodas Químicas y Translúcido traen discos nuevos para todos los gustos.
Días Eléctricos – Cuerpo
“El humano recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas valiéndose de la materia, la imagen o el sonido”, admiten los Cuerpo en su carta de presentación, a propósito de la definición del arte; y vaya si esa definición calza preciso. No es tarea sencilla cambiar de envoltorio. Mateo Renzulli, Matías Lomanno y compañía evolucionaron y viraron hasta tal punto que tuvieron que separarse de su piel de antaño, Mateo de la Luna en Compañía Terrestrial, para formar una nueva agrupación. Ambos proyectos transitan en paralelo aunque todos los perdigones, en la actualidad, están acumulándose bajo el nombre de Cuerpo. Beats bailables, elementos electrónicos, sintetizadores vertiginosos, un tándem de guitarras que se entrelaza en melodías gancheras y una lírica oscura. Por momentos suenan a Ratatat, también a los Chemical Brothers, no obstante la mayoría del tiempo suenan a Cuerpo. Juan Martín Nacinovich
Favio – Fútbol
El trío más amorfo y ecléctico de la escena independiente lanzó Favio, su quinto larga duración. Fútbol, desde hace unos cuantos años devenidos en un grupo más cancionero, yuxtapone distintos personajes y escenarios en un marco autóctono. Cantan sobre la ciudad, la Confederación Gaucha, la Costa Atlántica. Todo con un Leonardo Favio enfierrado en la portada, representando la arteria militante del artista. Como acostumbran, el violín (Federico Terranova) hace las veces de guitarra, y ésta las del bajo –hasta que El Gamba desata sus solos de poderío valvular–, mientras la batería (Santiago Douton) sintetiza una base atronadora. Favio es fugaz (dura 24 minutos), pero deja una estela marcada a fuego cerrando una trilogía conceptual que comenzó con Papá se va a Japón (2008) y continuó en La Gallina (2011). Con su estética punk-urbana y un sonido inclasificable, los Fútbol están más sólidos que nunca. Juan Martín Nacinovich
Juguete de Troya – Las Bodas Químicas
Ha llegado el disco definitivo de este trío que conjuga rock and roll clásico con una impronta garagera, que cruza a Pappo con Motorhëad, todo eso sin dejar de lado un arrabal porteño que se emparenta con Acorazado Potemkin. “Camaleón” es un rockazo que se prende fuego. “No querés venderte y menos regalarte” le canta José Lavallén Iglesias a un pobre tipo que anhela cambiar, mientras la guitarras mutan de entre un sonido valvular a uno más bien desértico y rutero. El bajo serpenteante de Ignacio Tersoni y la batería furibunda de Miguel Daniluk Rodríguez forman un tándem explosivo. Nada los detiene. Hay influencias de la canción norteamericana (Neil Young), el hard rock de Led Zeppelin y la impronta rural o pampeana rastreable en Ricardo Iorio. Hasta un guiño a Los Redondos en “Acepto”. Aparece el anhelo del “héroe de asuntos cotidianos”. Las letras se abren al escucha y pintan un universo que apuntan a interpelar al sujeto respecto a las vicisitudes de la vida (el miedo a los cambios, la immensidad de la urbe, el anhelo a ser mejor, la complejidad de la existencia). Las bodas construyen un álbum total. Un juguete de troya con forma de dinosaurio (como en la portada del álbum cuya edición en físico es exquisíta) que se abre, como caja de pandora, para explorar la dimensión ominosa de la vida y cachetear a la angustia existencial con rock hasta que se ponga el sol. Como cantan en el tema homónimo: “Te regalamos un juguete nuevo, caballo de Troya con sorpresa dentro. Exceso de virtud es defecto. ¡Al grano, por favor! Más directo. Dejate llevar por todos los planes aunque con reservas y salvedades”. Toda una declaración de principios. Pablo Díaz Marenghi
El último latido de Lao – Translúcido
Rock y electrónica, psicodelia y stoner, todo se funde en el planteo de esta banda que en su segundo disco refleja una madurez y un salto de calidad sonoro notable en relación a Bioma (2014). La portada del álbum y el arte interior exponen parte de la temática de su música: oscuridades, sombras, contrastes y una galaxia que se deshace en constante expansión. “El último latido de Lao” es uno de sus temas más luminosos. Con la dificultad que implica dedicarse sólo a la música instrumental, Translúcido explora diferentes matices de la canción potenciando al máximo la capacidad expresiva de cada instrumento. Imposible no linkearlos con Radiohead o Massive Attack. Cada canción atraviesa diferentes secuencias (pulsos de bajo que sobresalen, baterías que estallan, mucha guitarra siempre al frente con rasguidos y escalas que se pierden hacia el infinito). “Aerosol” es una especie de soundtrack para una road movie en el espacio exterior. “21-12-2112” y “Akuma” tiene estructuras orquestales de guitarra que se ensamblan con ritmos electrónicos. “Mercurio en sangre” es casi una rave psicodélica, como si uno fusionara Pink Floyd con Steve Aoki. Hay ecos spinettianos y del mejor progresivo en “V León”. Música onírica para cualquier fiesta animada. Pablo Díaz Marenghi