Compartimos reseñas de algunos interesantes libros sobre rock argentino que se publicaron en los últimos años y nos gustaron.
Rockología, de Eduardo Berti. Gourmet Musical ediciones, 2021.
Antes de destacar la valía de volver a contar con Rockología (Gourmet Musical), el ensayo clásico sobre la cultura rock argentina de los ’80 que Eduardo Berti publicó originalmente en 1989, es necesario puntualizar los méritos que siempre evidenció la obra. En primer lugar, eso que el propio autor explica en el prólogo a esta cuarta edición y que tiene que ver con la idea de “un documento de una época y desde una época”. Berti ya trabajaba como periodista (El Porteño, Página 12) y tenía apenas 25 años cuando el libro se editó sobre el final de esa década a la que consagró su investigación, y es notable la lucidez con la que pudo desarrollar su trabajo en el vivo: en otras palabras, mientras los hechos estaban ocurriendo y sin la ventaja de dejar descansar a la historia.
Hilando más fino sale a la luz la segunda gran cualidad del libro: los excelentes ensayos sobre glam o postpunk que escribió el crítico inglés Simon Reynolds (por citar un ejemplo con el que Berti con total justicia puede compararse) analizan eso géneros, justamente, con la perspectiva del tiempo a favor; en cambio, el autor de Rockología –que cita como influencias a Simon Frith, Miguel Grinberg o Pablo Schanton- no esperó décadas para desarrollar su mirada “transversal” sobre una época clave. Un análisis menos de fan, según sus palabras, menos hagiográfico, nada de biografía musical o reseña sino un sesudo estudio crítico sobre las distintas aristas desde las cuales se pueden abordar los ’80: el sonido, las letras, el rol de los medios, la conformación del público, el desarrollo de la industria musical o la tecnología aplicada para grabar discos, entre otros elementos.
¿Y de qué se trata esa mirada, que Miguel Cantilo define como de lente “gran angular” en el prólogo a la tercera edición de 2012? Berti se esgrime como un historiador de la cultura, por ejemplo, cuando retoma la idea de Miguel Grinberg esbozada en Cómo vino la mano para dividir el devenir del rock argentino en ciclos y no en fechas redondas: según el autor, los ’80 se separan en dos bloques bien diferenciados, el primero (ciclo IV) va desde la guerra de Malvinas/vuelta de la democracia de 1983 hasta 1986, momento en el que la sensibilidad artística cambió completamente para dar inicio al ciclo V con el que termina la década.
Podría incluso pensarse en el historiador Eric Hobsbawm, adepto a delimitar los siglos a partir de procesos y no de años, y ahí es donde entra en consideración otro de los aspectos claves de Rockología: Berti se perfila también como un gran crítico musical cuando explica que el ciclo IV es el de un sonido más pop, optimista y alegre (Los Abuelos de la Nada o Los Twist, por ejemplo) en sintonía con la euforia de la primavera alfonsinista y que de 1985 en adelante –el giro dark de Soda Stereo con Nada Personal o el ascenso de grupos más nihilistas como Sumo o Los Redondos- se pasa a una nueva impronta sonora y estética. Esos son los años de desencanto y de divorcio entre el alfonsinismo y gran parte de la juventud, según Berti, momento en el que las leyes que indultaron a militares junto a la crisis económica debilitaron al gobierno radical.
Pero Berti va todavía más allá. El autor analiza también las letras de todo ese período con herramientas de crítico literario para argumentar, por ejemplo, que durante el ciclo III definido por Grinberg (el que se condice con la Dictadura cívico-militar de 1976 a 1983) primó más el “nosotros” y la alegoría para referirse en la lírica a cuestiones políticas (puede pensarse como ejemplo a “Canción de Alicia en el País” de Serú Girán), pero que los ciclos IV y V fueron el período del “yo” y la fragmentación: “Si los años setenta fueron colectivistas y Sui Generis cantaba Bienvenidos al tren, en los ochenta Charly García, ya como solista, decía: “No voy en tren, voy en avión / No necesito a nadie alrededor”, explica Berti. Con respecto a la fragmentación, el autor sostiene que se trata de un nuevo discurso en el que las imágenes desfilan unas tras otras sin conexión entre sí o sin intención narrativa.
Rockología fue también una pieza basal en la historiografía de rock argentina porque sentó las bases para entender varios de los cambios que tuvieron lugar durante la década de los ‘80. Por ejemplo, el “boom del rock nacional” que tuvo lugar entre Malvinas y la llegada de la democracia, cuando el movimiento trascendió los ámbitos del underground; pero también el largo historial de enfrentamientos entre las distintas tribus urbanas dentro del público (modernos, psicobolches, heavys, punks), el rol de los medios en sintonía con el crecimiento del rock como cultura de masas y objeto de consumo masivo (la aparición de una radio dedicada enteramente al género como la Rock and Pop o el surgimiento de suplementos jóvenes en diarios de tirada nacional) o la expansión de la industria musical (records de convocatoria y de venta de discos, cachets millonarios, utilización de sponsors, exportación a Latinoamérica).
La nueva edición del libro tiene como novedad un capítulo inédito consagrado a Luis Alberto Spinetta y su disco Privé (1986), analizado con rigor por Berti a partir de sus ritmos bailables, sus baterías digitales, el sonido que prioriza lo “súbito” o “categórico” en respuesta a lo progresivo y el efecto de vitalidad que inyectó una actualización musical en el frondoso catálogo del artista. ¿Cuál es la importancia de esta nueva reedición del libro? La respuesta más sencilla de todas es la más determinante: recuperar una obra clave que estaba ausente. En un sentido más amplio, Rockología vuelve a brindar la posibilidad de sumergirse en uno de los períodos más fascinantes y prolíficos del rock argentino, una época –citando a Daniel Melero en el prólogo de la segunda edición- “en la que vivimos fascinados por la simultaneidad y la sincronía”. Matías Roveta.
La Campana de la División. Escribir sobre las ruinas del rock argentino, de Emiliano Scaricaciottoli (Comp.) Clara Beter Ediciones, 2021.
Al igual que en The Division Bell de Pink Floyd, donde la banda escribía sobre las ruinas de su propia historia, La Campana de la División: Escribir sobre las ruinas del rock argentino, también se propone pararse sobre los de escombros y, en este caso, plantear las derivas del rock argentino que Gito Minore en el prólogo y Emiliano Scaricaciottoli en la introducción se encargan de ubicar en tiempo y espacio. El primero habla del Post Cromañon como “el momento al que rock se lo privatizó, se lo legalizó, se lo reglamentó, se lo arruinó” pero también lo sitúa como una oportunidad de reflexionar sobre esos restos. Scaricaciottoli se anima a sumar al 2001 y hablar de una doble derrota de una generación de la que se siente parte. Esto le permite una relectura en formato ensayo de aquello que otra vez se transformó en sedimento de dos de los momentos más trascendentales de la historia política y musical argentina.
Con el ensayo como herramienta generadora más de cuestionamientos que de certezas, cada uno de los recortes que se realizan están en directa relación con el eclecticismo que implica escribir desde las ruinas, donde cada quien puede levantar la piedra que le resulte más conveniente para dar cuenta de la actualidad.
De esta manera, Carla Benisz comienza el libro con un impecable planteo a partir de la figura de Sara Hebe y la construcción de deseo. Con una potencia impecable aborda las categorías de goce y deseo inútil sin dejar de lado la problematización de los feminismos en el contexto actual. Daniel Talio toma a El Kuelgue para hablar de la ciudad y de perderse en ella y de alguna manera menciona al no sentido, no como una pérdida sino como una ganancia para la poética de la banda. Scaricaciottoli se mete con lo onírico en Catupecu Machu y genera una interesante y compleja reflexión sobre el otro y la muerte con una compleja arquitectura teórica. Nancy Gregof, por su parte, construye un ambicioso texto donde con libertad de elección de fuentes (desde Divididos a Eruca Sativa, desde La Naranja a Pez e incluso Los Natas) construye un interesante planteo que da cuenta de la construcción subjetiva que cada una de las bandas realiza en algunas de sus líricas, sosteniéndose en conceptos como metanoia y liminalidad que dan cuenta de la idea de transformación y pasaje e nivel poética y construcción subjetiva.
Daniel Gaguine por su parte toma la figura de lo que llama el trovadorismo y con ello a Lisandro Aristimuño y construye un extraño texto que parece solamente encaminarse a la hipótesis que este último representa una significativa pérdida de lo que para él es cierto “lugar combativo y referencial del rock”. Insólitamente, el texto se la agarra con Aristimuño (incluso llega a criticar su faceta autogestiva e independiente) y parece sostener en Piltrafa Chalar (y en Pilsen) el lugar reivindicativo, una reflexión bastante injusta si uno repasa la carrera del rionegrino pero que abre el juego a pensar sobre el rock y sus variantes. De eso se trata y hacia este espacio simbólico va este libro. Carlos Noro.
Está todo dicho: La historia del rock argentino contada por sus protagonistas, de Daniel García Moreno y Majo García Moreno (compiladores) – Sudamericana, 2021.
“Fueron como Los Orozco: grabaron a todos”, dice en la introducción del libro el periodista Marcelo Fernández Bitar sobre los hermanos Daniel y Josi García Moreno, quienes durante más de una década registraron en formato audiovisual entrevistas con los creadores y las creadoras del rock argentino. Esos reportajes alimentaron durante años programas televisivos como Rocanrol, La Cueva, Volver Rock y Quizá porqué, y documentales como 30 años de rock nacional. “Si alguien se tomara el trabajo de desgrabar, ordenar y dar forma a ese material, sería un libro formidable. Por suerte, Dany y su sobrina Majo (gran productora y periodista) se animaron a encararlo. Y este es el resultado”, amplía Bitar.
El periodista Eduardo Berti también participó en algunos de esos programas citados y el dato tiene mucho sentido cuando se tiene en cuenta que es además autor de un libro clave en la historiografía de rock argentino: Rockología. A esa obra podrían sumarse otros títulos importantes (Cómo vino la mano de Miguel Grinberg, por ejemplo) y todo conduce a una pregunta: ¿Otro libro que cuenta el devenir del rock nacional? Está todo dicho, la obra que resultó de ese trabajo de compilación del que habla Bitar, desde su título incluso pareciera jugar con una idea que se desprende de ese interrogante: ya está todo contado y de distintas formas a lo largo de los años. Pero, hilando un poco más fino, el nombre del libro desnuda su primer gran mérito: su fuerte radica en el relato coral y se perfila como libro indispensable porque son los propios protagonistas quienes cuentan esa historia conocida.
Así las cosas, es un verdadero placer leer a Litto Nebbia o a Pipo Lernoud explicar la importancia de “La Balsa”, piedra basal que fundó al rock argentino al sacar a la superficie a toda una nueva generación que creía en un modo de vida alternativo, alejado de la rutina y atravesado por la idea de libertad. O a Javier Martínez analizando la importancia de los pioneros argentinos en el contexto latinoamericano: el rock de acá –en contraposición, por ejemplo, al mexicano y sus ansias de emular o copiar el estilo de los fundadores norteamericanos- elevó la vara al introducir letras cantadas en castellano que reflejaban las ansiedades, realidades y deseos de ese grupo de jóvenes que estaba detrás de una verdadera revolución cultural. También, al propio Luis Alberto Spinetta describiendo con detalle las particularidades de cada una de las bandas fundadoras (Los Gatos, Manal y Almendra), a Pil Trafa cuestionando la participación de varios artistas en el Festival de la solidaridad latinoamericana durante la Guerra de Malvinas, a Adrián Dárgelos fanatizado con Virus y el valor de la estética o la puesta en escena, a Charly García consciente del impacto de Clics Modernos (1983) y la apertura hacia un rock más moderno y vanguardista en los ’80 o a Hilda Lizarazu trazando perfiles reveladores sobre Luca, Federico Moura o Miguel Abuelo, por citar apenas algunos ejemplos.
Un párrafo aparte merece justamente el trabajo de compilación de Daniel y Majo García Moreno, quienes emprendieron una tarea periodista titánica que insumió horas y horas de visualización, desgrabación y edición de ese verdadero tesoro documental. La lectura del libro es fluida, cada testimonio tiene su peso y anticipa al siguiente textual para lograr así una coherencia narrativa en el tratamiento cronológico de los temas, ordenados por décadas que cubren desde comienzos se los ’60 hasta bien entrado el siglo XXI. Pueden cuestionarse algunas ausencias (en defensa de los autores, por ejemplo, el Indio Solari y Skay nunca concedieron entrevistas filmadas), pero en general la población de artistas que da vida a este relato coral está muy bien nutrida. ¿Ya se dijo todo? Este libro deja en claro que siempre hay nuevas historias por descubrir. Matías Roveta //∆z